Mi médico es uno de los mejores, un auténtico 'ciencias'. Estoy encantado con él pero me da miedo perderlo y no porque se vaya a otro sitio a cobrar más, mi temor es que deje de ser el mejor para que así sus compañeros puedan ser iguales a él. El fervor populista encarnado en el grito de 'acabemos con los ricos' se ha extendido a todo cuanto quieran entender dentro del ámbito de la igualdad de salón que vemos en los telediarios. Acabar con los altos o con los bajos serían proclamas válidas para quienes entienden la justicia social como una guillotina que nos iguala sin pensar en las consecuencias. Lo importante ya no es la dignidad de mi salario sino que nadie cobre más que yo. Estamos dispuestos a perderlo todo con tal de que mi vecino tampoco disfrute de ello. Los niños tienen que sacar las mismas notas independientemente de su valía, los trabajadores tenemos que cobrar lo mismo sin reparar en si somos capaces de reparar bien o mal el coche que entra en nuestro taller. La igualdad de oportunidades se está confundiendo con la igualdad de realidades. La guillotina de la igualdad está segando ese buen hacer al que todos deberíamos poder aspirar. Hasta los ricos y los listos son obligados a abandonar su responsabilidad social para con los pobres o los vulnerables. Hemos confiado en que un Gobierno nos dirá a qué es a lo que podemos aspirar y a qué es a lo que debemos renunciar. Todo lo que sea bueno tiene que desaparecer porque lo importante es que no exista la bendita posibilidad de que un hombre ayude a otro, eso sólo lo pueden hacer los ministerios. Populistas de izquierdas y derechas nos arrinconan en una franja templada de la vida, en un espacio sin sal en el que todos anhelamos algo y renunciamos a algo. Una sociedad azotada por la depresión, el suicidio y el odio porque nunca tienes lo que te mereces o porque tienes que renunciar a lo que eres. Hemos olvidado que lo igual es la dignidad y no las posesiones en forma de dinero, sabiduría o reconocimiento social. Mi madre estaría mucho mejor si tuviera dinero, leyera a Shakespeare o sus opiniones sobre las azucenas se escucharan en el Congreso de los diputados pero eso nunca variará su dignidad y el hecho de que yo la quiera más que a nada en el mundo.
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