jueves, 28 de noviembre de 2019

El día a día junto a los okupas de La Enredadera: «Nos complican la vida desde hace más de 10 años»

Sábado por la noche en la calle de Anastasio Herrero, en Tetuán. Decenas de personas se arremolinan, antes de las nueve, frente al número 10. La concentración, que más tarde derivará en fiesta, la ha convocado un grupo de izquierda radical que desde hace diez años se ha adueñado del edificio: son los okupas de La Enredadera. En la acera comienza el jolgorio: algunos de los invitados fuman, otros beben apoyados en los coches. Los vecinos de las casas colindantes no pueden más. «Llevamos mucho tiempo así y nadie hace nada. Nos complican la vida desde que llegaron los primeros, hace una década», cuenta una de las moradoras, que ya está harta de llamar cada fin de semana a la Policía. «Sobre las 21 horas, empieza la música, y no para de sonar hasta después de medianoche. Se escuchan las voces de dentro y, después, cómo se quedan comentando en la calle», relata otro hombre. Ninguno quiere decir su nombre. De la destartalada fachada del inmueble cuelga una pancarta y destacan los grafitis. «La solidaridad es un arma peligrosa si se sostiene con firmeza», dice la primera; «el único tesoro que le queda a la ciudad es el barrio», se lee en la pintada. Las ventanas del primer piso están tapiadas, desde que el dueño los intentó desalojar; en el segundo y en el tercero se observan cristales rotos y mantas que cuelgan de ellos para impedir ver el interior. Lo mismo sucede en el bajo: las cristaleras están repletas de carteles antiguos que denotan el estado de dejadez en que mantienen el edificio. De casi todas las ventanas de la azotea asoman cables que se enganchan en la planta baja; además de una bañera y varias sillas que decoran una terraza. El dueño del inmueble hace 10 años cedió mediante un contrato el edificio para que en él se llevasen a cabo actividades concretas y lo mantuviesen en buenas condiciones. En 2014, al ver que los okupas no hacían lo pactado, sino actividades «antifascistas», decidió denunciarlos y pedir su desalojo alegando «incumplimientos» en ese contrato. Los hechos coincidieron con un grave enfrentamiento que tuvieron los miembros de La Enredadera con los del Hogar Social, estos últimos de extrema derecha y que entonces vivían en la calle de Juan de Olías, a tan solo 400 metros. El Departamento de Disciplina Municipal del ayuntamiento de Manuela Carmena emitió en 2016 y 2017 al menos dos notificaciones por no cumplir con las actividades para las que está destinado el edificio, ya que los radicales se negaron –al igual que sucedió con La Ingobernable– a constituirse como asociación legal. Debían hacerlo si querían seguir existiendo. Los okupas se jactan de eso: «Empieza a ser costumbre que todos los veranos la burorrepresión llame a nuestra puerta». En su web defienden la usurpación. «Hay edificios de gente rica que llevan abandonados muchos años. Los okupas los reutilizan. La Policía les molesta, les echa a la calle y eso nos parece injusto, porque es una injusticia que con la necesidad de viviendas que hay, haya casas vacías en el barrio», escriben. El mismo año, la casa estuvo a punto de echar el cierre con el intento de aprobación de un plan urbanístico para que la empresa Inmoferal construyese 11 viviendas de lujo en el espacio, después de que el dueño solicitase el cambio de licencia de uso industrial a residencial; pero las obras se paralizaron y el cartel todavía se puede ver en la parte trasera del inmueble. Ellos se denominan «centro social autogestionado», con actividades como clases de refuerzo escolar. «Nunca hemos visto entrar a un niño», dicen los vecinos: «Lo que vemos es que dentro hay un bar y casi todas las semanas una furgoneta descarga cajas de cerveza».Según su relato, también han montado un gimnasio y hacen talleres de tatuajes que ellos mismos promocionan a través de las redes sociales.

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