viernes, 29 de noviembre de 2019

Emery, de tipo entrañable a bufón en el Arsenal: los motivos de su despido

Unai Emery llegó a Londres entre risas. En concreto, las que suscitaba su acento cuando se esforzaba por hablar en inglés. Internet devoraba vídeos de sus alocuciones en las previas y los post partidos, con la broma siempre por bandera, pero terminó cayendo pesada conforme los resultados viciaron el aire que se respira en el Emirates. De la espectacular racha de 22 partidos sin perder que su Arsenal enlazó la temporada pasada a los siete sin ganar tras la derrota ante el Eintracht de Frankfurt del pasado jueves (1-2) ha pasado un año, el tiempo en el que el técnico de Hondarribia pasó de ser visto como un ser entrañable a un bufón, despedido ayer por la directiva gunner. A Emery se le encomendó el encargo de modernizar un club enquistado en los ideales de Arsène Wenger, el hombre que durante 22 años forjó la identidad moderna del Arsenal. Llegó el vasco con cierto anhelo de tiempo para trabajar después de dos años en un PSG donde los millones de Nasser Al-Khelaifi exigían resultados inmediatos. La música, por tanto, sonaba bien para un técnico con cartel entre los grandes del continente después de las tres Europa League con el Sevilla. Ayer, un año y medio después de su fichaje, Raül Sanllehí, director deportivo y Vinai Venkatesham, director general, enseñaron la puerta de salida al técnico, en la que seguramente sea su experiencia más gris desde que se aupó al primer nivel. Al tiempo, anunciaron la firma del mito Freddie Ljungberg como sustituto interino. Se especula con que el reemplazo definitivo del español podría ser otro, Marcelino García Toral, a cuyo nombre acompañan en las listas de futuribles rostros conocidos como el de Nuno Espirito Santo o Massimiliano Allegri. Más allá de conjeturas, la realidad pasa por un Arsenal que marcha octavo en la Premier, a ocho puntos de la cuarta plaza. La posibilidad de volver a perderse la Champions después del batacazo que el curso pasado supuso quedarse fuera, quinto terminó el Arsenal con sólo cuatro puntos en los últimos cinco partidos y vapuleado en la final de la Europa League ante el Chelsea (4-1), puso a Emery frente al precipicio. Si es que no lo estaba después de encadenar la peor racha de resultados del club desde 1992, tres derrotas y cuatro empates en los últimos siete encuentros. Sin relación con el vestuario Tampoco el aire soplaba de cara al ex del PSG en el vestuario, rota la relación con los jugadores de más jerarquía después de algunos vaivenes a la hora de gestionar asuntos como el de la capitanía, en un primer momento dejado de la mano de los futbolistas y después arrebatada del brazo de Xhaka cuando abandonó el césped del Emirates al grito de «que os jodan». Optó entonces Emery por entregársela a Aubameyang de forma arbitraria, precisamente uno de los hombres empecinados en perder de vista al español. En Inglaterra se rumoreaba que ni el gabonés ni Lacazzete se planteaban renovar si el técnico seguía. Su inglés macarrónico, además de dar lugar a burlas, terminó siendo un impedimento para hacer entender su doctrina, algo manifiesto visto lo visto en el campo. Si acaso se podrá incluir en la hoja de méritos de Emery el haber dado voz a jóvenes de futuro esperanzador, caso de Martinelli, Willock o Saka. Claro que Pepé, el fichaje más caro de la historia del club, todavía es un cuerpo extraño en el equipo y Özil, el mejor pagado, no pasa de actor de reparto. Ni siquiera acertó Emery con el cambio de rumbo en los análisis: detuvo los viajes de sus ojeadores y les pidió que diseccionasen los partidos en vídeos cortos, pues quería poder ver todo por sí mismo. En el vuelo de vuelta tras empatar con el Vitoria Guimaraes, a la postre un epítome de lo que estaba por venir, Emery tuvo que sentarse solo.

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