martes, 26 de noviembre de 2019

Una sanción, 2.000 millones y una camada salvadora: así se ha reinventado el Chelsea de Lampard

Acostumbrado a tener la cuenta bancaria a reventar por imposición divina, el Chelsea afrontaba esta temporada con la temeridad de quien lleva media vida saliendo a la calle con paraguas y, de pronto, debe capear el temporal con ropajes improvisados. La deidad, decíamos, tiene nombre y apellidos, procedencia rusa y un afán por acaparar títulos que rebajaban el gasto desaforado a la anécdota. Roman Abramovich llevaba, desde 2003, haciendo del equipo de Stamford Bridge un aspirador de talento con complejos de cazatesoros a medio resolver. De los Crespo, Duff, Verón o Makelele que incorporó en su primer año en el solvente barrio de Londres donde se recoge el Chelsea a Kepa, el fichaje más caro de la entidad blue , Morata o Pulisic, los tres hombres de mayor valor en su escala de gastos, el caso siempre fue el mismo: que el verano quedase como la constatación de que, este año sí, el equipo estaba al menos tan preparado como el que más para pelear por todo. Es la fórmula con la que arrivó Abramovich a un club que no contemplaba más que once títulos desde su fundación, en 1905. Con él, casi 2.000 millones de euros después, la fórmula se ha resuelto con otros 18, con la Champions League que en 2012 levantó Roberto Di Matteo como estallido extático, y el trabajo de José Mourinho en el trienio 2004-2007 como culmen deportivo del proyecto. Todo se torció el pasado mes de febrero después de que la FIFA sancionase al Chelsea sin fichar durante dos ventanas de traspasos –la del pasado verano y la del invierno próximo– por la incorporación irregular de menores de edad. La solución a todos los problemas del conjunto inglés se evaporaba y, tras ella, dejaba un vacío en forma de planificación deportiva que urgía saber rellenar. El alivio, apenas una palmadita en la espalda para una institución habituada a la ostentación, estaba en Christian Pulisic (21 años), la esperanza del «soccer» estadounidense, pescado del Borussia Dortmund a cambio de 64 millones de euros justo antes de recibir el castigo. Situada ante el abismo de lo desconocido, la secretaría técnica del Chelsea se aplicó para conseguir retener a Mateo Kovacic, que ya jugaba la temporada pasada en el Bridge como cedido. Lo logró, 45 millones mediante, gracias a que su ficha federativa estaba ya incluida en la FA. Al croata se sumaron las incorporaciones forzosas de una ristra de canteranos condenados, en condiciones normales –al menos en el ecosistema creado por Abramovich–, a encadenar cesiones mientras soñaban con regatear al ostracismo. A él vivieron atados, como a una condena, el espigado Tammy Abraham (22), 26 goles en 40 partidos de Championship para ascender a la Premier con el Aston Villa, partícipe antes de la pelea en el fango del Swansea y el Bristol City; Mason Mount (20), un mediapunta que por momentos parece la proyección del propio Lampard sobre el césped y que el mítico centrocampista inglés ya había tenido bajo su tutela en el Derby County, adonde fue cedido tras estar a préstamo en el Vitesse; Fiyako Tomori (21), poderoso central presente también en el Derby la última campaña, con pasado en el Hull City y el Brighton, o Reece James (19), lateral diestro de proyección que fue enviado al Wigan. Los cuatro, junto a un plan de jugador determinante como es Calum Hudson-Odoi (19), frustrado su fichaje por una grave lesión, cacique en la generación inglesa de los Jadon Sancho y Phil Foden, ventilan hoy a un Chelsea que ha encontrado en la condena su particular catarsis. Como nada es espontáneo, se impone la figura de Frank Lampard como gran urdidor de irrupciones insospechadas. El que durante muchos años fue ídolo en las inmediaciones de Fulham Road por sus aportaciones vestido de corto es hoy el gran argumento para la esperanza de la hinchada del Chelsea. Le bastó un añode experiencia en los banquillos para dar el salto al club de su vida. Claro que lo cerró clasificando al Derby para los play off de ascenso. Con «Frankie», el elenco londinense está integrado en el trío de perseguidores de un Liverpool intratable en Premier, cuarto a tres puntos de los 29 del Leicester, segundo, con los de Klopp, 37 unidades, escapados. El pasado sábado compitió de tú a tú al City de Guardiola. Su juego, siempre dinámico, propicio para que sucedan cosas, oscila entre el arropamiento tras el que los Willian –termina contrato en 2021 y parece inevitable que atrape un último gran contrato próximamente–, Pulisic –cuatro goles en las últimas cinco citas– o Abraham –segundo máximo goleador de la liga: 10 tantos, ninguno de penalti– hacen muchísimo daño, y un juego de posesión en el que Jorginho brilla como director, con un Kanté sueltísimo en campo contrario, hoja de ruta para la mayoría de partidos en las Islas. Esta tarde, en la decisiva visita a Mestalla, el Chelsea se jugará buena parte de sus opciones de seguir dando cuerda también en Europa a esta irreverente generación. Llega, como el Valencia, con siete puntos, tantos como el Ajax, que juega ante un Lille sin opciones, precisamente la pareja de baile de los ingleses en la última fecha. De poco sirve el antecedente del partido de ida, resuelto con un gol de Rodrigo, para lo de esta tarde (18.55 h, Movistar Liga de Campeones). Por aquel entonces, la hoja de resultados del Chelsea contemplaba dos triunfos en seis partidos. De aquello hace dos meses, una eternidad para la evolución sin topes de la camada de Lampard.

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