
Los paños multicolores se agolpan en las salas de trabajo. Nazareno, púrpura, salvia, sangre de toro, caldero, tabaco, plomo, tirita, pizarra ... Combinados con los dorados, plateados y azabaches blanco y negro de bordados, «machos» y «muletillas», y con la maestría del sastre y las manos de las costureras, dan lugar a trajes de luces que son auténticas obras de arte, fruto de un trabajo artesano casi en peligro de extinción. Muy pocas sastrerías taurinas sobreviven en el siglo XXI. El taller Fermín es una de esas «rara avis», y su alma es Antonio López Fuente, el «sastre de la luz». La consejera de Presidencia –responsable de asuntos taurinos de la Comunidad–, María Eugenia Carballedo, visitó ayer su taller y pudo comprobar cuánta magia pervive en esta actividad. Nuevos y reparaciones Grandes nombres del toreo han pasado y pasan por la Sastrería Fermín: El Juli, Morante, Miguel Ángel Perera o José Tomás; suyo era el traje de luces con el que toreó en Nimes en 2012, cuando logró 11 orejas y un rabo. Sobre el mostrador, el mexicano Cristian coloca con delicadeza la taleguilla, la chaqueta y el chaleco de tres trajes. Iba para torero pero el destino desvió su camino hasta aquí. Explica que cada traje se tarda en hacer unas 150 horas; que el trabajo se hace todo a mano, y que en su decoración se emplean motivos de las culturas árabe, judía y cristiana. Don Antonio, al frente de un negocio familiar abierto desde 1963, tiene la retranca de los sabios. A la pregunta tímida de si se puede tocar un traje, responde: «El toro no pregunta, y los toca». De su mano uno se adentra en el taller para conocer los secretos de una artesanía cada vez más difícil de encontrar. No sólo elabora trajes de luces nuevos, sino que también repara aquellos que lo precisan. Como un modelo que enseña, «que nos ha traído un sobrino porque era de su tío y él quiere utilizarlo; lo estamos encajando en sus medidas». Los trajes son, además de bellísimos, recios. Y pesados. Un tanto incómodos, preguntamos, y de nuevo surge el humor: «Lo que es incómodo es el toro; es lo que me dicen los maestros». En su confección, no obstante, se mezcla un poco de punto para darles elasticidad. En este taller trabajan una docena de mujeres y hombres de todas las edades. Suena Bisbal en un transistor, mientras las manos siguen precisas dando puntadas. Junto a una jovencísima bordadora, Don Antonio recuerda: «Me llamó por teléfono y me pidió venir. Y aquí está». La vida útil de un traje de luces es de unas diez corridas. Aunque «hay trajes que son para un día, una jornada especial, y luego ya no se deben repetir», afirma Don Antonio. Los capotes se hacen «a la medida del hombre», y pesan unos 4 kilos. Antes se hacían con una seda natural gruesa, pero «necesitábamos permiso del Ejército, porque ese material se utilizaba para meter el fulminante de los obuses de los barcos». A José Tomás le hizo algunos así, «por recuperar la tradición; y el público lo notó: los colores, ese vuelo...».
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