jueves, 27 de febrero de 2020

Aznar y González, el mensaje reconciliador de dos «jarrones chinos» en medio del campo de batalla

En medio del barro, la mentira y el juego sucio en que algunos se mueven en la política actual, los «jarrones chinos» pueden parecer fuera de lugar y de época, como colocados en pleno campo de batalla. Y sin embargo atraen la máxima atención e interés. Causan de todo, menos indiferencia. Ayer, dos de esos «jarrones», Felipe González y José María Aznar, debatieron cara a cara en el primer Congreso Nacional de la Sociedad Civil, y ambos coincidieron en la necesidad de «repensar» España, de poner freno a los nacionalismos y de recuperar el diálogo y los consensos entre los grandes partidos que se sitúan en la centralidad, sin darse la espalda entre ellos. No se puede «repensar» España, advirtió González al llegar, solo desde una parte y sin contar con la otra. Hay que hacerlo juntos. «Y hay que hacerlo sin tener el cuchillo en la boca», añadió después. En un debate moderado por el presidente del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, Emilio Lamo de Espinosa, González y Aznar, cada uno en su estilo, demostraron que desde posiciones opuestas son capaces de entenderse en asuntos de Estado. Dejaron claro que uno de los principales riesgos a los que se enfrenta España es el nacionalismo, y en concreto su deslealtad institucional. El expresidente socialista, en La Moncloa entre 1982 y 1996, es partidario de incluir en la Constitución el precio que debe pagarse por la deslealtad institucional de los nacionalistas. «Yo propondría que se penalice políticamente en serio la deslealtad», defendió, en el caso de que se reforme la Carta Magna. Aznar, presidente entre 1996 y 2004, coincidió con él: «La deslealtad no puede salir gratis». A su juicio, «el pacto de lealtad a la Constitución ha sido roto», y esta situación será «duradera». En el debate se habló de la mesa de negociación que el Gobierno de Sánchez organizó el miércoles en La Moncloa con los independentistas catalanes y el inhabilitado Torra a la cabeza. González se mostró cauto, como si no quisiera molestar más de la cuenta a su partido en este asunto concreto. El expresidente socialista confesó que, pese a su preocupación, quería «desdramatizar», y se refirió a la mesa como una «performance» previa a las elecciones autonómicas catalanas. «Ahí no pasó nada», señaló, más allá de las cuestiones formales no hubo ningún acuerdo, y terminó como empezó. Eso sí, advirtió de que el perímetro de diálogo debe ser la Constitución y el Estatuto, y si alguien lo rompe «legitimará a otros a romperlo por otra parte». Las formas y la democracia «Tú no lo hubieras hecho, y yo tampoco», le espetó entonces Aznar. «Hay tantas cosas que hemos hecho y no hubiéramos hecho...», replicó González. El expresidente del PP fue mucho más contundente que él al hablar de la mesa de negociación. Para Aznar, «angustiado» por el momento que vive España, lo que pasó en La Moncloa tiene muy graves consecuencias. No se trata, dijo, de que no saliera ningún acuerdo. «El solo hecho de la reunión es devastador para el sistema constitucional español». «En democracia, las formas son esenciales, porque afectan a la esencia del sistema constitucional», avisó, después de que Sánchez dispensara a Torra un trato parecido al que se da a los dirigentes internacionales. Desde posiciones distintas, los puntos de encuentro de González y Aznar saltaron a la vista una y otra vez. Los presidentes que gobernaron casi 22 años coinciden en una defensa de la nación española que no admite duda, en la necesidad de recuperar consensos de Estado, en la importancia de la centralidad y la obligación vital de respetar las reglas del juego y la Constitución. Lo de «desjudicializar» la política no está en su lenguaje. González lanzó una advertencia sobre las cesiones a los separatistas. Si se plantea una reforma de la Constitución que incluya la amnistía o la autodeterminación, él hará campaña en contra y votará que «no». Además, la reforma de los delitos de rebelión y sedición en el Código Penal la ve tan «necesaria como inoportuna».

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