viernes, 29 de noviembre de 2019

Víctor Laguardia: «¿Disfrutar? Hay veces que no quieres ni que llegue el partido»

Ahora que los futbolistas parecen hechos por un mismo molde, el triunfo de quienes se resisten a adaptarse a la doctrina adquiere el brillo de lo distinto. Jugadores como Víctor Laguardia (Zaragoza, 1989) son los nuevos modernos. Su especie, la del defensa más preocupado por acogotar al delantero que por hacer florituras con la pelota, parece en vías de extinción. Se trata, por dar una dimensión al asunto, del jugador que más despejes hizo en la última Liga, 224. En 2014, dejó en Zaragoza a su equipo y a sus padres, enfermera ella y carnicero él, para firmar por el Alavés, en Segunda. «Desde el primer partido tuve conexión con la gente, hemos crecido juntos», cuenta Laguardia en conversación telefónica con ABC. Como Pacheco y Manu García, encabezan desde el ascenso al equipo babazorro, que hoy tratará de poner techo al despegue del Real Madrid (13.00 h, Movistar LaLiga). «Más que líder, siempre he sido valiente. Mandón no, al menos en el fútbol. Eso me llegó con los años», explica el central, que empezó como delantero. «Me costó crecer (ahora mide 1,85), y encima soy de noviembre, así que los de enero me llevaban casi un año. Era pequeñito pero rápido, y un día decidieron ponerme de libre para aprovecharlo», recuerda. Sigue: «He tenido en mi casa un respaldo bueno, con dos padres muy trabajadores que me han servido de ejemplo para saber lo que cuesta conseguir las cosas. No sé si por eso me gusta defender». A dos horas de ellos como está, coge su Audi A3 para ir a verlos en cuanto puede. Marcelino García Toral le dio una oportunidad con el primer equipo del Zaragoza con 19 años, pero enseguida llegaron las lesiones -el año pasado sufrió la tercera en el cruzado de su rodilla derecha-. «Es lo más parecido a una retirada. Tengo suerte de haberlo vivido. ¿Si he aprendido algo? A relativizar. El futbolista vive para pasar la semana de lunes a viernes. Si ganas, será semana buena. Si no, de mierda. Y otra vez a esperar el fin de semana», reflexiona. Tuvo que salir cedido a Las Palmas y Alcorcón, donde conoció el ¿barro? de la Segunda división. «Bueno, eso de barro...», interviene Laguardia, «barro son Segunda 'B' y Tercera, donde juegan muchos amigos míos». Ver jugar a Laguardia puede ser, por momentos, un ejercicio extenuante. No se le atisban respiros al central, sin concesiones para nada que no se asemeje a una batalla con cronómetro. En esas, la palabra juego parece un anatema. «Tengo muchas charlas sobre esto con compañeros. Siempre tienes esos nervios. Cuando perdía el Zaragoza, en clase nos pasábamos la semana tristes. Saber eso te da presión. De joven lo pasaba peor, sufría. Es un tema tabú, pero hay veces que no quieres ni que llegue el partido. Cuando eres joven no siempre estás capacitado para asimilar esa responsabilidad», detalla. Valdano tiene dicho que el fútbol «se jodió cuando los secadores de pelo entraron a los vestuarios». En esas, con más pelo en el mentón que en la mollera, se reivindica Laguardia como «un defensa clásico», forjado a la sombra de cicerones como Ayala, a quien pone como ejemplo de lo que el futbolista debería ser. Puestos a ser anacrónicos, Laguardia no tiene ni redes sociales. «Tenemos una vida muy pública y no es cuestión de hacerla más. No hay privacidad, desgraciadamente. Me quedo con el fútbol de toda la vida. No me gusta hablar de cosas que otra gente solo hace para aparentar. Odio presumir, me da bastante vergüenza ser el punto de mira. Soy hipervergonzoso. Mi padre siempre me echaba la bronca porque cuando ganábamos algo siempre salía por detrás. Me decía: “Joder, ponte delante”. Si no podía estar en la foto, mejor», recuerda el zaragozano. Hoy tendrá una alegría doble si la imagen del partido le pilla bien lejos de la cámara.

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