Si callejeamos por nuestro vecindario y buceamos tan solo un poco en nuestro recuerdo, seguramente podríamos vislumbrar un lugar que alguna vez albergó decenas de estanterías blancas llenas de carátulas: películas, videojuegos, también golosinas. En 2019, la Asociación Nacional de Empresarios Mayoristas del Sector Videográfico contabilizaba unos 300 establecimientos de este tipo, cuando en 2005 rondaban los 7.000. En Galicia, tras el anuncio de cierre del de Vilagarcía, queda una veintena de videoclubes. Algunos de sus propietarios incluso tienen un grupo de Whatsapp en el que comparten las inquietudes del gremio. Son los que resisten después de pasar por encima de la piratería —engorrosa e ilegal, pero aceptada— y tratan de encajar la estocada final que les han brindado las plataformas de vídeo bajo demanda, universalizadas, culmen de la evolución de los soportes y con beneficios millonarios. Ángel, María Isabel o Manuel son algunos de esos supervivientes. «La piratería fue en su momento el verdadero enemigo, para mí las plataformas digitales son un mero competidor más», afirma a ABC Ángel García, un afortunado que lleva regentando Atlántico Vídeo en la calle Francisco Catoira de La Coruña 35 años. Su propietario detecta incluso varias ventajas de su negocio sobre Netflix o HBO en cuestiones como el catálogo. «Las plataformas no pueden competir en cuanto a extensión de la oferta, y a eso añádele la rapidez con la que nosotros conseguimos los estrenos», recalca. Este videoclub permite a los usuarios alquilar cualquier película, sea o no de estreno, por 1,5 euros o por 1,2 si se coge un bono, a elegir entre casi 10.000 títulos. «No se trata de una estrategia preciobajista: el precio es el justo y los números me han salido siempre», subraya Ángel sobre el secreto para mantener la fidelidad de la clientela de su barrio, si bien reconoce que «son los que son, tener 20.000 socios no es significativo». Asegura que la gente que continúa acudiendo a su videoclub busca un buen producto de calidad que ver en sus soportes de última generación. Sobre la aventura de montar un videoclub hoy en día admite que «es inviable». Esa misma concepción la comparte María Isabel Martínez, propietaria de Max Video Digital, uno de los dos videoclubes que aguantan en Pontevedra, en pleno Paseo de Colón, desde el año 2001. Isabel es una cinéfila enamorada de su trabajo que tiene claro que ningún negocio es para siempre, pero que el suyo todavía se reserva un nicho de mercado potente. «La idea en sí es genial y no está obsoleta, pero el volumen de negocio es nimio. La clientela fiel que antes se llevaba un mínimo de dos películas semanales, ahora alquila unas siete películas al año», proclama, y añade que su género fuerte es el cine clásico, lo que otorga al cliente medio un perfil alto. La propietaria de Max Video Digital atribuye el ocaso de los videoclubes a una cuestión amplia que tiene que ver con los usos y hábitos culturales. Habla de las plataformas de contenidos bajo demanda como un negocio redondo que alguien supo ver, y que ha conseguido borrar todas las referencias habidas sobre los videoclubes del imaginario colectivo hasta hacerlos invisibles para el gran público: «A lo mejor si 'Sálvame' se grabase en un videoclub nos iría mejor», bromea. «El sector audiovisual ha cambiado como lo ha hecho la prensa, porque las ofertas de ocio y entretenimiento se han multiplicado y estamos tan ocupados que damos un trato superficial a todo. El mismo hábito de devolver una película resulta inconcebible hoy en día», reflexiona Isabel. Sobre los contenidos de las plataformas, considera que las producciones en serie han ganado la batalla contra las cinematográficas, y que los condicionantes que empujan a ver la serie de moda son poderosos. «Somos una sociedad ovejuna: si no ves la última de Netflix estás fuera de onda. Buscamos el entretenimiento más trivial, y en consecuencia, la gente tiene un perfil cultural bajo. Vemos cine muy malo, a mí no me sacia», opina. A la pregunta de si los videoclubes podrían hacer con sus socios lo que hacen las plataformas asentando un modelo de negocio basado en las suscripciones, Isabel reitera que es un aspecto que tiene que ver con la comodidad. «Nadie va a renunciar a su banda ancha, ni a su teléfono móvil, ni a acceder a un montón de contenidos a golpe de clic, aunque sea para tener de fondo», concluye. Isabel se moja y dice, que si tiene que escoger se queda con Filmin por su oferta de cine de autor. La coyuntura no es la mejor La situación económica actual tampoco favorece a la idea de montar hoy un videoclub, pues puede requerir de una inversión de hasta 300.000 euros. Isabel alude a la ruptura de la cadena de producción del sector: «Antes importaba las carátulas desde Málaga, ahora solo las consigo en el bazar». Algo parecido le ha ocurrido a Manuel Piñeiro, dueño del Videoclub Príncipe de Cambados (Pontevedra), quien afirma que «hasta los proveedores ya se han jubilado». Este videoclub es desde 1988 un referente para sus 6.000 socios en la comarca de O Salnés, que pronto quedarán huérfanos. «El último estreno que llegó fue 'Bohemian Rhapsody'. Si alguien quiere alguna de las 12.000 películas, la tiene a precio de liquidación», dice Manuel, quien bajará la persiana el próximo agosto.
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