viernes, 20 de marzo de 2020

Un batallón de universitarios para dar clases gratis durante la cuarentena

El coronavirus ha traspasado nuestras fronteras como un tsunami pero, inmediatamente después, le ha seguido una ola de solidaridad para contrarrestar sus daños. Y una de las muchas iniciativas que han despertado en los últimos días está destinada a los 1,5 millones de alumnos madrileños, de todas las edades, recluidos en sus casas desde que el Gobierno regional suspendiera la actividad lectiva por la pandemia. Esta semana, la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid ha puesto en marcha un servicio de apoyo educativo, en el que estudiantes voluntarios ya imparten clases «online» a los menores. El mismo día en que el Ejecutivo de Isabel Díaz Ayuso anunció el cierre de las aulas, el decano de la institución, Gonzalo Jover, declaró a sus compañeros: «Como facultad, tenemos que aportar». Y el equipo decanal se puso manos a las obra para crear contra reloj un sistema que permitiese atender a los alumnos mientras dure el confinamiento. El formulario «online» para las inscripciones abrió este mismo lunes y tuvo que cerrar al poco, dada la cantidad de solicitudes que recibió en las primeras horas. Ya son un centenar de estudiantes —de diferentes cursos y titulaciones—, bajo la tutela de los docentes, que dedican su tiempo a preparar las clases para 400 familias. «Tengo vocación, es una oportunidad para aprender», dice, en conversación telefónica con ABC, Almudena Alfonso, estudiante de cuarto de Educación Infantil, que monitoriza a un niño de 7 años. Desde este lunes, esta madrileña de 27 años prepara a diario una serie de «fichas» para que complete su alumno —de redacción o anatomía básica— y que corrige después. Carolina Cumplido, también estudiante de último año y «con vocación», empezó el miércoles. Al mediodía, se conecta, en su casa de Moratalaz, para entretener a un pequeño de 5 años que vive en Carabanchel. Primero, le bombardea con escritura y matemáticas y, al final de la clase, introduce algún juego, como el clásico «Veo, veo», o lee un cuento. Es una oportunidad para aplicar los recursos que utilizó durante las prácticas del último año de carrera, canceladas tras el estallido de la crisis sanitaria. Pero también es todo un desafío. «Es complicado, hasta que ves el nivel del niño, no estás adecuado a él. Y, como no es presencial, es difícil mantenerlo quieto», reconoce. «Tienen que adquirir competencias, crean recursos y el acceso a ellos, y con muchísima creatividad», apunta la delegada de Calidad del decano, Esther Rodríguez, al pie del cañón de esta iniciativa y con 18 universitarios a su cargo. «Están surgiendo muchas formas alternativas de enseñar conocimiento, lo investigaremos cuando acabe todo esto», opina Laura Camas, profesora y estudiante de doctorado, también tutora de varios voluntarios. Aunque el sistema creado por la Facultad de Educación se encarga de recolectar los datos de las solicitudes y poner en contacto a profesores, estudiantes y familias, a partir de ahí, los voluntarios gestionan el resto del proceso. Y están preparados para cubrir todos los niveles, desde Educación Infantil hasta la preparación de la selectividad (EvAU); también el ocio de los más pequeños y aquellos con dificultades de aprendizaje. Solo necesitan un ordenador y herramientas como Skype o Google Meet. «Tienen muchas ganas de ayudar. Envían mensajes muy bonitos, de apoyo», asegura Rodríguez. Y recuerda la respuesta de uno de los beneficiarios: «Estoy llorando de la emoción». Se buscan voluntarios Con todo, faltan manos. El centenar de voluntarios, en una facultad con casi 6.000 estudiantes matriculados —el 90 por ciento, mujeres—, no dan a basto con la cantidad de solicitantes, incluso, de fuera de la Comunidad de Madrid. «Me entristece mucho, no se ha apuntado casi nadie», lamenta Almudena. En su grupo de Whatsapp de la universidad, solo cuatro de sus 70 miembros se han ofrecido para regalar su tiempo a los niños. Muchos alegan que deben trabajar en la memoria de prácticas y el Trabajo de Fin de Grado (TFG). «Es necesario que echemos una mano, no vas a estar 24 horas haciendo el TFG», señala otra estudiante, Sandra López. Por desgracia, a última hora, ella ha tenido que bajarse del barco, pues uno de sus familiares ha contraído el Covid-19 y «no está centrada». No obstante, estas son las únicas incidencias de un servicio que ha arrancado con éxito, fiel al objetivo del decano Jover, que hace dos años que ocupa el cargo. «El contacto de la universidad con la realidad», expresa su delegada de Calidad, que aprovecha para azuzar al resto de universidades a seguir el ejemplo de la centenaria facultad complutense.

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