viernes, 29 de octubre de 2021

El asesino de Logroño creyó que la víctima era una chica por su disfraz de niña de 'El Exorcista'

«¿Qué haces con ese niño?». «Me lo ha traído una amiga y se me ha desmayado». Francisco Javier Almeida, de 54 años, no se inmutó cuando su vecino lo descubrió con el cuerpo de Alex en sus brazos el jueves por la noche. Sabía lo que era violar y matar. Estaba plantado delante del ascensor, un piso debajo del que vive, tratando de bajar al garaje donde guarda su coche. Acababa de descubrir que la criatura a la que había celado en el parque de al lado con que le iba a enseñar unos pájaros y un cachorro era un niño y no una chiquilla, como creyó, al ver su peluca de mujer del disfraz de niña del exorcista. Un minuto después dos guardias civiles se le echaron encima mientras llamaban a una ambulancia y decenas de vecinos de la urbanización Villa Patro de Lardero (La Rioja) buscaban desesperados a Alex de nueve años. Quince minutos mediaron entre la llamada de auxilio de la madre al enterarse de que su hijo había desaparecido y el hallazgo. Quince minutos y menos de 200 metros sentenciaron al pequeño. Y un depredador sexual, que se había refugiado en un bloque de pisos de alquiler en el que nadie hace preguntas, tras salir de prisión en abril del año pasado en libertad condicional. Alex había ido con sus padres y su hermano de seis años a un local contiguo, en el parque Entrerríos, a celebrar una fiesta. Estaba feliz con su disfraz y ajeno al acecho del pederasta. Almeida, que cumplió 22 años de cárcel por violar y asesinar a una mujer en 1998, y otros cuatro por agredir sexualmente a una niña de 13, vecina de su bloque en Logroño, llevaba semanas espiando a las crías. Ellas se habían dado cuenta de la mirada de ese hombre mayor que se apostaba en el túnel de salida del parque e incluso lo habían fotografiado asomado a su ventana. «Un hombre nos dijo que fuéramos a su casa para enseñarnos unos pajaritos», le contó una de las pequeñas a Susana, su madre. Ocurrió el día 14. La Policía local le dijo que no había base para denunciar. El lunes se presentó otra denuncia porque un individuo sin identificar se había acercado a otra niña a la salida del colegio que hay enfrente de la vivienda donde mató a Alex. La descripción aportada por la última menor no coincide con la de Almeida, según la Guardia Civil, pero ahora un barrio, un pueblo entro mira con rabia hacia ese bloque de pisos nuevo e impersonal, y señala la guarida del monstruo. Es un clamor:«Se podía haber evitado. Si mi hijo de 12 años se dio cuenta de que ese viejo los espiaba cómo no lo hizo la Policía», clama Rebeca, rodeada de madres. Nadie sabía que el hombre del audífono que apenas se relacionaba con nadie, decía trabajar en una empresa de limpieza para discapacitados, y no hablaba de su vida era el asesino de la inmobiliaria, un crimen que conmocionó Logroño a finales de los noventa. La dirección que consta en su expediente está en la capital riojana. Tampoco tenía ninguna medida de vigilancia tras cumplir 22 de los 25 años en los que quedó su condena. «Me empezó a mandar mensajes para que quedáramos a solas y eso me molestó» Yamiliana y su marido, vecinos del piso de abajo, habían compartido alguna cena con él. Parecía un tipo afable y discreto hasta hace unos meses cuando lo sacaron de sus vidas. «Me empezó a mandar mensajes para que quedáramos a solas y eso me molestó». Lo bloqueó en el teléfono y hasta ayer, cuando su marido, se cruzó con él y con el cuerpo de Alex tras bajar a abrir el portal que aporreaba la Guardia Civil. Ni quince minutos. Ese fue el tiempo en el que todo el barrio se movilizó. Una tía del niño entró desesperada al bar Chester, a escasos 50 metros, preguntando por él. Todos se conocen, son parroquianos habituales. Rebeca, que tiene una peluquería en la esquina opuesta del parque pidió a su hijo de 12 años que hablara con sus amigos. Fue una niña la que contó que Alex se había ido con Almeida (el hombre sin nombre en ese momento) para ver un cachorro. Se lo llevó a la vista de todo el mundo, en unos segundos en los que el crío se había sentado con una amiga en un banco mientras llegaba la hora de la cena. El resto de niños se habían marchado cuatro minutos antes. «Solo se acercaba más para hablarte por el audífono que lleva, pero yo jamás noté una mirada extraña», El móvil del crimen parece claro y ha reabierto el debate sobre la reinserción de los depredadores sexuales, los monstruos de la puerta de al lado, que se escapan por las rendijas del sistema. «Parecía totalmente inofensivo». Hace dos semanas Joanna, camarera del bar Anayet, a la vuelta de la esquina le vendió unas cervezas como tantas veces. «Toma, he dejado de fumar, voy a ahorrar que tengo una deuda y cosas que solucionar», le dijo mientras extendía una decena de mecheros sobre la barra. «Solo se acercaba más para hablarte por el audífono que lleva, pero yo jamás noté una mirada extraña», a segura. Acaba de descubrir que algún compañero suyo sí escuchó a Almeida hablar de soslayo en una ocasión sobre su pasado en la cárcel por haber matado a una mujer. La Guardia Civil tuvo que protegerlo cuando lo sacó el jueves por la noche del bloque 5 de la calle Río Linares de Lardero. Almeida parecía ajeno al horror que acababa de provocar. Decenas de vecinos se concentraron enfurecidos al grito de «asesino, hijo de puta». Ayer cambiaron los insultos por la pena y el altar. Dos, en realidad, improvisados en memoria del niño juguetón y extrovertido al que no ponen cara porque el parque donde lo cazó el monstruo no era su territorio habitual de juegos. Vivía en Lardero con su familia pero asistía al colegio del Sagrado Corazón en Logroño. Ayer la Guardia Civil realizó una inspección ocular en la vivienda durante cuatro horas en la casa en presencia del detenido y de la secretaria judicial.

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