viernes, 22 de noviembre de 2019

Los agentes defienden que el Chicle bajó a Diana viva al sótano, un escenario «tétrico»

El juicio por la muerte de Diana Quer enfiló ayer su recta final con una de las sesiones más duras de las nueve que suma el proceso. Fue una jornada difícil para los agentes que durante cerca de quinientos días pisaron los talones de José Enrique Abuín y que ayer tuvieron que recordar declaraciones y sensaciones de uno de los casos más difíciles a los que se han enfrentado a lo largo de su carrera profesional. También fue un día duro para el padre de la víctima, Juan Carlos Quer, que fue expulsado de la sala por ponerse en pie y gritarle el acusado. Acababa de presenciar cómo el Chicle tuvo que forzar el cuerpo de Diana para que entrase por la angosta arqueta por donde la coló, y explotó. «¡Esa podría ser tu hija!» le dirigió al acusado roto de dolor, lo que le valió la tarjeta roja del juez. Tampoco fue un trago agradable para los nueve integrantes del jurado popular, sometidos a cerca de treinta horas de declaraciones desde el arranque del juicio y en cuyo semblante se podía leer ayer el cansancio, el dolor y la carga de responsabilidad. Y, sin duda, resultó una mañana complicada para la abogada del Chicle, que rompió a llorar por segundo día consecutivo fruto de la tensión que está soportando en su rol como defensora de los derechos de Abuín, un papel que le ha valido numerosos rifirrafes con el presidente del tribunal y con muchos de los testigos. «Casi imposible» A nivel documental, el testimonio de los agentes de la Policía Judicial de La Coruña y el visionado de la reconstrucción del crimen según la tesis del acusado resultaron determinantes. La conclusión más relevante, que el Chicle tuvo que trasladar a Diana con vida desde A Pobra hasta la nave de Asados (unos 25 kilómetros) porque «bajar un peso muerto por las escaleras que llevan el sótano es casi imposible», confirmaron los investigadores. Este dato implica que Abuín debió obligar a Diana a bajar por su pie los cerca de veinte escalones que descienden al sótano de la nave. Sobre este escenario, los investigadores no ahorraron detalles. «La nave era escalofriante y sobrecogedora», apuntaron. «La sensación que se tiene es de oscuridad, como cuando se entra en una habitación sin nada de luz. Al poco tiempo te vas acostumbrando y vas identificando formas, figuras y espacios. Es tétrico, espeluznante, impacta porque solo oyes tus movimientos, y por ese olor a humedad». Ya a los pies del pozo, con un maniquí articulado se demostró cómo fue lastrado el cuerpo, posiblemente la imagen más impactante del día. En las paredes de esa habitación, de la que los testigos reconocieron que era imposible escapar, cruces invertidas y una pintada: «Dios no existe». La oscuridad de las imágenes rodadas en una madrugada con igual luminosidad que la de la noche del crimen hizo necesario apagar las luces de la sala de vistas para que los presentes comprobaran la negrura en la que Abuín introdujo a su víctima. Otra de las claves de la novena sesión de juicio, última antes de los alegatos de las partes que se escucharán el lunes, estaba oculta en la guantera del coche del Chicle. Cuando los agentes de la Guardia Civil lo registraron localizaron en un departamento situado detrás de la palanca de cambios una brida negra, de las mismas características de la que se usó para ahogar a la víctima. En el maletero del vehículo también había una sábana extendida y una oquedad en la que el Chicle guardaba todo tipo de herramientas, incluida una palanqueta. El análisis de los tejidos del turismo solo reveló que éste había sido limpiado en profundidad con un detergente. La sonrisa del acusado Ante el relato de los agentes –que llegaron a visitar al Chicle en su casa y a quedar con él de forma intermitente durante toda la investigación– el acusado se mostró tranquilo, atento, e incluso llegó a tomar notas. Aunque la imagen de Abuín que ayer quedó grabada en la retina del jurado fue la de la sonrisa con la que durante la recreación del crimen explicaba cada uno de sus pasos, aportando todo tipo de detalles. En el aire está la duda de si José Enrique Abuín hará uso de su último turno de palabra el próximo lunes para insistir en que mató a Diana de manera accidental, pese a que en la reconstrucción dijo que la había cogido por el cuello durante treinta segundos. Una afirmación que no casa con la apreciación de los forenses, que mantienen que para matarla tuvo que apretar «al menos cinco minutos». El error del Chicle: «Llevó a un amigo a la nave. Sí o sí íbamos a llegar a ella» Los agentes que mantuvieron un contacto más directo con Abuín durante toda la investigación afirmaron ayer que, sin género de dudas, habrían llegado a la nave donde sepultó a Diana con o sin su confesión. El camino se lo habían abierto las geolocalizaciones de los móviles de la joven y del Chicle (llegaron a estar a 60 metros de la mueblería) y también el testimonio de su amigo de correrías, Manuel Somoza. Fue él quien reconoció que Abuín pasaba las mañanas mirando a las niñas en el patio del instituto, que le gustaban delgadas y de pelo largo y que uno de esos días –meses antes de la desaparición de la madrileña– lo había llevado a la fábrica de Asados e incluso le había mostrado el agujero en el que más tarde lastró a la madrileña. «Cometió un error» se encargaron de subrayar ayer los testigos.

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