domingo, 26 de abril de 2020

«El más mejor»

Dice una amiga con mucha gracia que Rafa Nadal es «el más mejor» y no le falta razón. El manacorí, acompañado de Pau Gasol y un ramillete de deportistas apoyan sin quererlo sobre sus hombros la responsabilidad de ser los referentes de este país. Lo mismo ocurre en otros lugares con jugadores de baloncesto, golf y, sobre todo, fútbol. Messi y Ronaldo han conseguido polarizar en este mundo a sociedades enteras más allá de lo que ahora conseguirían Locke y Marx juntos en un reality show. Que estos grandes deportistas sean los pilares de «lo más mejor» en un mundo virtual y sostenido en campañas de imagen y en el que para ser feliz hay que comprar 700 camisetas de Zara por temporada no es de extrañar pero si es preocupante que, al mismo tiempo, los Gorbachov, Thatcher, Kennedy, Churchill o Suárez se hayan quedado sin herederos. No es que yo quiera resucitar a Gandhi, Luther King o a Carrillo, pero sus sucesores se han convertido en remedos de deportistas famosos con capacidad de influencia en la sociedad sólo través de millones de seguidores falsos en Twitter. Limitaciones a la libertad de prensa, fotos ante espejos de lavabos imposibles o banderas como arietes han sustituido el liderazgo natural de las políticas de hombres y mujeres cojos, feos, gordos o calvos que hacían discursos memorables porque se asentaban en la realidad, en los hechos y no en estratagemas propias del marketing, del populismo. Ese populismo de «baja intensidad» abanderado por Johnson, Macron, Sánchez, Casado o Rivera hace casi más daño que el populismo con carnet de identidad al que se pretenden enfrentar de Trump, Iglesias, Abascal o Tsipras cuando no a las dictaduras 5.0 de Xi Jinping o Putin. No digo que hace cien años no existiera Jesse Owens y que no fuera un icono o que Pelé fuera malo jugando al fútbol pero entonces unas cosas las hacían unos y las otras las hacían otros. Ahora los deportistas son una garantía en las listas electorales y ser como un deportista es un objetivo para cualquier político. Menos mal que aunque no la imagine vestida de Armani, ni jugando a la raqueta siempre nos quedará Ángela Merkel.

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