Como todos los futbolistas de élite Piqué es un gran egoísta. Las lágrimas que no pudo contener en su despedida se parecieron a las que también se le escaparon en 2017, el día del referendo independentista en Cataluña. Pero ayer ya no gritó la coletilla de «Visca Catalunya», tras su final «Visca el Barça». Cataluña es hoy una bandera caída. Sumaba épica y grosor al jugador, dándole una pátina como de soldado comprometido, algo que en sus años de esplendor estuvo muy de moda. El jugador hace tiempo que ha menguado y ha crecido el empresario, con negocios en toda España, sobre todo con la Federación Española de Fútbol. Nada es nunca casual en Piqué, que pese a provocar grandes sentimientos en los demás, él sabe siempre actuar de un modo cerebral, calculador y frío. Oportuno muchas veces. Siempre oportunista. En el palco estaba el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y el supuesto «expreso político», Quim Forn. También el abogado independentista Jordi Pina. Pero de las lágrimas de Piqué por el 1 de octubre ya no quedó ni un triste «visca». Lo que antes le daba épica ahora es un concepto perdedor y nada suma a su marca, ni a sus empresas, y muy probablemente le perjudicaría. Las guerras del empresario Piqué son otras, y Joan Laporta descubrió anoche, si aún no lo sabía, que se ha creado a un mal enemigo. Por primera vez en muchos años, una afición acrítica y sensible a los líderes populistas le pitó ostensiblemente cuando el central mencionó a la junta en sus palabras de despedida. Dijo «volveré» y fue un desafío al palco, al que de un modo deliberado y significativo no dirigió ningún saludo en su vuelta de honor. Piqué sabe sacar provecho de todo y no mancharse por nada. Lo mismo que ha hecho con Cataluña, lo ha hecho con el Barça. Cuando dice «volveré», lo que la grada emocional y ciega que le aplaude no sabe es que probablemente sea como propietario y no como presidente, y valiéndose del dinero con que ha saqueado al club y le ha condenado a convertirse en una sociedad anónima, acabando de una vez por todas con la falacia de que es de sus socios. Dentro de un tiempo, exsocios del Barça y expresos políticos independentistas serán un mismo fantasma, un mismo conjunto vació aplaudiendo al dueño Piqué, que es muy listo aunque probablemente no tanto como él cree; pero para compensarlo ya está una afición que siempre ha confundido la lealtad con el fanatismo y su dignidad con algo muy sórdido y más grosero de nombrar.
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