martes, 28 de abril de 2020

El emotivo adiós de Raúl Ruiz a Michael Robinson: «Me han echado lacasitos en la cabeza y esos lacasitos son tumores»

Le llamaba ‘My Lord Michael’ porque yo soy una creación de Michael Robinson. Puedo gustar más o menos a la gente, pero lo que yo he sido y soy en la vida tras retirarme como futbolista es gracias a Michael Robinson. Yo no soy periodista, ni soy comunicador, ni estudié para ello. Yo tampoco era un futbolista de élite que lo suele tener más fácil para acabar, una vez terminada su carrera, en el mundo de la televisión. Yo fui un jugador de Segunda y Segunda B que apenas estuve una temporada en Primera, pero tras aquella famosa eliminatoria de Copa entre mi Numancia y el Barcelona que grabé con mi propia cámara de vídeo para su programa, Michael lo tuvo claro: «Yo quiero fichar a ese pavo», dijo en Canal+, cuando presentaba el Día Después. Y así fue. Chus del Rio, otro compañero de la cadena, de Logroño como yo, vino a verme y me lo dijo: «Ha dicho el inglés que quiere ficharte». Michael tenía la certeza que yo valía para la televisión y así empezó mi carrera como reportero y comunicador en el año 1995: «Coño, Raúl, tú eres un animal de la comunicación. Tú ves el fútbol de verdad, el auténtico, no el que yo he vivido que era un fútbol de mentira», eso fue lo primero que me dijo nada más conocernos. Todo lo que yo he hecho y he aprendido se lo debo a Michael. Él vio en mi virtudes que yo desconocía. Apostó por un elemento extraño para la televisión, como yo. Sin él me quedo huérfano de padre y de hermano mayor. Tenía una relación muy estrecha. Vivimos muchas cosas juntos, pero también discutimos mucho. La de veces que me agarró del pecho o la de veces que dejó que me equivocara para que aprendiera de mis errores. Todo lo hacía por mi bien. Era muy inteligente y tolerante. Eran habituales las comidas y cenas de larga duración, y no hace mucho en una de ellas recuerdo que Michael se tomó sus gintonics y se fumó sus dos paquetes de tabaco, y claro llegó un momento en que tuve que decirle algo: «Michael, te tienes que cuidar un poco». Y me contestó: «A ver, Raúl. Te voy a decir una cosa, el médico me ha dicho que lo peor para el cáncer es el estrés y a mí no beber y no fumar me estresa». Michael fumaba como un carretero y le ha matado un melanoma: «Coño, Raúl, me voy a morir de un cáncer de piel, qué mariconada», me decía. Hasta hace un mes y medio, física y anímicamente estaba bien, pero ya en Anfield, durante el partido entre el Liverpool y el Atlético de la vuelta de octavos de Champions, le noté raro. Poco después hablamos, me dijo que se había ido a Marbella, donde vivía con su mujer desde que le diagnosticaron la enfermedad. Días después, en una cita médica le descubrieron que el cáncer se le había pasado al cerebro. Michael odiaba dar malas noticias, lo hacía como pidiendo perdón. Así que me lo contó de un modo especial: «Raúl, he ido al médico y me ha dicho que el cáncer se me ha pasado a la cabeza. Es como si me hubieran echado lacasitos en la cabeza y todos esos lacasitos son tumores». Ahí empezó la cuenta atrás. Ahí ya me quedé hecho polvo. Esa fue nuestra última conversación. Tres días después de esa noticia, pidió un permiso a la Guardia Civil para no quebrantar el Estado de Alarma, viajó a Madrid para reunirse con sus dos hijos. La hija vino desde Australia, donde vive. También quería despedirse de su única nieta, que acababa de nacer. Ha muerto en su casa de Madrid junto a su familia. Ya se ha ido, le hemos llorado y vendrán malos ratos al pensar el él, pero hay que recordarlo como lo que era, un grande. Adiós, ‘My Lord Michael’.

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