lunes, 30 de marzo de 2020

Aviones fugaces

Desde que nos paralizó la pandemia los políticos miran al cielo desde sus ventanas buscando el rastro que dejan los aviones. En estos cielos limpios, con las autopistas aéreas tan vacías como las terrestres, sus estelas son aliento que ojalá pudiera verse desde cada uno de los balcones. Es otra peculiaridad de la cruenta batalla invisible que nos está tocando vivir. Los aviones en todas las contiendas desde los inicios del siglo XX habían sido el sonido seco de la guadaña cortando el aire, el relámpago de la barbarie, el grito del enemigo y el preludio de la destrucción indiscriminada. Hoy, sin embargo, anhelamos su llegada para proteger al ejército blanco entregado a salvarnos, el único dique de contención para definir la magnitud final del enorme desastre. Solo esos aviones permitirán la primavera. Porque estas semanas las cigüeñas vienen de París y los aviones de China. De la misma China que exportó la muerte hace tan solo un puñado de meses. De esa de la que huíamos antes de dejar de ser libres. Pero la muerte siempre es ingrata y le cuesta poco cambiar de bando. Y esa China gigante y herida ahora abastece al mundo de mascarillas, batas y respiradores. La potencia comunista especula jugando al capitalismo despiadado. La España de las diecisiete velocidades no iba a ser menos y aquí cada uno pide pista para sus aviones. En eso consiste el Estado de las Autonomías, en gestionar más rápido. El Gobierno de Sánchez iba a centralizar las compras de material sanitario pero ha acabado centralizando solo el BOE de coalición y los datos en rueda de prensa sin prensa. Así se desató la carrera de los aviones, que no están los hospitales para paciencia. Castilla y León junto a otras autonomías vio aterrizar el primero la semana pasada en Zaragoza. Los del Gobierno de España no han empezado a llegar hasta este fin de semana. Mañueco ha anunciado hasta once aviones más, hoy se anuncia con la misma ilusión con la que un día pregonará la vacuna. Estos aviones son el último rastro de una globalización que ahora termina en aquella otra ventana. Aviones fugaces a los que pedir esperanza.

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