domingo, 11 de diciembre de 2022

Marruecos tiene explicación: los secretos de los Leones del Atlas

En el minuto 42 del partido contra Portugal, Youseff En-Nesyri vio cómo su compañero Attiat-Allah colgaba un balón al área y decidió saltar. Se elevó varios palmos del suelo mientras Diogo Costa y Rubén Dias chocaban aparatosamente, como en una película del cine mudo. Youseff giró el cuello y golpeó la pelota, que cruzó la línea de meta. Ese gol, celebrado con un estruendoso rugido en el estadio Al Thumama, no solo acabó sellando el pasaporte de Marruecos para las semifinales del Mundial, sino que abrió un candado que llevaba 92 años cerrado. Por fin un club africano se había colado entre los cuatro mejores de la Copa del Mundo. Llegó Marruecos a un punto al que jamás llegaron Camerún, Senegal o Ghana, anteriores aspirantes, y lo ha hecho tras batir a viejas selecciones europeas con mucha tradición y futbolistas de altísimo caché. Los Leones del Atlas han devorado los sueños de Bélgica, España y Portugal. Ahora incluso Francia les teme. La historia de ese gol comenzó a escribirse en el año 2008, cuando su autor, Youseff En-Nesyri, tenía once años. El Rey Mohamed VI encargó en esa fecha la construcción de una academia de fútbol en Salé, una ciudad dormitorio de Rabat. Ante la falta de infraestructuras deportivas en Marruecos, el monarca y su secretario personal, Munir El Majidi, presidente del club de fútbol FUS Rabat, decidieron impulsar un centro educativo que permitiera buscar jóvenes talentos por todo el país, sobre todo en las zonas más deprimidas, para ofrecerles una carrera profesional. La construcción de la academia costó más de doce millones de euros. Abrió sus puertas en septiembre de 2010 y reclutó a 50 chavales, entre los 13 y los 18 años, con habilidades para el fútbol pero sin un adecuado entrenamiento. Entre esos trozos de carbón tal vez se encontrara algún diamante. Youseff En-Nesyri , natural de Fez, fue uno de sus primeros alumnos. Luego se le unirían Nayef Aguerd y Azzedine Ounahi. Los tres están en Qatar y se han convertido en piezas fundamentales en el esquema de Walid Regragui. Aguerd, un imponente central que juega en el West Ham, se retiró lesionado en el partido contra España y no pudo saltar al campo frente a Portugal, pero sus otros dos compañeros de Academia sí lo hicieron y dejaron su huella en el partido. En-Nesyri anotó el gol y Ounahi desplegó su vitalidad por todo el centro del campo. Es Ounahi aquel «número ocho» cuyo nombre no sabía Luis Enrique pero que, según reconoció tras el partido con Marruecos , le había causado una profunda impresión. En-Nesyri dejó la Academia Mohamed VI en 2015, cuando lo fichó el Málaga para su equipo filial. Ha sido muy discutido por su escaso tino goleador, aunque derrocha sudor y siempre ha contado con la confianza del seleccionador. En Qatar ya lleva dos tantos y ha ascendido a la categoría de héroe nacional tras su partido frente a Portugal . El delantero del Sevilla necesita poca presentación en España, país en el que ha desarrollado toda su carrera, pero la aparición de Ounahi ha asombrado a los eruditos más concienzudos, que no tenían su apellido anotado en la agenda. Este centrocampista flacucho y ubicuo, tan estajanovista como todos sus compañeros pero con sutiles detalles de calidad, ha formado uno de los dúos del Mundial con Sofyan Amrabat, el hombre de cemento. Ounahi estuvo tres años en la Academia Mohamed VI y luego emigró a Francia. Hoy milita en el Angers, un equipo modesto de la Ligue 1, aunque los secretarios técnicos de los grandes clubes europeos por fin han apuntado su nombre. Lo tienen subrayado con bolígrafo rojo y con dos o tres signos de exclamación al final. No obstante, la Academia Mohamed VI no explica por sí sola el éxito marroquí en Qatar. La labor de rastreo interno en busca de niños habilidosos se completó con un programa de captación