domingo, 31 de octubre de 2021

Coquetear con el caos

Se van a cumplir siete años del 9-N, aquella consulta con urnas de cartón que culminó en el abrazo de Artur Mas y David Fernández. Al entonces President solo le faltó propinar un beso de tornillo, estilo Breznev & Honecker, al orondo líder anticapitalista. Un año después del abrazo, noviembre de 2015, el portavoz de la CUP, Antonio Baños, decía no a la investidura en segunda vuelta de Mas. La argumentación del voto sonaba a cachondeo: «Decimos no hoy, pero es un no tranquilo, no es un no enrocado, hay que seguir negociando». De nada sirvieron a Mas, burgués de Tuset travestido en caudillo de ’revolución’ sonriente, sus ‘astucias’ contra el Estado. En enero de 2016 la CUP ratificaba por amplia mayoría el acuerdo con Junts per Sí para investir a Carles Puigdemont. Benet Salellas se jactaba de «haber enviado tanto a Mas como a los consejeros Irene Rigau, Boi Ruiz y Felip Puig a la papelera de la historia». La monitorización de los anticapitalistas sobre los neoconvergentes de Junts pel Sí se hizo notar a lo largo de 2016 con el veto de los presupuestos y la cuestión de confianza a la que debía someterse Puigdemont, el President ungido por las CUP. Mas añoraba el abrazo con Fernández y el vacile –«amable» decía el Astut– de Baños. Como la rana de la fábula, había descubierto la naturaleza del escorpión: «Las caricias de según que personas de la CUP se acaban convirtiendo en cuchilladas», declaraba con amargura. La afirmación, junio de 2016, podría hacer pensar que Mas arrumbaba su coquetería antisistema para entonar algo parecido a la palinodia. Designado en su momento por Jordi Pujol para guardar la poltrona convergente, mientras llegaba el turno del delfín Oriol, antes de que este fuera defenestrado por el caso ITV, el mediocre Mas se subió al carro separatista para tapar las corrupciones de su partido… Pero el radicalismo de Puigdemont lo acabó desbordando. Hasta aquí el Auca del Astut para quienes hayan olvidado uno de los –abundantes y bochornosos- episodios del procés. Ha tenido que pasar una década para que las elites económicas que no le hicieron ascos al aventurismo bendecido por la antigua Convergència, Esquerra y la CUP reconozcan, negro sobre blanco, la magnitud del desastre. El Círculo de Economía denuncia ahora que la pinza del separatismo y la izquierda eco-comunista coarta la prosperidad de Cataluña. Un modelo, por llamarlo de alguna manera, que «a menudo es fuertemente ideológico, con falta de pragmatismo». Política «por los extremos», «apología del decrecimiento». Demonizar la inversión privada conduce a la «irrelevancia…2 Decadencia económica, fractura de la convivencia y, lo que es más grave, ausencia de autoridad en el gobierno catalán; o, mejor dicho, de ‘auctóritas’: entendida en su etimología latina como «aquella personalidad o institución que tiene capacidad moral para emitir una opinión cualificada sobre una decisión». Los gobiernos separatistas «mandan» pero no aquilatan sus decisiones con ‘auctóritas’ pues ignoran a la mitad de los catalanes. También desautorizan a las fuerzas de seguridad. Dos mil agentes de la policía catalana claman contra el ninguneo de un ejecutivo autonómico –«la república no existe, idiota»- que, día sí y día también, les deja a los pies de los caballos antisistema. Mientras los agentes piden respeto, el cupero Xavier Pellicer propone crear un redivivo Comité de Salud Pública para fiscalizar a los mossos. Primero fue el cuestionamiento del modelo policial: la radical Dolors Sabater preside la comisión parlamentaria. Ahora, la segunda parte: «des-autorizar» a unos cuerpos policiales ya condenados a la intemperie por cuatro consejeros de Interior. Acotación histórica. Cuando Goded se sublevó en Barcelona el 18 de julio de 1936, el gobierno de la Generalitat se cobijó en la Prefectura de Vía Layetana (antes de franquista fue republicana). Así lo cuenta el cenetista García Oliver en ‘El eco de los pasos’: «Companys, refugiado desde las primeras horas del día en la Dirección General de Orden Público… no parecía muy animado a salir a la calle a pegar tiros. Como en octubre [del 34], se reservaba para la radio y para enterarse de cómo se hacían matar los demás y, en todo caso, también como en octubre, para rendirse». Los anarcosindicalistas aplastan la sublevación y Companys puso la Generalitat al servicio del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña: «Sois los dueños de la ciudad y de Cataluña… Habéis vencido y todo está en vuestro poder…» Tras la orgía criminal del 36, Companys recurrió a los estalinistas en mayo del 37 para deshacerse de la incontrolable CNT-FAI: el gobierno del prosoviético Negrín acabaría de desactivar la autonomía catalana. Los idilios con la «revolución» acaban siempre mal. Desprovistos de ‘auctóritas” por la mediocridad de sus gobiernos, sectarios en sus políticas, incapaces de consolidar la autoridad de las fuerzas del orden, Junts y Esquerra siguen coqueteando con el caos.

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