
Verle jugar era un lujo y un temor, porque siempre destrozó a los equipos españoles cuando se topó con ellos en Europa. Su estrella para inventarse un gol era una virtud impresionante. Sacaba remates de la chistera, de jugadas imposibles. El Bayern enviaba un balón al área y, no se sabía cómo, Muller marcaba en dos toques, el del control de la pelota y el del remate raso, bajo, colocado. Un delantero genial, soberbio, que murió ayer los 75 años, dejando al fútbol huérfano de uno de los mejores goleadores de su historia. Nadie esperaba en las categorías inferiores del Bayern, cuando todavía era un niño, que ese joven bajito, de piernas cortas y rechoncho podría transformarse en el goleador...
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