Desescalada es la palabra de moda y el Gobierno la ha convertido en el axioma de un deseo, en el síntoma anímico necesario para regar la semilla de un optimismo que le permita revertir el relato de una negligencia masiva. Sin embargo, la única desescalada que se está produciendo de momento es la de ese artificio ideado por Pedro Sánchez para simular otros Pactos de La Moncloa. Si la oferta para reeditar esos acuerdos fuera sincera, Sánchez habría «autorizado» reabrir el Congreso hace semanas para permitir el control al Gobierno en las condiciones sanitarias indispensables que protegiesen el derecho constitucional de la oposición a fiscalizar sus decisiones. Unos Pactos de La Moncloa creíbles habrían movido a Sánchez a no ningunear, y a escuchar con un criterio pragmático y no ideológico, a las organizaciones empresariales para paliar la catástrofe económica de la que ha sido advertido. Y unos pactos realistas habrían forzado a Sánchez a reunirse con los partidos constitucionalistas, en vez de despreciarlos durante semanas negándoles información y asumiendo un liderazgo basado en la soberbia política frente a una tragedia colectiva. Unos pactos solventes de La Moncloa habrían empujado a Sánchez a renunciar a sus alianzas con el separatismo, ese que se indigna por la merma de libertades en un estado de alarma y que a la vez invoca el «cierre total» de Cataluña. Si Sánchez quisiese realmente aprovechar su único momento histórico para emular el sentido de Estado de Adolfo Suárez, habría roto con Bildu en el mismo instante en que aprovechó una pandemia con 14.000 muertos para atacar a la Monarquía parlamentaria con el aplauso de Podemos y el independentismo… la demostración palpable de que Sánchez no invoca pacto alguno es que permite a Pablo Iglesias utilizar al Gobierno para mítines ideologizados. Un pacto de Estado sincero habría supuesto cerrar filas con las autonomías en lugar de estigmatizarlas con campañas falaces sobre recortes que nunca existieron. Un pacto de La Moncloa no habría presentado el confinamiento forzoso de personas asintomáticas como si España fuese un régimen autoritario, mientras se consiente a alcaldes catalanes repudiar al Ejército y criminalizar su estética. Un pacto de La Moncloa habría unido a Sánchez, Casado y Arrimadas en una visita conjunta, por fugaz que fuese, a cualquier hospital para expresar en público el orgullo de los españoles con nuestros sanitarios, o para explicar con sinceridad por qué la imprevisión ha causado ya 20.000 contagios en ese colectivo. Un pacto de La Moncloa nunca habría marginado al poder judicial de la toma de decisiones, y menos aún cuando afectan a garantías y libertades... No hay, ni habrá, Pactos de La Moncloa. Siguen vigentes los pactos del odio previos al virus. Hacia España, por supuesto.
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