Fiestas de San Cayetano. Alrededores de la plaza del Cascorro (o de Cascorro , que sobre esto hay dudas y diatribas bizantinas entre los especialistas) y la calle de la Ruda, la que conduce al monumento del héroe de la Guerra de Cuba sin barras, con el reguetón a medio volumen en cumplimiento de las normativas acústicas y la animación normal de un callejón al inicio de una trilogía de fiestas. Julia Riera no había sacado barra, pero tampoco la escondía, porque de este aspecto espinoso de las barras, clave en los festejos, «informaron tarde, mal y confuso». Dos centímetros más atrás de la entrada a su local, sí que había una nevera que hacía las veces de la susodicha barra y que publicitaba, por el mismo precio, a un refresco que ya, sin esnobismos, se bebe en verbenas y fuera de ellas con cero azúcar y con cero calorías y cero hielos según las perspectivas. Noticia Relacionada Fiestas de San Cayetano reportaje Si Barras, cañas y pasodobles: así se engalana el viejo Madrid para el regreso de sus fiestas más castizas Nico Agudo Vuelven los puestos de bares al recinto ferial en que se convierten Latina y Lavapiés, en las verbenas que dan inicio a la 'trilogía' del verano de la capital Julia no llevaba clavel reventón , y en su juventud se percibía un concepto distinto de la fiesta, de la trilogía verbenera de Madrid. Básicamente el que a fuerza de hechos consumados ha mutado el chotis por el reguetón; ritmos latinos ambos, si bien el perreo de 'La verbena de la Paloma' era ligeramente diferente al de Don Omar, que atronaba en la partitura común y consensuada de los bares de la zona. Las nuevas tecnologías aliadas con la homogeneización de la música del Madrid plural. La lata del Cascorro La calle de la Ruda, que dirige a Cascorro - Eloy Gonzalo en los ambientes- tenía el día del pregón de San Cayetano una animación normal, un clima agradable de castizos y hasta parejas arcoíris que parecían no haber parado la diversión desde el día que se cantó el 'Pobre de mí' en en el Orgullo 'madridí'. Pasaban extranjeros con la creencia de que se aproximaban a la plaza de Djemaa el Fnaa de Marrakech, y los comercios asiáticos con sus gatos robotizados y sus bracitos rítmicos, que bien mirados llevaban el ritmo de un pasodoble. Aunque, en honor a la verdad, el uniforme castizo de parpusa, safo (corbatín) y chaleco no lo llevaba nadie. Precisamente, los que sí los vestían «con orgullo» eran los miembros de la Asociación los Castizos, que Luis Caballero, encargado de protocolos e historias varias para mantener la memoria del Viejo Madrid, presentaba en los instantes previos a que desfilasen, en la contigua plaza del general Vara de Rey en el concurso que los oficializaría según el señor alcalde, o alguien por delegación, como los embajadores de 'La verbena de la Paloma' en lo sucesivo. A saber, la Casta, la Susana, la 'seña' Rita, la Maja de Lavapiés, el Julián y don Hilarión. El 'dramatis personae' del casticismo, con un premio de trescientos euros que da para un remiendo en la chaqueta, arreglar el organillo o así. EL BAILE TANIA SIEIRA Claro que los castizos de Luis Caballero hablaban frente a una botica historiada, la de Don Hilarión mismamente, a la vez que un espídico reportero de la televisión les pedía un «Viva Madrid» a grito pelado. Que cumplieron escrupulosamente. Sólo después del clímax televisivo se pudo hablar con Luis Caballero, portavoz de la cosa, y reflexionar sobre la pérdida del casticismo. Especialmente en los más jóvenes, o en los no tan jóvenes. Caballero, cicerone en esa mínima Babilonia verbenera, lo explicaba bajo «la lata de Cascorro» en su estatua. Lo que sucede, argumentaba, «es que hay familias que visten de chulapos al niño, al abuelo, pero los padres van en bermudas». Y lo dijo con conocimiento doloroso de causa y sin deje chulapo, que es cómo se confiesan las tragedias. Aunque Caballero no perdía la esperanza mientras que sus amigas Pilar y Rosa entonaban los pasajes más famosos de la Zarzuela de Tomás Bretón, con torería en la voz y en los vuelos de los mantones de Manila, y un chino autodenonimado «Yon o Juan», con un abanico, contemplaba la escena de los reporteros, los castizos y una estatua de un héroe sin flores. Había que preguntar a la muchachada el porqué de no 'customizarse' al calor de las verbenas. Había que preguntar a la muchachada el porqué de no customizarse al calor de las verbenas. «El calor», se excusaban algunos, o « sólo vengo a pasármelo bien, vestirse es de abuelos». Y allí, en plena Plaza de(l) Cascorro, Luis Caballero animaba, después de dos años de candado, a «disfrutar la calle al máximo». Quizá con los ecos del mítico «colocarse y al loro» de don Enrique Tierno Galván, personalidad más del Machaquito que de la limonada de las corralas, todo sea dicho. En escenario de Vara del Rey pregonaba un mago, Jorge Blass , la predistigitación junto al Santo, San Cayetano, conocido por ser preboste de la fe verdadera frente a Lutero y sus tesis. En la misma plaza de(l) Cascorro pararon a Skorbuto, dieron voz a chotis de Agustín Lara. Y el madrileño tipo aplaudió con aire exótico. Cerca un Iker Casillas de cartón renovaba el concepto de atracción ferial con un premio de una bufanda del Sevilla. Olía a gallinejas. Antonio se quejaba de la parpusa y, preguntado por el uniforme chulapón, contestó que «daba un calor de tres pares». Y así todo.
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