sábado, 30 de octubre de 2021

Cara o cruz en el PSOE gallego

Primero los tópicos: cualquier votación no deja de ser una fiesta de la democracia, y hoy el PSdeG celebra la suya, en la que elegirá entre continuidad o renovación al frente del partido. Ahora la realidad: Gonzalo Caballero y Valentín González Formoso se enfrentan hoy en las urnas tras una campaña de perfil bajo, sin mucha propuesta novedosa para la formación salvo llamadas al orgullo socialista y a recuperar el ánimo tras la sacudida de las autonómicas, donde el BNG los adelantó de largo por la izquierda gracias a una tendencia alcista que no da visos de agotamiento. Aunque la cordialidad haya sido el maquillaje externo, por debajo ha traslucido una confrontación a cara de perro entre oficialismo y sector crítico, que se dilucidará con un vencedor pero que amenaza con dejar heridas en el partido. Gonzalo Caballero representa la continuidad, el más de lo mismo bajo el argumento de que su proyecto para Galicia —derrotado abrumadoramente por PP y BNG— necesita tiempo para alcanzar los niveles de las municipales o las generales —donde, con Sánchez de candidato, llegaron a batir a la derecha por primera vez en la historia de la región—. Su lastre es interno y externo. El primero, tras cometer la ‘osadía’ de retocar las candidaturas de las elecciones municipales en las ciudades para colocar a sus afines, a pesar de que las listas habían sido refrendadas en primarias. Tampoco encaja bien la crítica, y en esta campaña se asistió con sonrojo al controvertido artículo de su número dos, José Antonio Quiroga, que llamaba desleales a Besteiro y Formoso por estar construyendo una alternativa a la dirección actual. El lastre externo es la percepción de sucursal de Ferraz y del Gobierno de España que ha implantado Caballero durante su etapa. El líder socialista es incapaz de hacerle un matiz —no ya un reproche— a cualquier decisión que emane del Consejo de Ministros y que sea lesiva para Galicia, del mismo modo que ha sido incapaz de compartir el protagonismo de aquellas medidas que sí han respondido al interés de la Comunidad. Ferraz no lo quiere por considerar que ha tocado techo y que no tiene la proyección suficiente, y así lo ha trasladado en público y en privado, aunque él lo niega con insistencia y repite el mantra de que Sánchez lo apoya. Juega así a disfrazarse de outsider frente al aparato —papel con el que ganó las primarias de 2017 frente a Villoslada—, aunque hoy es él el aparato, por su condición de secretario general. El argumento de Caballero no es casual, porque precisamente Valentín González Formoso presenta el aval no solo de su gestión al frente de la Diputación de La Coruña sino del respaldo de pesos pesados del partido, como los alcaldes de La Coruña, Lugo, Santiago o Ferrol. Vigo ha guardado silencio, por aquello del parentesco entre los dos ‘Caballero’, y ha optado por la neutralidad, al menos en público. El de Valentín es un proyecto de la vieja guardia, más un PSOE de toda la vida que uno instalado en la ocurrencia de querer ser cada día una cosa. Si Caballero representa al Sánchez del primer día, Formoso está más cómodo con la chaqueta socialdemócrata que se colocó el presidente del Gobierno en el congreso de Valencia. El de As Pontes quiere rebajar el presidencialismo del partido y devolver voz y voto a los estamentos intermedios, las «baronías» contra las que tanto alerta Gonzalo Caballero por ser «un modelo del pasado». La palabra la tienen los 10.074 afiliados socialistas con derecho a voto. Un 40% están en la provincia de La Coruña, un 25% en Pontevedra, un 20% en Lugo y el resto en Orense. A las diez se abren las urnas y se cerrarán a las ocho, y sobre las 21.30 puede haber escrutinio. Por último, las cábalas. Caballero podría ganar en Orense y sacar buenos resultados en las ciudades de Vigo y La Coruña. Formoso se prevé que defienda su provincia —salvo la capital, que no controla—, que se lleve Lugo con solvencia —el apoyo de Besteiro es decisivo—, pueda ganar Pontevedra —excepto Vigo— y rasque sobre un 30% en Orense. El resultado final va a estar muy ajustado. Y gane quien gane, se encontrará con un partido débil y herido. A votar, pues.

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