En una autovía de la parte industrial de Doha, barrio de trabajadores inmigrantes, unas señales indican el acceso al «complejo religioso». El ramal desemboca en un aparcamiento de grandes dimensiones, muy frecuentado a esta hora del viernes. Son las diez menos cuarto de la mañana, el cielo está nublado y corre un airecillo ligero. Un muro de dos metros de altura rodea el recinto, al que solo se puede acceder por una puerta. Desde fuera se ve la torre de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, aunque no hay crucifijos ni campanas. Antes de ingresar en el «complejo religioso» hay que pasar un control policial y depositar los bolsos y las mochilas en el escáner. Los feligreses forman filas disciplinadas. Componen un grupo variopinto y abigarrado: hay mujeres de tez cobriza que llevan mantilla o velo, niñas vestidas con una apoteosis de lazos y perifollos, africanos que caminan envueltos en telas de colores chillones. En el patio interior, un árbol de Navidad cónico, coronado por una estrella, recibe a los visitantes. A su derecha, han construido una cueva de cartón piedra que recuerda vagamente a la gruta de Lourdes. La gente hace cola para encender velas a la virgen, cuya imagen, muy modesta, se apoya en una falsa roca. También sacan fotos con el móvil. En la pared vecina han fijado varios tablones de anuncios, dirigidos respectivamente a los filipinos, los konkanis, los tamiles, los hispanos, los malayos y los árabes. Los únicos carteles visibles están destinados a la comunidad filipina, que estos días se apresta a celebrar la Simbang Gabi o novena de adviento. Nicolás, el indio que reparte gratuitamente té Pío García Antes de entrar a la iglesia, los feligreses se congregan en 'el hall', un espacio diáfano bajo techo, con sillas y mesas. Allí ha colocado su puestecito Nicolás, natural de Kerala (India), que reparte gratuitamente vasos de té y bollos de pan dulce. A Nicolás, un hombre sonriente y afable, le hace mucha ilusión encontrarse con una persona que se llama Pío: «¡Pío! ¡Como el padre Pío! Y además viene usted de España. Hay muchas iglesias en España, ¿verdad?» El cronista le confirma que, en efecto, hay muchas iglesias en España. Luego empiezan a hablar del Mundial. A la conversación se suma un amigo de Nicolás, también indio, que lamenta con gesto compungido la eliminación de la selección de Luis Enrique. «Es que no tiraron a puerta y así no se puede», razona. Pío García Las estadísticas, no demasiado fiables, calculan que en Qatar hay unos 300.000 católicos, casi todos trabajadores inmigrantes. En el año 2008, el emir cedió unos terrenos para levantar este «complejo religioso» para las confesiones cristianas. Al lado de Nuestra Señora del Rosario, que es el templo más grande, se despliegan los demás: ortodoxo, copto, anglicano, evangélico, siromalabar... Hasta entonces, los fieles celebraban sus misas y oficios en casas privadas. Las iglesias no pueden tener signos externos que las identifiquen, y por eso no se ven desde fuera cruces ni campanarios, pero sus responsables están satisfechos e incluso agradecidos. «Existe tolerancia. Gracias a este complejo al menos podemos cuidar de la parte espiritual de las personas inmigrantes, que vienen con muchos problemas y dificultades», explica el padre Michael Cadhit, uno de los once sacerdotes que atienden la parroquia. El padre Michael nació en Filipinas y pasó 17 años en Medellín (Colombia). Lleva seis años en Doha, encargado de las comunidades hispana, portuguesa y coreana. «La mayoría de los inmigrantes no tienen aquí a la familia y su vida se convierte en un puro enviar dinero a casa. Muchos caen en la depresión por la soledad. La iglesia se ha convertido para ellos en un lugar de encuentro», explica. En Bahréin y en Kuwait también hay templos católicos, pero no en Arabia Saudí, en donde está prohibida cualquier otra religión que no sea el Islam. Noticia Relacionada Mundial de qatar 2022 estandar Si El Mundial de los pobres: un día en la 'fan zone' de los suburbios de Qatar Pío García Trabajadores inmigrantes siguen los partidos en una 'fan zone' instalada en los suburbios industriales de Doha La misa empieza a las diez y se oficia en inglés. El día de mayor actividad litúrgica es el viernes, cuando libra la gente en sus trabajos, y no el domingo. A otras horas puede escucharse la eucaristía en tagalo, en konkani, en español, en sinhala, en tamil, en urdu, en coreano, en árabe... Voluntarios vestidos de blanco ejercen de acomodadores. A las diez menos cinco, los dieciocho miembros del coro San Lorenzo Ruiz suben al primer piso. Parecen un conjunto de góspel, con sus túnicas níveas con adornos dorados. A los pies de la iglesia, que tiene forma de hemiciclo, hay capillas cerradas con puertas de cristal, exclusivas para madres con hijos. Imágenes de santos circundan el templo. Cuando el cura y sus doce ayudantes entran, suena un organillo electrónico y los más de mil asistentes se ponen de pie. Tres cuartos de hora más tarde, a la salida de la misa, en el hall, el sonriente Nicolás sigue repartiendo vasitos de té y bollos de pan dulce. A su lado, unos creyentes africanos han enchufado un equipo de música y un micrófono. Hablan y cantan. El despacho parroquial, que ocupa un edificio anexo, de pronto se ha llenado de gente. Están repartiendo calendarios con la imagen de la patrona, la Virgen de Arabia. Cuando lo consiguen, los feligreses van abandonando el recinto y vuelven al parking. El cielo sigue nublado. Los minaretes de Doha puntean el horizonte.
De Deportes https://ift.tt/hRy45KV
0 comentarios:
Publicar un comentario