Sequedad extrema, sucesión de olas de calor, niveles ínfimos de humedad, vientos fuertes y cambiantes, tormentas eléctricas... Si de por sí cada uno de estos factores multiplica el riesgo de incendios, en este malogrado verano se dieron cita todos a la vez. Una tormenta perfecta que dio forma a fuegos devastadores, voraces que a ritmo de velocista arrasaban sin piedad miles y miles de hectáreas. Más de 95.000 han resultado afectadas desde mediados de junio y el setenta por ciento de ellas eran masas arboladas reducidas en muchos casos a cenizas que funden a negro paisajes de gran valor ecológico y fuente de actividad económica ¿Y ahora qué? ¿Cómo devolver la vida a esos terrenos? Pasarán décadas para que puedan recuperarse y volver al estado en el que estaban antes de que se prendiera la mecha. Para ello hará falta un largo y paciente proceso en el que se prioriza dejar que sea la naturaleza la que se abra su propio camino, si es posible. En muchos casos no lo hará y requerirá de delicados procedimientos de reforestación. Para que tanto una como otra opción sean factibles, el terreno necesita una inmediata 'ayuda'. Tras el paso del incendio el suelo queda «desnudo» ante una «inexistente vegetación» y con la llegada del otoño el daño puede ser mayor si no se actúa, explican desde la Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio, que ya ha iniciado los procesos para que en todos los espacios afectados se retire la madera quemada y se proteja el terreno. La primera de esas actuaciones obedece al «riesgo de plagas» que pueden encontrar en ese material arrasado un lugar idóneo para colonizar; y el segundo, al peligro de «erosión» que traen las primeras lluvias sobre el terreno en el que «el fuego ha eliminado la materia orgánica y la cobertura vegetal». El agua, sobre todo en zonas de pendientes pronunciadas, puede arrastrar ese suelo y las cenizas y afectar a acuíferos. Para evitarlo hay varias fórmulas, como montar diques con la propia madera quemada o cubrir el espacio con camas de paja. Si no se consigue salvar el entorno podría implicar que pase «un siglo» hasta que volviera a brotar vida, explica el decano del Colegio de Ingenieros de Montes en Castilla y León, Asier Saiz. 1 AÑO El 80% de las 22.000 hectáreas quemadas en 2021 era pastizal y matorral, en «buena recuperación». En el área arbolada dañada se trabaja en el semillado y se ha aprobado el primer plan de reforestación. Navalacruz, Ávila 5 AÑOS Más de 200.000 ejemplares se han plantado en este espacio que ha concluido este año una reforestación en la que ha destacado una experiencia piloto con maceteros biodegradables. Nieva y Nava de la Asunción, Segovia 10 AÑOS Ha dado cierto margen a la planificación diseñándose zonas de pasto, cumbres sin vegetación o nuevas especies. El 100% de las 12.000 hectáreas quemadas está regenerado. Destaca una variedad de pino «muy adaptada» a los incendios, recurrentes en la zona desde hace milenios. Castrocontrigo, León 18 AÑOS El enclave abulense luce frondoso tras unas labores que compaginaron el semillado con la replantación para recuperar la zona afectada por las llamas. Valle del Tiétar, Ávila Una vez iniciadas estas dos tareas en los terrenos afectados por las llamas, sólo queda a corto plazo esperar. La «evolución de la vegetación» marcará los siguientes pasos. Cada caso es particular. Las distintas especies tienen su propia estrategia de supervivencia. El matorral y las especies herbáceas están «muy adaptadas al paso del fuego» y «normalmente» la naturaleza sigue su curso sin contratiempos. Simplemente, el verde vuelve a brillar. En cambio, en los árboles, depende del tipo. Los robles o las encinas, los más frondosos, suelen «rebrotar bastante bien» y en un año pueden verse ya hojas en el tronco de las raíces o incluso de la copa; y los pinos, si son maduros habrían almacenado miles de semillas que caen tras el incendio al suelo. Los piñones germinan en unos meses, explican desde la Junta. En primavera Dependiendo de las especies, con las primeras lluvias ya se tendría una idea «bastante clara de hacia dónde va a ir», pero para aquellas de hoja caduca habrá que aguardar a la primavera. Llegado ese momento se podrán ver los incipientes brotes –los piñones germinados en verano tras el fuego podrían haber crecido hasta