domingo, 10 de julio de 2022

El peregrino del baloncesto

El deporte es nómada, migrante, no entiende de fronteras. Por necesidad o ímpetu aventurero, cada vez es más habitual que jugadores o técnicos de todas sus disciplinas opten por abandonar la seguridad del hogar para probar suerte en los confines del mundo. Así, el alero estadounidense Juan Toscano-Anderson , sin sitio en la NBA tras destacar en la universidad, dejó patidifusos a sus conocidos cuando les comunicó que se marchaba a jugar a Suramérica para relanzar su carrera. Tras pasar por Argentina, Venezuela y México (país originario de su familia materna), llamó la atención del equipo de su ciudad natal, los Golden State Warriors, con los que se acaba de proclamar campeón de la liga de Estados Unidos. Arsene Wenger , técnico reconocible como pocos, decidió emigrar a Japón tras entrenar en su Francia natal a finales de los 80 y a principios de los 90, incluso, como cuenta la leyenda, tras rechazar una oferta para dirigir al Bayern de Múnich. Volvió del país del sol naciente con una mentalidad renovada y fichó por el Arsenal, al que entrenó 22 temporadas y con el que ganó la única Premier League sin derrotas de la historia (2004). Richi González en Corea del Norte Historias de ida y vuelta, porque parece que el retorno siempre es el objetivo. Pero hay un hombre que hace 15 años cogió la autopista y nunca se ha salido de ella. Una aventura que comenzó cuando fue contratado como asistente del combinado nacional de Uruguay y que ha acabado llevándole a países tan dispares como Costa de Marfil o Noruega, a lo largo de cuatro continentes y con un millar de anécdotas en su mochila. Ricardo González (49 años), Richi , se siente muy agradecido por lo que le ha tocado vivir o, al menos, eso desprende el madrileño cuando atiende a ABC antes de viajar a Venezuela, donde, desde septiembre, se sentará en el banquillo de los Gaiteros de Zulia. Ultima su viaje el entrenador y los planes para su nuevo club ocupan gran parte de sus pensamientos. Aunque lo hace de una manera rutinaria, la experiencia da mucho temple. «Cuando te contratan desde otro lugar, quieren que lleves tu acento contigo. Es duro porque una ciudad o un país pone sus esperanzas en ti, pero toda la riqueza que te dan estas experiencias es inigualable», explica el técnico, forjado en la capital española en clubes como el Majadahonda y disparado en un currículo de vértigo. Un ojo puesto en Oceanía Su aventura en Venezuela será la novena en el extranjero tras pasar por Uruguay, Chile, Bolivia, Corea del Norte, Noruega, Islandia, Túnez y Costa de Marfil. Historias que seguramente acaben construyendo un buen libro, como reconoce González, aunque su particular Camino de Santiago por el mundo del baloncesto no ha llegado a su fin. «Desde que estuve en la selección de Costa de Marfil (su último trabajo antes de comprometerse con los Gaiteros) me he propuesto acabar entrenando en Oceanía para hacer los cinco continentes. Es un objetivo y una ilusión. Es verdad que no elijo los proyectos al azar, me guían las ganas de descubrir y de empaparme de otras culturas, no solo en el plano baloncestístico. Todo lo que he vivido hasta ahora me ha demostrado con creces que el sendero ha merecido la pena». La tranquilidad de Montevideo, el magnetismo de Santiago de Chile, la perfección de Reikiavik, donde el entrenador tiene establecido el eje de su peonza, residencia habitual de su mujer, Lidia, y sus dos hijos, María y Marcos, de seis y cuatro años, las únicas anclas de este espíritu libre de la canasta. «Me duele separarme de ellos», reconoce González. Son decenas las aventuras de este trotamundos, aunque seguramente la más llamativa sea la que le llevó a Pyeongchang , capital de Corea del Norte, uno de los lugares más herméticos y cuestionados del planeta. «El 99% del mundo me dijo que estaba loco por irme. Pero, en la vida, hay veces que por delante de la razón está lo que realmente te apetece hacer». Solo ejerció unos meses como seleccionador masculino y femenino del país asiático, gobernado por el dictador Kim Jong-un, pero fue tiempo suficiente para palpar la rigurosa y bunkerizada realidad del baloncesto norcoreano. «Entrenábamos seis horas diarias y el respeto al entrenador... Nunca me he encontrado nada semejante. Cuando entraba en el pabellón todos se ponían en fila, esperando a pasar revista, como en el ejército. Es gente muy trabajadora, pero muy hermética por las condiciones de su país. No sabían inglés y hablábamos mediante un traductor, exclusivamente de baloncesto, obviamente. Un día me preguntaron que quién era el mejor jugador del mundo, a lo que yo contesté LeBron James . No sabían quién era». Hay otra anécdota que explica a la perfección la carrera de este incansable peregrino del baloncesto. Cuando volaba desde Corea hasta Noruega, donde le esperaba su siguiente empleo en los banquillos, leyó en la prensa una lista de los países con los mejores y peores índices democráticos del planeta. El primero era Noruega, el último Corea del Norte. «Yo pasé del uno al otro en solo unas horas. Todo por el baloncesto», reconoce feliz por ser el protagonista de una historia singular. 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