sábado, 23 de julio de 2022

Rosalía, éxtasis y gloria en el Palau Sant Jordi

Una moto quemando rueda, el zumbido ensordecedor de un motor en plena combustión y un escenario que no es un escenario, sino una pista de despegue. El Cabo Cañaveral de las músicas urbanas, el triple loop de un circuito de Hot Wheels. Y en el centro, Rosalía. Cuero rojo de las botas a la cabeza, casco luminoso de Motomami . Con (más) altura. Sobrada de gasolina. Instalada en la hipérbole porque ya no hay otra manera de describirla. Tela y tijera. Cógela y córtala. Cuatro meses han pasado desde que apareció ' Motomami ' y ahí sigue el tercer disco de la catalana, encaramado en lo más alto del podio de Metacritic (94 puntos sobre 100 y Kendrick Lamar y The Weeknd, por poner sólo dos ejemplos de superestrellas internacionales, chupando rueda) y celebrado como uno de los acontecimientos de la temporada. Esto último, claro, sirve de más bien poco, pero cuando al entusiasmo de la crítica (la de aquí pero también, sobre todo, la anglosajona) se le suman las 135.000 entradas vendidas en un día sólo para los conciertos en España y, aquí y ahora, el nerviosismo de las cerca de 18.000 personas que abarrotan el Palau Sant Jordi, quiere decir que el fenómeno Rosalía ya ha desbordado cualquier dimensión mínimamente razonable. «Ladies and gentlemen, we're floating in space». En órbita. Fuera de control. Euforia en las gradas Esta noche, además, la catalana juega en casa, escenario de sus primeras grandes gestas –el Primavera Sound de 2018, el primer doblete en el Sant Jordi de 2019 –, por lo que la expectación es aún mayor. Griterío ensordecedor en cuanto se apagan las luces y los bajos de ' Saoko ' empieza a despeinar a las primeras filas. Euforia al máximo mientras caen 'Candy' y 'Bizcochito'. Delirio en las gradas con 'La fama'. Difícil bajar de ahí. «Barcelona, moltes gràcies!», dice Rosalía justo antes de agarrar la Les Paul y deslizarse por las laderas tortuosas de 'Dolerme'. «Que sepáis que me hace mucha ilusión estar en casa y cantar para mi gente», añade en catalán. El público, claro, enloquece un poco más. Siempre un poco más. ¿Imposible? Para nada. ¿Que recupera por primera vez en toda la gira 'Millonària' y canta en catalán? Conmoción en el Sant Jordi. ¿Que el escenario se llena de gente para bailar 'Despechá', el hit inédito que va camino de convertirse en canción del verano? El estadio se viene abajo. Sofisticado, minimalista en la forma y atiborrado de estímulos en el fondo, el montaje con el que Rosalía conquistó Montjuïc rompe con la habitual narrativa de macroconcierto pop, con sus toneladas de 'atrezzo' y sus tropecientos cambios de vestuario, para centrar todas las miradas en Rosalía. Una cámara la sigue de cerca, a veces demasiado, y no pierde detalle porque, en fin, 'Motomami' es ella y su transformación. El movimiento perpetuo. El sintonizar como pocas, probablemente como nadie, los nuevos códigos de la cultura popular del siglo XXI. Ahí están, entre líneas y llenando todo el espacio que no ocupan la cantante y el cuerpo de baile, los estímulos inmediatos, la pantalla como medio y mensaje y, en fin, ese formidable zapeo estilístico que viaja a velocidad de vértigo del trap al hiperpop, del bolero a la balada y del reguetón al flamenco. Gloria, pasión y éxtasis para confirmarse, por si alguien aún no se había enterado, como superestrella global. Como muestra, el chorro de voz y el arrebato coreográfico de 'De aquí no sales'. Trap por bulerías. Rosalía, cantaora en chandal de Versace, en vestido de bailaora y en minifalda de cuero rojo. Y, ya que estamos, también en descomunal bata de cola negra, doce metros de nada, como la que luce en 'De plata', otra exhibición de poderío vocal de altura. Cambio generacional Sin músicos sobre el escenario y rodeada por ocho bailarines, lo de Rosalía no es un concierto al uso no tanto porque ya no esté El Guincho disparando bases o porque el teclista que la acompañe opere desde las sombras, sino porque todo aquí, de principio a fin, de la embestida inicial de 'Saoko' al arrebato industrial de 'Cuuute', parece pensado por y para esas generaciones a las que los millennials ya les parecen venerables ancianos. El shock, claro, es notable. También la sensación de que todo tiene su razón de ser. ¿Incluso la simpática sinfonía de gallos con la que dos o tres fans escogidos aliñaron 'La noche de anoche' mientras Rosalía recorría el foso micrófono en mano? Sí, también eso. Seguimos. Los bailarines agarran a la cantante como si fuera un paso de Semana Santa y la colocan encima de la delicada 'G3NI5', canción dedicada a su sobrino. Esto, canta Rosalía, no es 'El Mal Querer', algo que queda claro tanto en el concepto (de la catedral del flamenco contrahecho al templo pagano de las músicas urbanas y latinas) como en el repertorio : pleno de 'Motomami', picoteo frenético de singles y colaboraciones y solo un par de citas a su anterior trabajo: 'Malamente' y 'Pienso en tu mirá'. ''Hentai', con la de cantante a solas al piano , y 'Aislamiento', oscuridad electrónica con vistas al 'Blinding Lights' de The Weekend, son dos de las cimas de una noche en la que, bien pensado, no faltan las cumbres: el desborde emocional de 'Como un G', con el Sant Jordi alfombrado de linternas de móvil; el jaleo de palmas de ida y vuelta de 'Malamente'; el bolero con placas de titanio de 'Delirio de grandeza'; el ímpetu reguetonero de 'Con altura'; el festín k-pop de 'Chicken Teriyaki'; la (enésima) exhibición vocal. el rostro cubierto de sudor y satisfacción, con 'Sakura'... Lo dicho: pasión y éxtasis. Sin músicos en escena. Solo ella. Con R de Rosalía y S de superestrella.

De España https://ift.tt/IyPFi7J

0 comentarios:

Publicar un comentario