
Cuando el pasado 14 de septiembre Marixol Iparraguirre, la mujer que lo ha sido todo en ETA, reconoció ante un tribunal que en 1997 ordenó matar al Rey y volar el Guggenheim había dos lecturas rápidas posibles. Una, que a estas alturas querría arrogarse el mérito de intentar lo que sus acólitos apreciarían siempre como una hazaña. Otra, que siete juicios en la Audiencia Nacional y 20 años de condena en Francia después, la voz en 'off' que radió la disolución de ETA en 2018 había también tirado la toalla. Es la letra pequeña de aquel reconocimiento, en forma de un escrito de acusación de la Fiscalía que asumió sin ambages, la que inclina la balanza. Ese documento que aceptó...
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