domingo, 3 de noviembre de 2019

La becada, el ave misteriosa

La becada es un ave singular. Son muchas las particularidades y características que son propias de esta especie, muy distintas a otras, incluso a las de sus familiares más cercanos, las comúnmente conocidas como limícolas, de «limo», que incluye a andarríos, playeros, zarapitos, agujas, vuelvepiedras o correlimos, todas ligadas a medios acuáticos, lo que no ocurre con nuestra protagonista, que es la única de costumbres terrestres. Su rasgo más característico es su largo pico, lo que le da el nombre de scolopax, «becada» en latín, que procede del griego scolops-opos, que significa «palo» o «estaca» puntiaguda, apéndice que ha evolucionado y adaptado a la búsqueda de gusanos y otros invertebrados en los suelos blandos y húmedos ricos en humus. También sus grandes ojos negros, situados muy atrás en los laterales de la cabeza, que le facilitan una visión de 360º, son sin duda otra adaptación, junto a su plumaje críptico en la hojarasca, contra la predación en su medio boscoso. Otra particularidad es que, aunque su entorno ideal son los templados bosques mixtos euroasiáticos, la base de su alimento es de origen animal, al contrario de la mayoría de las aves terrestres, que suelen tener una dieta fundamentalmente vegetariana y granívora. Sus costumbres son fundamentalmente nocturnas –en eso es de nuevo original– y buscará cobertura forestal que le proporcione protección contra el frío y los predadores durante el día, para desplazarse a los prados cercanos a alimentarse al atardecer. Los movimientos entre estas zonas pueden ser de unos 1.500 metros de media, distancia que la chocha cubrirá volando. «Nos va a coger la gallinita ciega», se decía antiguamente entre los campesinos cuando se les echaba la noche encima faenando en el campo, siendo este el origen de un popular juego infantil. Su peón es ágil, aunque la disposición de sus ojos la impide desplazarse en línea recta, lo que supone otra diferencia con la tónica general entre las aves terrestres, que son mejores corredoras. Esta puede ser la razón por la cual se la conoce como cega (ciega), aunque también puede tener que ver, además de con su errático caminar, con su vuelo aparentemente vacilante: aunque si bien es verdad que no parece muy decidido y rectilíneo, sí que es rápido y muy ágil. A pesar de recurrir al vuelo más que otras aves terrestres, sin duda está muy ligada a la tierra; de hecho, salvo rarísimas excepciones, no se posa nunca en las ramas de los árboles. En tierra, campea concienzudamente en busca de alimento y, cuando se ve en peligro, intenta pasar desapercibida permaneciendo amonada confiando en su camuflaje y permitiendo que lleguemos casi a pisarla. Esto le ha valido otro de sus nombres comunes, el de sorda; y este comportamiento, junto a otras características, la ha convertido en el paradigma de la caza de pluma con perro de muestra. El paradigma de la caza de pluma con perro de muestra La caza de la becada, como la de ninguna otra especie, está envuelta en un halo de romanticismo. No es de extrañar. Al medio en el que habita durante la otoñada, bosques húmedos y profundos de brumas de misterioso atractivo, se une su carácter migratorio, condición ligada siempre a la incertidumbre. Ave unida a la tierra, en ella duerme, se alimenta y deja sus rastros, que un buen perro, preferiblemente de muestra, seguirá hasta dar con ella. El denso sotobosque retiene los olores y favorece la acción del perro. Su reticencia a volar, confiada en su mimetismo, da la oportunidad al cazador de llegar a la muestra y culminar el lance. Sin duda, su reputación culinaria es parte del encanto y del interés por su caza; la delicadeza de su carne es mítica, más hoy que su comercialización no está permitida. Todas estas virtudes han convertido a la becada, además del motivo de los desvelos de muchos cazadores norteños, en un personaje destacado de la literatura cinegética, y escritores como Alvaro Cunqueiro, José María Castroviejo o el propio Delibes nos han dejado inolvidables testimonios sobre cacerías de chochas. A quien esté interesado en lo que la becada ha aportado a las letras, recomiendo un par de libros, a saber: «Becadas en Corriol», libro autoeditado en 1969 por Rafael Puget, en el que relata sus vivencias cinegéticas en su casa del Collsacabra; y el escrito por Gabriela Maura, «En plenitud», en el que da cuenta de su pasión por la becada, un fervor que la llevó a ser excomulgada. Seguía a una con sus perros y escopeta y para cazarla saltó una tapia penetrando en un terreno de clausura monástica. Excomunión automática. Ella tuvo que ir a ver a don Casimiro Morcillo, arzobispo de Madrid, a implorar clemencia. La obtuvo, con dificultades.

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