Los hermanos mayores abren caminos, pero también cierran expectativas. Sobre todo si uno es hermano de un tal Marc Márquez, ocho veces campeón del mundo, seis de ellas en MotoGP. Pero en esa casa de Cervera, siempre hubo dos individuos, unidos por la pasión de las motos y separados por dos caminos paralelos, con sus requiebros y que, en un futuro no muy lejano, convergerán en la máxima categoría del motociclismo. Pero hoy, todavía alejados por una división, es Álex quien escribe sus propias normas. Con ellas ha conquistado el título de Moto2, con 23 años, tras quedar segundo en el Gran Premio de Malasia. Imposible evitar la comparación, el pequeño de la casa de los Márquez admiraba a su hermano por todo lo que ganaba. Incluso quería ser su mecánico si algún día Marc llegaba a la élite. Hace tiempo que dejó ese sueño atrás, porque ha construido, y consolidado, el suyo propio, el de estar en la élite, ser campeón, completar las vitrinas de la casa familiar. Impulsado por el aura que desprende el apellido Márquez en el planeta MotoGP, también ha sido una losa que se ha quitado con paciencia y carácter, consciente como nadie de que, a pesar de su apellido, nadie le iba a regalar nada. Sus normas. Su talento. Sus limitaciones. Sus aprendizajes. Su camino. Álex toma de Marc lo que necesita: consejos, ejemplos, una guía; y evita todo lo demás. Ha construido su trayectoria con esa misma paciencia con la que soporta las comparaciones. Si su hermano, a su edad, ya había conquistado tres coronas de MotoGP, él ha aprendido con más palos en las ruedas. Sufrió el vértigo del ascenso de Moto3 a Moto2; caídas, errores y nervios para terminar decimocuarto y decimotercero. A partir de 2017, la calma, la entereza, todo en su sitio para pelear por las victorias Cuarto, como en un más complicado 2018, pero con seis podios. Este es su quinto año en la categoría media y ha convertido en oro todas las caídas y los ceros que curten su piel. Por fin, un equipo donde respira tranquilidad, aunque los nervios personales nunca se vayan, pues vienen de serie. Cuatro victorias consecutivas lo impulsaron al liderato, pero ha sufrido en las últimas semanas. En su primera oportunidad de ser campeón, la peor de las carreras. Pero volvió a convencerse de que podía, de que sabía, de que lo tenía controlado: segundo en Malasia y campeón del mundo. Euforia familiar. Con Marc, siempre pendiente en la distancia. Son hermanos y muy buenos amigos. Ni los títulos podrán separar eso. Futuro rival Habrá celebración doble en Cervera, como en 2014, y ya se piensa en el futuro, cuando sus caminos converjan en MotoGP. No será este año, pero pronto, seguro, porque las normas de Álex son igual de buenas que las de su hermano. Una dupla de vértigo. Igual que los Gasol, se sueñan carreras parejas, donde la profesionalidad y la ambición individual den como resultado batallas épicas. Pero Álex nunca ha querido correr antes que andar. Es campeón del mundo de Moto2. Mañana, ya se verá. Él marca su camino. «Cuando pasó la meta y llegó Marc estaba exhausto. Ahora entiendo cuando llegaba yo y no reaccionaba. Estás hecho polvo, te felicitan, te abrazan, pero no sabes ni quién eres», dijo. Pero sí lo sabe. Es Álex Márquez.
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