sábado, 27 de agosto de 2022

El campo madrileño multiplica sus frutos sin permiso de la tierra

Antes de acceder al invernadero de la finca experimental La Isla hay que remojar las suelas de los zapatos en agua. Un paso indispensable para evitar que cualquier plaga atraviese sus cubiertas translúcidas. La temperatura es agradable y los tomates, pepinos y berenjenas, grandes y brillantes. Las plantas crecen en ordenadas filas, sus tallos superan los 2 metros de altura y sus hojas el tamaño de la palma de la mano. Fuera, en el campo, tomates, pepinos y berenjenas apenas se levantan medio metro del suelo y se despliegan en formas arbustivas. El secreto está en la tierra: las primeras se desarrollan sin ella. El invernadero de 600 metros cuadrados, erigido en unos terrenos de Arganda del Rey, es el campo de pruebas de los investigadores del Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (Imidra) . Allí experimentan con más de 20 variedades de tomate, pepino, pimiento, berenjena y acelga, pequeñas frutas como la fresa y el fresón, plantas aromáticas y rosas, claveles y gerberas. Todas sus raíces son finas y cortas. En lugar de escarbar en macetas de abono, están enrevesadas en pequeñas porciones de fibra de coco, lana de roca y perlita, sustratos inertes que carecen de nutrientes. Su alimento se inyecta en el agua. Antes Después La responsable de La Isla, Cristina Rubio, posa junto a la misma variedad de berenjenas, plantadas fuera (izquierda) y dentro del invernadero DE SAN BERNARDO El ecosistema aislado en el invernadero de La Isla es un cultivo hidropónico . Los conductos de riego se activan varias veces a lo largo del día, cuando unos sensores detectan que el sustrato está seco, y el propio líquido nutre a las plantas. «Utilizamos una solución genérica para todas las especies, con macronutrientes y micronutrientes», cuenta la ingeniera técnico agrícola y responsable de la finca, Cristina Rubio. «La planta no tiene que desarrollar raíces, porque no tiene que ir a buscar los nutrientes en el suelo, y lo que hace es desarrollar la parte vegetativa», explica. Una solución con nutrientes riega el sustrato inerte donde se cultivan las hortalizas DE SAN BERNARDO Algunas plantas de tomate pueden estirarse hasta 6 metros. Son tan altas que los investigadores tumban los tallos, que se arrastran por el suelo, para que no toquen el techo del invernadero. Las flores se cortan y aparecen de nuevo a los tres días. De este tipo de cultivos se obtiene al menos el doble de producción que en el campo.     «Claro, es que te están dando alimentación en vena », dice Dama, ayudante agropecuaria, una de las cuidadoras del invernadero. Estos ensayos agrícolas comenzaron en 1999 y, desde entonces, el Imidra ha ajustado la fórmula de nutrientes para conseguir más kilos por planta con un sabor y aroma que rivalizan con los cultivos al aire libre. «Vamos modificando variedades, vamos probando, para luego decirles a los agricultores madrileños las que funcionan mejor» Cristina Rubio Responsable de la finca La Isla Un ejemplo. Tres variedades de berenjena, ágata, clara y zaida, procuran en cada ciclo una media de 4 kilos de hortaliza por planta fuera del invernadero. Dentro, la berenjena ágata produce 8 kilos por planta, la clara 12 kilos y la zaida más de 15 kilos, según los datos recabados de la plantación entre los meses de marzo y octubre. Del pimiento lipari en hidropónico cosechan 8 kilos por planta y del tomate caramba —nombrado «variedad testigo», la que se compara con el resto por su buen rendimiento— hasta 9 kilos. «En algunas variedades produces al menos cuatro veces más, y son las mismas plantas» , asegura Rubio. I+D+i para los agricultores La recolección en el invernadero comenzó el pasado mayo, aunque aún sobresalen tomates verdes y berenjenas blancas entre las hileras de maleza. Además de apuntar la cantidad de kilos, los investigadores analizan el peso, tamaño y color de los frutos, que someten a varios estudios físicos y químicos para extraer sus propiedades. También realizan catas para valorar su sabor, firmeza de carne, dureza de piel. Y, por supuesto, la aceptación del consumidor. El fin de estos experimentos es dar con la tecla de la rentabilidad. «Vamos modificando variedades, vamos probando, para luego decirles a los agricultores madrileños las que funcionan mejor», señala Rubio. Un abejorro durante sus labores de polinización, en el invernadero de La Isla DE SAN BERNARDO Abejorros y ácaros para el control biológico de un ecosistema aislado Hay una caseta de abejorros en el invernadero de La Isla y los gruesos insectos campan a sus anchas entre las plantas. Sin ellos, las flores, frutas y hortalizas de este sistema hidropónico y aislado no podrían reproducirse. «No pican, saben cuál es su trabajo», bromea Dama, una de las responsables del recinto, mientras un abejorro revolotea a su lado, inmerso en las labores de polinización. Los investigadores también utilizan distintas especies de insectos y ácaros para el control natural de las plagas. Unos diminutos y verdes se esparcen sobre las plantas una vez alcanzan los 20 centímetros de altura. Los ácaros, invisibles al ojo humano, salen de unos sobres junto a los tallos y devoran la araña roja y la mosca blanca. «Se comen las plagas que hacen más daño a las plantas», cuenta Dama. El sector primario y la industria agroalimentaria generan cerca de 150.000 empleos en la Comunidad de Madrid, según datos del Gobierno regional. El campo contabiliza unas 8.200 explotaciones agrarias y el Imidra les ofrece en bandeja la I+D+i (investigación, desarrollo e innovación). Sin embargo, los cultivos hidropónicos solo sobreviven en invernaderos. «Tiene sus pros y sus contras, en el invernadero hay que estar muy pendiente del PH y de la conductividad eléctrica. Algunos agricultores no tienen esos conocimientos», reconoce Rubio. Por otro lado, unas instalaciones como las del instituto madrileño requieren una inversión mínima de 10.000 euros, un hándicap para muchos profesionales. MÁS INFORMACIÓN noticia Si El césped del futuro ya está listo en Madrid: consume un 50% menos de agua y reduce la contaminación El invernadero de La Isla es el resultado de 20 años de perfeccionamiento y garantía de las virtudes del sistema hidropónico. El recinto, «uno de los más avanzados y más sostenibles a nivel nacional», aseveran desde el Imidra, incluye los últimos avances tecnológicos para controlar la temperatura. Un par de ventiladores se encienden automáticamente, al tiempo que hilos de agua descienden por un panel instalado en la pared del fondo. El frescor es inmediato; la temperatura desciende hasta 7ºC en unos minutos. Durante el invierno, el sistema de calefacción funciona con biomasa a partir de huesos de aceituna. Así no hace falta labrar ni preparar el suelo para que un cultivo sin tierra fructifique todo el año.

De España https://www.abc.es/espana/madrid/campo-madrileno-multiplica-frutos-permiso-tierra-20220828211532-nt.html

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