Las cartas están sobre la mesa. En estas autonómicas la disyuntiva está clara. Los gallegos pueden elegir entre dos opciones. O volver a otorgarle una mayoría absoluta a Alberto Núñez Feijóo o entregarle las llaves de San Caetano a un tripartito o un cuatripartito. Dicho con otras palabras, o preservar la estabilidad de la última década o importar el modelo de alianza que están ensayando Pedro Sánchez y Pablo Iglesias con el independentismo. En estas coordenadas se va a desarrollar la carrera electoral hacia el 5A. Y parece arrancar con el centroderecha con cierta ventaja. Hacia ese horizonte apuntan las encuestas que se están manejando y también las sensaciones que se desprenden de las actitudes y movimientos de los propios actores que participan en esta función. Da la impresión de que la izquierda sabe que no le dan los números. Y se evidencia cuando sobreactúa en su valoración de la manifestación convocada el domingo pasado en defensa de la sanidad pública. Sí, participaron en la marcha muchas personas, pero no, no fue tan multitudinaria como otras, como, por ejemplo, la organizada en defensa del sector del mar meses antes de las elecciones de 2016. Y no lo fue a pesar de que la oposición movilizó a todos sus cuadros para mostrar músculo con un asunto con el que llevan toda la legislatura buscando erosionar al Gobierno Gallego. No, hoy por hoy no se aprecia una pulsión de cambio en Galicia. Las elecciones las pierde el gobierno, no las gana la oposición. Y el rechazo que pueda generar el ejecutivo de Núñez Feijóo no es ni mucho menos transversal. Al contrario. Feijóo pesca, y bastante, en otros caladeros como el del PSdeG. Su perfil centrista atrae a votantes desde la socialdemocracia hasta el liberalismo. Fue así en procesos electorales anteriores y las encuestas apuntan a que sigue siendo así en 2020. Si se quieren buscar comparaciones históricas, parece que estamos en un escenario más semejante al de 2001 que al de 2005. Cuando Manuel Fraga perdió la mayoría absoluta, las sensaciones que se percibían eran distintas a las actuales. Y de ello se podría inferir que es menos probable que entonces que una amalgama de socialistas, rupturistas y nacionalistas puedan desbancar al centroderecha de la Xunta. Algunas de esas familias políticas si siquiera saben a 50 días de las elecciones cómo van a concurrir a los comicios. Y no es un asunto baladí. Ni Podemos ni el BNG quieren pactar con Luís Villares, pero En Marea ya decidió que sí o sí, haya o no acuerdo, se va a presentar. Beiras lanza a Martiño Noriega, pero sus socios no parecen dispuestos a tragar con él como cabeza de cartel. Y si el populismo concurre dividido, y parece que lo hará, no pocos votos de ese espacio político acabarán escurriéndose por el sumidero de la ley electoral sin convertirse en escaños. Ese es un riesgo que también afecta a la derecha, los apoyos que puedan escapársele al PP hacia Ciudadanos o Vox. Aunque en ese espacio político el escenario hoy es muy distinto al de hace un año en las generales. Primero, porque la formación naranja ha entrado en fase de disolución y el suflé del partido de Abascal hace tiempo que ha empezado a deshincharse. Segundo, porque estas son elecciones autonómicas y ninguna de esas dos fuerzas tienen un discurso para Galicia. Y tercero, porque el relato de amplio espectro de Feijóo ha funcionado ya en anteriores ocasiones como dique de contención frente a la fragmentación del centroderecha. Hasta el 5 de abril pueden pasar muchas cosas. Y seguramente algunas influirán en el resultado de estas elecciones. A día de hoy solo se puede conjeturar qué pasará en base a encuestas y sensaciones. Y ambos elementos de juicio parecen apuntar hacia una carrera de final ajustado, pero en la que el PP de Núñez Feijóo parte con cierta ventaja.
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sábado, 15 de febrero de 2020
Sensanciones de precampaña
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