Los límites del cuerpo humano o el agotamiento por saturación no mezclan bien con su majestad el dinero. En dólares, pesos o euros queda claro que el deporte se ha convertido en una de las industrias más lucrativas, una forma magistral de ocio que combina espectáculo, negocio y pasión. En los últimos coletazos de la pandemia, el deporte proyecta hacia el futuro una expansión global del producto. Más partidos, más competiciones, más ingresos, más televisión y, por consiguiente, más desgaste para los atletas y más posibilidad de hartazgo para el aficionado. El salto en cantidad es inminente. La Fórmula 1 crece hasta 23 carreras en 2022 sobre 52 fines de semana posibles, lo nunca visto. El Mundial de MotoGP se estira hasta 21 domingos de carreras, más que nunca. En el ciclismo se amplía la lista de pruebas en la primera división (el World Tour) hasta la cifra de 33. Su eminencia el fútbol sondea desde la FIFA la alternativa de celebrar un Mundial cada dos años. En el tenis un primer espada se planta con 90 partidos al año y un sinfín de vuelos para cruzar continentes de una semana a otra. El desfase cala en otros deportes gigantes, como el baloncesto. Un equipo como el Real Madrid, que aspira a la Liga, la Euroliga, la Copa del Rey y la Supercopa puede jugar más de 95 partidos por temporada. Y todo esto, sin contar Juegos Olímpicos o eventos excepcionales. El crecimiento por modalidades invoca a una competencia directa entre los propios deportes, que buscan en los derechos de televisión y el abanico de posibles patrocinadores un argumento para su expansión. Cada deporte exprime su participación en los mercados y esto implica una agenda de fines de semana saturados de disciplinas y opciones delante del televisor para los aficionados. No hay rueda de prensa que se precie sin una alusión al calendario repleto de fechas, a la sobrecarga de esfuerzos, a jugadores lesionados. Habla ayer Carlo Ancelotti, entrenador del Real Madrid, tipo comedido, políticamente correcto que no suele cruzar fronteras rebeldes. «El calendario es excesivo, tenemos un problema. La UEFA y la FIFA tienen que arreglar esto. Porque si los jugadores se cansan, no hay partido. Si se cansa el entrenador, no pasa nada, se pone a otro, pero si se cansa el jugador...». La FIFA ha establecido un sistema de ventanas para ceder a los futbolistas a sus selecciones unos 50 días al año. Su plan para unMundial cada dos temporadas consiste en reducir las excursiones de los internacionales con sus países a un par de tramos por curso para concentrar así las fases de clasificación. Un Mundial cada vez que llega un año par obligaría a comprimir el calendario, ya de por sí tan abarrotado de partidos de fútbol. El caso Pedri «No se preocupan por los jugadores, solo se preocupan por sus bolsillos. Es muy malo para los futbolistas. Y ahora se habla de una Eurocopa y un Mundial cada dos años. ¿Cuándo descansaremos? Nunca», enfatizó el belga Courtois a propósito de la recién creada Liga de las Naciones, torneo de nuevo cuño que según el portero solo aporta un objetivo. «Es solo un juego de dinero y tenemos que ser honestos al respecto. Lo hemos jugado simplemente porque es un dinero extra para la UEFA». El próximo Mundial se celebrará en Catar en el mes de noviembre de 2022, alterando por el dinero del petróleo y el gas todas las competiciones de fútbol del planeta para evitar el sofoco veraniego del desierto en el golfo Pérsico. El ejemplo de la sobredosis futbolera es Pedri, 18 años, que jugó todos los partidos con el Barça en la pasada Liga, fue convocado por Luis Enrique para la Eurocopa en junio y julio y se atrevió con los Juegos Olímpicos en pleno verano de descanso para sus compañeros. Koeman le dio vacaciones al finalizar la pasada Liga, pero el regreso del canario se retrasa. Estará unas semanas más sin jugar. La Fórmula 1 lleva tiempo desgastando su imagen de recinto exclusivo y pulseras vip solo para invitados. Los dueños estadounidenses, Liberty Media, han planificado un programa de 23 carreras para 2022. Con las semanas veraniegas de rigor y el periodo circundante a las Navidades como fuente de descanso, casi se puede aventurar que habrá F1 hasta en la sopa el resto del año. «En la F1 dirigíamos un restaurante de cinco estrellas Michelín, no una hamburguesería», resumió Bernie