lunes, 18 de noviembre de 2019

Quim Torra firma su sentencia tras convertir su juicio en un mitin

Cuestionado incluso por los suyos, y consciente de que la pena de inhabilitación a la que se enfrenta apenas puede tener trascendencia sobre una carrera política ya amortizada, el presidente de la Generalitat decidió convertir ayer su juicio en un brindis a la parroquia independentista. Sentado en el banquillo de los acusados del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), Quim Torra presumió de haber desobedecido la orden de la Junta Electoral Central (JEC) de retirar los lazos amarillos y las pancartas partidistas de los edificios públicos dependientes de la Generalitat durante la campaña de las pasadas elecciones generales del 28 de abril. «Sí, desobedecí», reconoció ante el tribunal a preguntas de su abogado. Y añadió: «Era una orden dictada por un órgano que no tenía competencia». Estas dos frases definen el terreno sobre el que Quim Torra y su defensa trataron de moverse en la sala de vistas. Por una parte, la exaltación del desacato, especialmente al hacer uso de su derecho a la última palabra en el juicio: «Si por defender los derechos de mis compatriotas he de ser condenado, bienvenida sea la condena», dijo, presentándose como víctima de un «juicio político». Pero también intentaron de esgrimir argumentos jurídicos para cuestionar la competencia de la junta electoral para dictar órdenes sobre el presidente de la Generalitat. Torra defendió que ni los lazos amarillos -llevaba uno en la solapa- ni los carteles en defensa de los líderes independentistas en prisión por el procés -ahora ya condenados- son símbolos partidistas, como consideró la JEC para prohibir su exhibición durante la campaña electoral. Sobre los lazos, Torra dijo que «son unos símbolos que debería ser patrimonio de todos»; y sobre la reivindicación de la libertad de quienes para el secesionismo son «presos políticos», el presiente de la Generalitat consideró que son «patrimonio de quienes defienden la democracia». En apretada síntesis, esta es la tesis que exhibió ayer Torra desde el banquillo, en una intervención que, en líneas generales, concordaba con lo que ya defendió en su declaración durante la fase de instrucción. Entonces también reconoció que había desobedecido; eso sí, matizó que se trataba de una desobediencia «política» y que de ninguna manera estaba admitiendo haber delinquido. De alguna forma, ayer hizo lo mismo en una declaración que apenas duró media hora. Y es que, a diferencia de su interrogatorio en fase de instrucción, donde solo se había negado a contestar a las preguntas de Vox -acusación popular-, ayer decidió no responder tampoco a la Fiscalía. Y quiso extenderse en su explicación de por qué no respondía a «un partido franquista», pero el presidente del TSJC, Jesús María Barrientos, le cortó de inmediato: «No le permitiré ninguna manifestación ofensiva o descalificadora a ninguna de las partes». Fue la única vez que le amonestó, en un juicio que transcurrió de forma razonablemente educada pese al intento de Torra de convertir la vista en un alegato político. Los argumentos de Torra fueron rebatidos en su totalidad por el fiscal superior catalán, Francisco Bañeres, que sigue pidiendo un año y ocho meses de inhabilitación para el presidente de la Generalitat por desoír a la JEC. Ayer le recordó que los lazos amarillos no son neutrales porque no son compartidos «por la totalidad de los catalanes», e insistió en que el presidente de la Generalitat sí debe obediencia jerárquica a la JEC durante el periodo electoral, al igual que el resto de poderes públicos. Y, sobre todo, Bañeres recriminó al presidente de la Generalitat su «desprecio» hacia la JEC, erigiéndose como «paladín» de la libertad de expresión, con continuas «gesticulaciones» y «aspavientos» en sus declaraciones públicas. «Visca Catalunya Lliure» Unos aspavientos dialécticos que Torra continuó con proclamas patrióticas y grandilocuentes durante su uso de la última palabra. Incluso finalizó entonando el «Visca Catalunya Lliure» (Viva Cataluña Libre), tras espetar al tribunal: «Ante la Historia, recordad que vuestra condena será vuestra condena». Salió acompañado de su familia del Palacio de Justicia, y solo le esperaban para darle ánimos algunas docenas de jubilados. Y es que Torra firmó ayer la sentencia de una carrera política que ya ve amortizada, buscando que sea la Justicia, y no los suyos, quienes le den la estocada definitiva.

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