sábado, 28 de agosto de 2021

Nuestros talibanes (y talibanas)

El verano es el reino o, perdón, la república del mal gusto. Y el hecho diferencial catalán (como en tantas otras cosas) no cursa en la estética: chanclas, botellones y rebosantes barrigas cerveceras. En el resto de España la ofensiva del feísmo finaliza estos días. Pero en la Cataluña catalana, no. Un patriótico supermercado y algún digital subvencionado por el Régimen ofertan los uniformes para la Diada de hogaño: camiseta roja de manga corta o tirantes complementada con una bolsa de algodón. El pack, 15 euros. Por uno más, te regalan la camiseta del año pasado (sobraron). Al peronismo con nómina pública se le desmandan los «descamisados»: aquí, Sección Samarreta (SS). Anuncian un otoño caliente. La Diada será el pistoletazo de las movilizaciones; el 1-O festejarán el referéndum ilegal de 2017 y el 3-O: el paro «de país» que auspició la Generalitat separatista y la izquierda amarillenta. El 12 de Octubre, Día de la Hispanidad, amagan con «acciones sorpresas» (sic). Cierran octubre con una cuarta movilización el 30 para advertirnos que permanezcamos atentos a la pantalla (de TV3) en noviembre. Elisenda Paluzie Hernández, caudilla de la ANC, lo dejó clarito: la unilateralidad, esto es el golpe contra el Estado y la aplicación de las leyes de desconexión del 6 y 7 de septiembre de 2017 (abolición de la Constitución, el Estatuto y la separación de poderes) es el único camino hacia la independencia. ‘Su’ fin justifica todos los medios, incluso el caos. Lamenta Paluzie que, tras imponer su República de ocho segundos Puigdemont no contactara con ninguna cancillería para el reconocimiento internacional. Si eso sucediese ahora, colegimos, contarían tal vez con el recién nacido Emirato Talibán; más que nada, por la vocación totalitaria. Salvando distancias, porque en Afganistán te matan y aquí te aplican la muerte civil, nuestro talibanismo cuenta con arrojados representantes. En la España nacionalcatólica el obispo concedía el ‘nihil obstat’ a la impresión de libros; en la República de 1931, aquel Edén de libertades, cualquier gobernadorcillo podía secuestrar una publicación por criticar al gobierno: Ley de Defensa de la República; el franquismo blandía el lápiz de la censura previa: Ley Serrano Súñer de 1938. En la Cataluña en forma de República (talibana) Ylènia Morros, concejala cupera de Navarcles, confiscó el micrófono al humorista Albert Boira para censurarle unas bromas sobre el colectivo LGTBI. En su retorno a las esencias inquisitoriales, ahora disfrazadas con el arco iris buenista, Morros riñó al público por reír las gracias de Boira: «Si no os habéis sentido ofendidos quizá es porque no formáis parte de estos colectivos, pero se han hecho bromas de carácter sexual que no proceden. Nosotros trabajamos cada día para acabar con estas agresiones y para que estos colectivos puedan estar libremente en la calle y por eso pido que deje de hacer este tipo de bromas transexuales. Y ya está». Sí, ya está, Morros. La censora de Navarcles comparte con Colau y Montero el integrismo pureta: como cuando el Padrecito Manuel Sacristán vetó el ingreso de Gil de Biedma en el PSUC con el argumento de que un homosexual es blandengue por naturaleza y no resiste un interrogatorio de la Social. Comunistas, ecologistas, feministas, nacionalistas… O todo a la vez. Multan a los comercios que no rotulan en catalán; querrían confinar la lengua castellana en la intimidad del hogar; espían a los niños en el patio para ver en qué lengua conversan con sus compañeros. Protestan si TV3 –no volverá a pasar- califica de española la vacuna de Hipra que financia el Estado. «Preciosas ridículas» de Molière: el «niños, niñas, niñes» y las Matemáticas con perspectiva de género de Celaá: ¿Logaritmos, logaritmas, logaritmes? Ejercer el talibanismo en Cataluña está bien remunerado: siempre, claro está, a cargo del erario. Alguien de la Sección Samarreta ponía la victoria talibana como ejemplo para el independentismo: «¡Controlar el territorio… sin negociación ni ninguna puta mesa!», clamaba el fanático; otros retozan en Prada llamando a defender en la calle la república-que-no-existe: Quim Torra (91.941 euros); a no renunciar a la vía unilateral: Laura Borràs (155.570 euros) y Jordi Puigneró (115.517 euros): el «ho tornarem a fer» de ese Cuixart que tanto admira la alcaldesa plañidera. Nuestros burgueses «oprimidos» retornan de sus casoplones para embutirse la antiestética samarreta roja con el cansino lema del ‘Lluitem i guanyem la independència’. Quienes en 2019 aplaudían a los bárbaros que incendiaban Barcelona desfilarán por Urquinaona con sus ‘panxes contentes’ y funcionariales para asediar la comisaría de Layetana. Con este panorama de agitación suena a cachondeo que Pere Aragonès, con la CUP de aliado preferente, demande a Aena la gestión del aeropuerto. El sueño húmedo de quienes predican la desobediencia al Estado es implantar un eterno toque de queda. Con una excepción: cuando toma la calle la Sección Samarreta y el talibanismo de la gasolina.

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