de talento emigrante. Sus responsables buscaban seducir a aquellos jóvenes nacidos en la periferia de París o en los barrios de Bruselas cuyos padres cruzaron un día el estrecho para ganarse la vida. La Federación Marroquí de Fútbol decidió en 2010 desplegar una red de ojeadores por Europa en busca de muchachos prometedores, algunos de ellos internacionales con las selecciones inferiores de sus países natales, que quisieran convertirse en Leones del Atlas. El caso más relevante probablemente sea el de Hakim Ziyech, el futbolista más creativo del equipo magrebí. A Ziyech , nacido en Dronten, una pequeña ciudad de los Países Bajos, la infancia se le torció cuando vio morir a su padre, víctima de la esclerosis múltiple, tras una espantosa agonía. Tenía diez años. Dejó los estudios y el fútbol. Empezó a beber y a drogarse. Solo la benéfica aparición de un exfutbolista marroquí, Aziz Boukifar, evitó que acabara despeñándose. Boukifar lo devolvió a los campos de fútbol y el talento natural de Ziyech enamoró pronto a los técnicos de la Federación Neerlandesa, que lo fueron convocando para las diferentes selecciones inferiores de Países Bajos. Sin embargo, en septiembre de 2015, decidió colgar para siempre la camiseta naranja y jugar con Marruecos. No sabía árabe ni bereber y tampoco dominaba el francés, pero acabó escogiendo el país de sus padres. «Yo siempre voy a hacer lo que me haga sentir bien y aquí me siento bien», zanjó. Van Basten lo llamó «estúpido». Tal vez hoy no piense lo mismo. Noticias Relacionadas estandar Si qatar 2022 Achraf Hakimi, de un Renault 21 con cartones en las ventanas a estrella del Mundial Rubén Cañizares estandar Si Fútbol Marruecos empieza y acaba en Sevilla Pío García Marruecos ofrece arraigo a jóvenes que no tienen muy claro de dónde son. Catorce jugadores han nacido más allá del estrecho. Hay cuatro belgas, cuatro neerlandeses, dos franceses, un italiano y un canadiense. De España proceden Achraf Hakimi (Madrid, 1998) y el portero Munir El Kajoui (Melilla, 1989), aunque también se podría sumar al lote el extremo Ez Abde, nacido en Beni Melal pero asentado en Elche desde los siete años. Hakimi y Ziyech optaron por Marruecos pese a que, al menos sobre el papel, las selecciones de sus países natales les daban mayores posibilidades para brillar en campeonatos internacionales. «Es una cuestión de sentimientos», repite el madrileño Achraf cuando se le pregunta. A otros, sin embargo, les costó más decidirse. Al parisino Sofyan Boufal , el infatigable delantero de barbas turbulentas, lo convocaron en 2015, pero reconoció que necesitaba «tiempo» porque aún no sabía con qué selección jugar. Un año después, quién sabe si por convicción o porque vio que con Francia lo iba a tener mucho más difícil, se vistió la camiseta roja de los Leones del Atlas. Hasta hace cuatro meses, todo este puzle de piezas disparejas lo estaba montando el hombre equivocado. Vahid Halilhodzic, un trotamundos bosnio de carácter volcánico, consiguió clasificar a Marruecos para la Copa del Mundo pero sus encontronazos con los jugadores habían convertido la selección en un entorno tóxico de ambiente irrespirable. La gran estrella del equipo, Ziyech, delantero del Chelsea, llegó a renunciar al Mundial de Qatar. La Federación optó entonces por despedir a Halilhodzic y contratar a Walid Regragui, que había conseguido con el Wydad Casablanca alzar la Liga de Campeones africana. Regragui, al que sus detractores critican por ser demasiado defensivo, ha sabido construir una muralla y galvanizar el entusiasmo de sus hombres, que lo siguen con una fe casi religiosa. Quizá porque, en el fondo, es igual que ellos: nació en la periferia de París, maneja mejor el francés que el árabe y hace más de veinticinco años, cuando era un prometedor defensa del Toulouse, decidió que él iba con Marruecos.

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