domingo, 31 de julio de 2022

Titos de Madrid

Madrid, tan ciudad global, tan despersonalizada para el que viene de fuera es, también, ciudad donde nos acogieron unos amigos que con el paso del tiempo fuimos llamando tíos; «tíos» en el buen sentido de la palabra. Estancias en el mismo sitio y a la misma hora, como consignaba aquella canción de Chiquetete , permite y permitirá, en el Madrid más humano, eso de ir haciéndose una familia para el consuelo de la soledad en la gran urbe. Una familia postiza y difusa, con los roles que deben tener el tío y el padrino: a saber, guiar al perdido, al solitario, en ese laberinto que luego no es tan laberinto y que es Madrid. Noticia Relacionada Lapisabien opinion Si El rodríguez vuelve... Para mal Jesús Nieto Jurado Trotaba con furia, con el sol matador dándole en la gorra, y el pulsómetro del reloj pitando unas cifras que no entraban en la nomenclatura del hombre enamorado que hace una locura Lo primero para la conquista de Madrid es agenciarse un tío. Para ello han de verte solitario, recién jubilados ellos, en la esquina de un bar cualquiera. Quizá con un zumo de naranja y preguntando por calles con esa carita de niño de Dickens al que va a cepillarse, el sistema digo, con la voracidad con que se perpetran estos crímenes. Verás entonces que alguien que frisa la edad provecta se acerca, y que la mano amistosa que acaricia tu hombro cuenta alguna historia, política mayormente, en estas mañanas de sol y calor que fueron las mismas que hace décadas cuando nuestra conquista de Madrid. Allí, en los titos, queda el recuerdo primero del paisanaje de Madrid. Primero fue el Tito Peri (Perico en los ambientes) taxista de velocidades fuertes y confesiones a medianoche. Y es que no hay mayor placer que recorrer la ciudad vacía, sin semáforos, y el viento dando en los orejones. Hace mucho que no veo a Perico, pero que aún mantenga la licencia es un seguro de vida; de su vida. Luego está mi otro tío, el de Albacete. Funcionario de Exteriores en tiempo y abrumado por lo complejo que es hilar el tiempo libre cuando ya uno es pensionista. El de Albacete nos guía, con un panamá, por un Madrid gourmet, cerrando los bares conversando de Lorca (un Lorca bien recitado) a esa hora en que los camareros pierden el autobús a las afueras y el Tito de Albacete se empeña en sus virguerías gastronómicas a una hora que no procede. Los titos están a un nivel superior a los amigos. Pontifican verdades, del tráfico o del invierno con sabañones que nos aguarda cuando cambien los aires y vaya agotándose el infierno. Están ahí, ángeles de la guarda de una ciudad que, cuando quiere ponerse, te evoca unas nostalgias del pueblo que casi son irreparables.

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