diez centímetros– y los primeros «claros», aquellos sin rastro de vida o al menos que se asemeje a la anterior. Y es que a simple vista la Sierra de la Culebra, por ejemplo, podrá lucir verde en unos meses, la hierba habrá crecido, pero en muchos puntos eso será todo. No es oro todo lo que reluce y la vegetación que parece resistir «luego no es suficiente». Analizando esas primeras señales se plantean «apoyos a la regeneración» con semillados o clareos o directamente la replantación . Esta segunda opción es un proceso complejo que primero requiere de toma de decisiones. Y es que este capítulo abre la puerta a una planificación del terreno y a una «estrategia de defensa ante incendios», apunta Saiz. Con el cambio climático la previsión es que siga «habiéndolos tan importantes» como los de este verano. De ahí, insiste en «la importancia de prevenir», con especies que retengan mayor humedad, cortafuegos o favoreciendo el aprovechamiento de los espacios, por sus recursos o por su uso para ganadería extensiva. La planificación estaría sujeta al «margen de maniobra» que permita el terreno. «No todas las especies pueden vegetar» en determinados espacios. Algunas requieren de condiciones «más exigentes», matizan desde Medio Ambiente. «Si plantas hayas en la Sierra de la Culebra se van a morir». Hay que analizar qué «admite» el enclave y con qué «grado». «No se trata» de llenarlo de «bonsáis», porque no maduran. Así, apuntan dichas fuentes, la planificación para evitar incendios radica más en el ambiente que en las especies –«todas se queman»–. Como ejemplo de las posibilidades que se abren valga Castrocontrigo, afectado por las llamas en 2012 y donde se ha dejado las zonas altas desprovistas de vegetación y zonas fértiles para pastos, aunque de momento no tienen aprovechamiento ganadero. Decidido el camino a seguir –que estará en manos de propietarios privados vía ayudas o las administraciones si son de titularidad pública– al menos se requiere un año de preparación del área sobre la que se va a actuar , tras lo cual se comienza la replantación. La evolución del suelo, las peculiaridades de cada especie o el clima hacen que cada actuación tenga sus tiempos, pero en términos generales los plazos apuntan a que se empleará una media de tres años hasta que se plante el último ejemplar. Las cuentas no obedecen sólo a las particularidad de la vegetación y el terreno sino también a una cuestión de disponibilidad presupuestaria y de capacidad. Con la maquinaria disponible «no es posible repoblar» en un año la sierra de la Culebra. La plantación requiere en sí un delicado y largo proceso. Se recurre a un banco de semillas y se prepara la planta durante uno o dos años. El momento de ponerla en su nuevo hogar es también delicado. Una importante sequía puede hacer inviable su supervivencia e implicar que haya que esperar a la siguiente primavera. Ocho árboles por habitante De media cada año se plantan en Castilla y León 8,8 árboles por habitante –unos 21 millones en total–, y se calcula que cerca de la mitad se corresponden con reforestaciones posteriores al paso de incendios. Y en muchos casos llueve sobre mojado. Buena parte de los terrenos que han ardido este años en la Sierra de la Culebra y en Monsagro eran fruto de trabajos de recuperación tras haber sido pasto de las llamas en varias ocasiones en el siglo pasado. Junto a las mencionadas medidas para la recuperación efectiva del terreno, los planes de actuación de la Junta para los distintos incendios incluyen también mejoras en la red viaria forestal, reconstruir pasos de agua e incrementar los depósitos, apoyo a la recuperación de especies silvestres amenazadas y a la ganadería extensiva o suplementación alimentaria para poblaciones cinegéticas . Con todas, se calcula que en cinco años haya podido acabar la repoblación de las áreas que hayan quedado huérfanas de vegetación este verano . Para ver las copas frondosas tendrán que pasar mínimo diez y hasta que recuperen su estado inicial puede pasar medio siglo. Cinco décadas, hasta ser un bosque maduro y lleno de vida como el que era antes de que las llamas lo limitaran a un recuerdo de este maldito verano cuya peor cicatriz grabada a fuego son las tres personas que dejaron su vida.
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