Ecclestone, el antiguo ser supremo, que hizo atractiva la F1 por el lujo y su aura inaccesible. Empeñada Liberty en un trazo más grueso, obligará a los protagonistas de la caravana a echarse a los aeropuertos como los bandoleros al monte. Su excelencia el dólar manda. Ya son más las carreras fuera de Europa que en el viejo continente, lo que se traduce en más horas de vuelo, más dificultad para el desplazamiento de material y más tiempo en la burbuja del paddock. Difícil conciliación Algunos pilotos ya han alzado la voz. Sebastian Vettel, cuatro veces campeón del mundo conRed Bull, opina que «el objetivo debería ser un campeonato sostenible, teniendo en cuenta los recursos humanos. Hay mucha gente involucrada que debería tener una vida normal fuera del trabajo. Mecánicos, ingenieros, personal... tienen familia e hijos a los que cuidar». Daniel Ricciardo, piloto de McLaren, cree que sería necesario «tiempo libre para desconectar». Franz Tost, veterano director de Alpha Tauri, reniega de estos postulados. «Si a alguien no le gustan 23 carreras, debería irse de la F1». El tenis no ha ampliado su cuota de pantalla con más torneos, pero hay una razón: ya no tiene más semanas libres en su trepidante ritmo que engloba cemento, el ciclo de tierra en Europa, cada vez menos concesión a la hierba y de nuevo el hormigón para cerrar la temporada. Una frase célebre de Rafael Nadal resume el calendario de las raquetas. «No recuerdo haber jugado nunca sin dolor», dijo. Una figura como él puede alcanzar los 90 partidos al año, obligados los mejores jugadores a concursar por ranking en los nueve Masters 1.000 y en las cuatro citas del Grand Slam (Australia, Roland Garros, Wimbledon y Estados Unidos). En el sector masculino (ATP) hay 65 torneos cada año. Y más de sesenta en el femenino (WTA). Cumplidos los objetivos anuales o franqueado el Masters (este otoño se disputa en Guadalajara, México), el final de curso es propicio para darse de baja en según qué torneos (Badosa y Muguruza han renunciado a la Billie Jean King). Eso sí, la Copa Davis, en principio prevista para siete días por su promotor Gerard Piqué, abarcará desde este año más espacio (10 jornadas) en el final de cada sesión. El ciclismo ha ampliado horizontes y posibilidades de enriquecimiento con el World Tour. Hace diez años había 28 pruebas de obligado concurso para los equipos de la primera división. En 2022 habrá 33. La planificación actual de los ciclistas, que se realiza en base a los datos y los potenciómetros más a que a las sensaciones, no ha cambiado demasiado respecto a las últimas temporadas. Los organizadores de carreras no han ampliado la cobertura de las grandes vueltas, las clásicas son lo que siempre han sido y solo los viajes transoceánicos agitan de alguna manera un deporte que no ha experimentado demasiadas modificaciones en su estructura competitiva. El Mundial más largo No es lo que sucede en el Mundial de motociclismo, que hace dos semanas anunció la hoja de ruta más extensa de su historia, 21 carreras, dos más que la presente temporada y tres más que hace diez años. En la última década, la electricidad de MotoGP se condensó en 18 pruebas desde 2012 a 2017. Dorna, la empresa propietaria, explora nuevas rutas en Finlandia (KymiRing) e Indonesia (Mandalika) y en dura competencia con la F1, ya que será inevitable la coincidencia de domingos con los coches. Las motos visitarán dieciocho países, un trasiego sin fin por los aeropuertos de medio mundo, la complicación logística inevitable, y siempre España al mando con cuatro grandes premios (Jerez, Montmeló, Aragón y Cheste). «Ya llevamos catorce partidos y no ha terminado octubre», comentó ayer sin ánimo de llanto el entrenador del Real Madrid de baloncesto, Pablo Laso. «El calendario es exigente, pero sería absurdo quejarnos porque es el mismo para todos». El baloncesto europeo es ese deporte fascinante en el que nunca se sabe cuando se juega ni a qué competición pertenece el partido que emite la televisión, tal es el cruce de fechas y horarios. La sobrecarga de partidos para los clubes con ambiciones, tramo de selecciones aparte, puede abarcar más de noventa encuentros al año. No extraña la frase de Rudy Fernández que dio a ABC. «Estoy un poco cansado de baloncesto».
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