jueves, 28 de noviembre de 2019

Los ascensores «invaden» la acera para salvar a los barrios más envejecidos

María Luisa tiene 80 años, dos operaciones de rodilla y un bastón en el que se apoya a diario para hacer frente a su más que ostensible cojera. Hace seis años dejó de ser «presa» en su propio domicilio, un tercero hasta entonces sin ascensor, situado en una de las zonas más antiguas de Canillejas. «Había dejado de salir a la calle», resume su hija, consciente de que el «mamotreto» instalado en la acera, debido a la falta de espacio en el interior del edificio, le ha cambiado la vida. Su caso es solo uno de los cientos que han venido alterando el paisaje urbano de la capital. Sobre todo en los barrios más humildes. Desde 2017, el Ayuntamiento ha resuelto la colocación de 241 elevadores en la vía pública, siendo los distritos de Puente de Vallecas (63), Moratalaz (53), Hortaleza (48) y Ciudad Lineal (37) los que se han visto más afectados. Estos elevadores, conocidos como «ascensores torre», han ganado cuerpo en el parque de viviendas más antiguo de Madrid. Pese a que la competencia corresponde a los distritos donde son levantados, en julio de 2017 se constituyó una mesa técnica para agilizar la tramitación de licencias. Desde entonces, este grupo de trabajo, formado por miembros de diferentes áreas competentes, es el encargado de analizar todas las solicitudes que afectan al suelo público. Según datos facilitados por el Consistorio, en los últimos tres años se han elevado a la Mesa Técnica de Ascensores 341 proyectos, resolviéndose 241 favorablemente, 14 en contra y 87 aún pendientes de valoración. En la calle de la Ilíada (San Blas-Canillejas), pocos son los portales que escapan al montaje de este tipo de elevadores. «Hace unos años lo pusieron en el número 35 y ahora estamos casi todos empantanados», incide una residente de avanzada edad que prefiere mantenerse en el anonimato: «Vivo en un primero y no estoy de acuerdo en que lo instalen». En su caso, la comunidad de vecinos aprobó por mayoría iniciar las obras, obligándoles a realizar un fuerte desembolso. «Al ocupar toda la acera, hay que mover el portal y ampliar la misma hasta la calzada», añade, afligida porque el coste de esta obra es mayor, incluso, que la del propio ascensor. En esta vía, muy cerca del Wanda Metropolitano, los números 27, 29, 33 y 37 albergan ya los andamios para su remodelación. «La derrama es grande, pero también hay una gran parte del precio que está subvencionado», señala un matrimonio de ancianos satisfecho por dejar atrás las cuatro plantas de escaleras que suben cada día para alcanzar su casa. Fuentes del Área de Desarrollo Urbano, que dirige el concejal Mariano Fuentes (Cs), explican que entre las subvenciones municipales para la rehabilitación y conservación de edificios «existe una destinada a promover la consecución de la accesibilidad universal de los bloques residenciales que incluye, entre otras cuestiones, la instalación de ascensores». La Modificación Puntual de Plan General de Ordenación Urbana de Madrid de 1997, aprobada por la Comunidad de Madrid en 2008, posibilitó por primera vez la implantación de torres de ascensores en espacios públicos -vía pública o zona verde- en caso de que resulte técnicamente imposible resolver los problemas de accesibilidad en el interior de los inmuebles afectados. Con este nuevo marco, se sentaron las bases para la aprobación, en 2014, de una ordenanza municipal que regula las condiciones técnicas y urbanísticas para su correcta inclusión, además de garantizar un tratamiento común de todas las solicitudes. Para solventar los itinerarios peatonales en las zonas urbanas ya consolidadas, se permite, de forma excepcional, realizar estrechamientos puntuales siempre que la anchura libre de paso no sea inferior a 1,50 metros, distancia que puede reducirse a 1,20 metros en los enclaves que no sea posible este cumplimiento. Además, los acabados exteriores de los «ascensores torre» deben ser acordes a las fachadas de las edificaciones, de forma que no resulten antiestéticos o lesivos para la imagen de la ciudad. Una imagen que, poco a poco, ha ido moldeándose para que los moradores de los barrios más envejecidos puedan continuar con sus ritmos de vida sin que la morfología de los bloques suponga el último -y definitivo- escalón insalvable.

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