sábado, 28 de marzo de 2020

San Isidro, el 8-M de la gripe de 1918

Jóvenes con gorras de plato y pañuelo, militares de reemplazo, madres e hijas girando en los tiovivos, saludando de lejos a los vendedores ambulantes. Así fue, como todos, el San Isidro de 1918. Quizás más encendido en los debates entre germanófilos y aliadófilos, porque la guerra mundial se animaba: los alemanes habían lanzado su ofensiva de primavera y a punta de caramelo estaba ya la segunda batalla del Marne. Nada que se sintiera como amenazante en ese Madrid del 18, capital de un país neutral, en un 15 de mayo en que lo importante era pelar la pava con el «isidro» de turno, comer, beber y de paso darle un tiento a ese botijo de agua bendita que, merced al santo patrón, «si con fe la bebieres y calenturas trajeres, volverás sin calenturas». Y a eso vamos: a las calenturas. En Europa la guerra había solapado el asalto de la gripe, que había dado la cara en los campamentos franceses, y aunque el virus se había ido propagando a gran velocidad por todo el continente, España vivía aún bastante ajena a su amenaza. De hecho, en febrero ya se habían detectado casos en la turística San Sebastián, pero las autoridades locales evitaron dar pábulo a la noticia. La verdadera explosión en España de la después injustamente conocida como «gripe española» tuvo lugar en Madrid precisamente tras San Isidro. Al igual que se viene trazando un causa-efecto más o menos atinada entre la multitudinaria celebración del 8-M en las calles de Madrid con la propagación del coronavirus, las fiestas del patrón madrileño fueron fundamentales en 1918 para que, días y semanas después, la capital se llenara de enfermos. Así lo consideró Manuel Martín Salazar, director general de Sanidad entonces (y verdadero padre de nuestro sistema actual), quien, semanas después, envió un informe de la Oficina Internacional de Higiene de Ginebra (la OMS de la época) relacionando directamente el estallido de la epidemia en Madrid con la afluencia de personas a la capital durante las fiestas de San Isidro, según señala María Isabel Porras Gallo en su trabajo «Una ciudad en crisis: la epidemia de gripe de 1918-19 en Madrid». José Codina y Castelví, de la Real Academia de Medicina, fue de los primeros en alertar del asunto: «Del domingo [20 de mayo] al lunes [21 de mayo] empezó a ponerse enfermo en gran número el vecindario de Madrid; por lo menos en lo que a mí se refiere, puedo decir que el domingo recibí numerosos avisos para visitar enfermos de esta epidemia, avisos que han ido en aumento progresivo hasta ahora». También el «El siglo médico» publicó tribunas en este sentido. El 20 de mayo «El sol» ya titula: «¿Cuál es la causa? Una epidemia en Madrid». Aunque no estaba claro ni delimitado en los círculos médicos, la «grippe» parecía la opción más sensata. Curiosamente, además de entre los cuarteles y el pueblo, el virus se coló en el Congreso de los Diputados, donde dos periodistas que cubrían la información política fueron diagnosticados. En general se hablaba de una enfermedad «benigna» pero de gran capacidad de expansión. El día 22, el Ayuntamiento reconoce la epidemia. Los casos crecieron de forma exponencial: 25.000 la primera semana, 80.000 la segunda, 250.000 la tercera. Las muertes se concentraron entre el 20 de mayo y el 20 de junio, aproximadamente, con unos 1.500 decesos. Hasta el propio rey Alfonso XIII contrajo la gripe que se supone afectó a al menos un tercio de los madrileños. También el jefe del Gobierno, Manuel García Prieto, tuvo que guardar reposo. Con todo, la primera oleada sería la más benigna. El otoño trajo otras 2.500 muertes, más o menos las cifras de las dos siguientes oleadas. De 1918 a 1920 murieron en España cerca de 200.000 personas. Y en la propia Europa en guerra, la pandemia se llevó por delante más muertos que los combates. Origen de la pandemia Fue precisamente la rápida acotación del problema por parte de los médicos españoles, así como la falta de censura, lo que provocó la triste fama de haber sido España el origen de la pandemia. Mientras el resto del continente tapaba los casos entre las enormes estadísticas de guerra, España dio la alerta a Ginebra. Además, «probablemente los dos cables que fueron enviados a Londres comunicando que una extraña forma de enfermedad de carácter epidémico había aparecido en Madrid favorecieron también que se postulase el origen español de la pandemia», señala María Isabel Porras Gallo.

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