domingo, 1 de marzo de 2020

Las barreras de la caza

La caza no tiene color político ni clase social, y así debe seguir. La caza es una parte intrínseca y fundamental de la naturaleza animal y, por ende, de la naturaleza humana. Sin embargo, esta a veces afición, otras veces pasión, otras veces función medioambiental necesaria, está cada día más arrinconada, manchada, perseguida y atacada. Primero, tenemos el frente regulador, que a veces regula con poco sentido de campo: estableciendo fechas que debieran ser revisadas casi anualmente en función de climatología y realidad de cada zona. A veces estableciendo cupos que no se adaptan a la realidad del territorio, unas veces por exceso y otras por defecto. Pruebas de acceso diferenciales y heterogéneas, licencias de caza individuales por comunidades o interautonómicas parciales. En segundo lugar, tenemos un reglamento de armas restrictivo que, en lugar de evolucionar como el resto de nuestros vecinos europeos, se mantiene inmóvil con intentonas restrictivas periódicas. No parece que queramos incorporar nuevos avances, a veces para fomentar la caza selectiva, a veces para potenciar la protección de los propios cazadores. Da toda la sensación de querer dificultar la tenencia de armas, su almacenamiento y uso, casi siempre poniendo más tramites, más restricciones, y subiendo el coste de manera indirecta con nuevos o adicionales complementos (véase los armeros de seguridad). En tercer lugar, viene el sentimiento de la «protección animal» y toda la algarabía disparatada regulatoria a su alrededor. Desde mastines atados (que pasan de ser una defensa frente a predadores a ser cebo magistral) a regular si los perros se pueden o no cruzar y el lugar permitido para el asunto, pasando por pretender castrar criaturas salvajes o, ya el colmo, erradicar especies porque no estaban en una zona determinada hace 60 años. Y en cuarto lugar, que aun siendo el último es el más importante, la barrera más alta la ponemos los propios cazadores. Tenemos casi tantas voces como cazadores somos, demasiado obsesionados en luchar a nuestra manera y casi siempre solo por nuestro «coto» de ideas. Lo malo no es que casi siempre sonamos como una orquesta desafinada, es que a veces nos damos candela entre nosotros, o directamente nos ignoramos los unos a otros. Las tres primeras barreras se resuelven metiendo gente de la caza en las mesas donde se toman las decisiones. Ya que se regula para un colectivo, ¡qué menos que tenerlo en cuenta y aprovechar su conocimiento! La barrera más alta y la más difícil de superar es la cuarta, la propia. Es momento de reflexionar y buscar lo que nos une en lugar de lo que nos separa. Es momento de hermanarse y no de diferenciarse. Es momento de dejarse de egos y es hora de tener una sola voz que, aunque diga menos cosas, las que diga sean la voz del millón de cazadores y los varios millones de animales a los que damos voz.

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