lunes, 30 de marzo de 2020

El plasma de Sánchez

En La Moncloa han conseguido superar aquello de «usted pregúnteme lo que quiera que yo le responderé lo que me da la gana». La respuesta del pasado sábado de la directora general de Cartera y Farmacia a una pregunta de ABC sobre la compra de mascarillas a China pasará a la historia del periodismo español, por indigna. Pero no hay que cargar contra esta señora, que evidentemente no domina las artes de la elocuencia: ella, por su falta de experiencia mediática, es ya el rostro de la enorme impostura que son las ruedas de prensa de La Moncloa. El cinismo también requiere de práctica. Dado que el presidente Sánchez ha decidido adoptar la terminología bélica para afrontar la crisis del coronavirus, e incluso está copiando las frases de George W. Bush tras el 11-S, me permitiré recordar dos consignas típicas en tiempos de guerra, dos enunciados que describen la estrategia que hoy se dicta desde el todopoderoso Palacio de La Moncloa para silenciar a toda forma de oposición. «La verdad es la primera víctima en toda guerra». En el cuartel gubernamental se están esmerando mucho en convertir esta frase en realidad. Es una censura previa intolerable que las preguntas de los periodistas al presidente del Gobierno, a sus ministros o a los técnicos, sean filtradas por la Secretaría de Estado de Comunicación. La crisis del coronavirus es, como diría Pajín, planetaria y este método de censura previa no lo aplican ni Trump, ni Macron, ni Conte. En España, Casado y Arrimadas se someten periódicamente al control de los periodistas que les siguen habitualmente. Les pueden preguntar, como siempre, con la única diferencia de que lo hacen a través de una pantalla. Sin embargo, en las ruedas de prensa de La Moncloa una pregunta realmente incómoda no pasará jamás el corte, no al menos sin que se haya preparado oficialmente la respuesta; y el periodista no podrá repreguntar ante una evasiva o una mentira. Además, las preguntas que sí convienen al Gobierno serán siempre adecuadamente formuladas y previamente preparadas. Todo para el lucimiento del Ejecutivo, y para estremecimiento de la prensa libre. Hace unos años muchos periodistas criticamos la alergia del entonces presidente Rajoy a ofrecer ruedas de prensa, hasta el punto de que el eslógan del «plasma de Rajoy» hizo fortuna y se convirtió en un problema para su Gobierno y para su partido. Lo de Sánchez no es ya sólo un plasma, es que el mando a distancia lo tiene un miembro de su Gobierno. ¿Quién vigila al vigilante? «La primera victoria en una guerra es situar el campo de batalla en el territorio del enemigo». Sánchez está tratando de matar a la oposición desde el mismo discurso de investidura: ¿Recuerda usted, amigo lector, cómo dedicó gran parte de una intervención diseñada para convencer a la Cámara a atacar a «las derechas» y dibujarlas como una oposición uniforme, intransigente y reaccionaria? Ahí empezó todo: a la oposición ni agua. Dos meses y medio después, asolado por una crisis que se negó con necedad a ver, Sánchez identifica torticeramente crítica con deslealtad. Es su forma de señalarles y de convertirles en protagonistas, es la forma de tratar de llevar la disputa al territorio del adversario. La oposicion y la Prensa no deben callar, sino observar, reconocer los aciertos y denunciar los excesos. Con lealtad, pero con firmeza. Lo contrario sería someterse al plasma de Sánchez y abandonar a los ciudadanos.

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