sábado, 26 de octubre de 2019

Eddie Jones, el forjador del brexit oval

Si Eddie Jones (59 años) es el entrenador de rugby mejor pagado del mundo, será por algo. Percibe un millón de euros anuales y tiene la posibilidad de extender su contrato dos años más (hasta 2021). Y en función de lo vivido ayer en Yokohama, con una apabullante victoria ante Nueva Zelanda (19-7) todo indica que lo prolongará. El último escollo es la final del próximo viernes ante el vencedor del Gales-Sudáfrica de hoy (10 h en #Vamos). Los ingleses fueron los inventores del rugby y siempre estuvieron orgullosos de ello, pero hace cuatro años habrían deseado que este deporte no existiera. Querían que se les tragara la tierra. Acababan de fracasar estrepitosamente en el Mundial que organizaban (no superaron la fase de grupos) y la marcha del seleccionador de entonces, Stuart Lancaster, fue la señal de que el proyecto estaba más que agotado. Había que dar un giro total a los acontecimientos y buscar un nuevo modelo que les devolviera la grandeza de antaño. Y optaron por la solución más lógica: comenzar la casa por los cimientos, con un nuevo técnico que cambiase la mentalidad del grupo y les recondujera a la senda ganadora. Inglaterra había ganado el Mundial de 2003 y no se les podía haber olvidado esa sensación en solo tres lustros, por lo que el objetivo se centró en el australiano Eddie Jones. Se trataba de un preparador controvertido tanto por sus métodos como por sus palabras y el camino no iba a ser sencillo en un organigrama tan jerarquizado como el de los británicos. Gracias a su gran experiencia como entrenador en los grandes eventos cuatrienales (llevó a Australia a la final en 2003, ganó como asistente de Sudáfrica en 2007 y dirigió a Japón en 2015) tenía el palmarés ideal para optar al puesto. Pero el hecho que resultó crucial para elegirle fue su estrecha relación con el país nipón, que iba a acoger la cita de 2019. Ese era su único horizonte. Desde que el de Tasmania aterrizó en la catedral de Twickenham dejó claros sus objetivos y confirmó la fama que le precedía. Solo iba a buscar la excelencia y para ello utilizararía a los hombres que se comprometieran en cuerpo y alma con esa idea. Él era el líder del grupo y a partir de ese momento se iban a olvidar las individualidades. Espíritu samurái Todos tendrían que estar dispuestos a trabajar por un objetivo común: regresar a lo más alto en Japón 2019. Su vinculación con el país del sol naciente iba mucho más allá de haber dirigido a su selección en dos periodos distintos, pues le venía de familia: su madre y su propia esposa eran originarias de allí. Así, con la filosofía y el espíritu samurái perfectamente asentados en su ideario, se dedicó a fomentar la otra faceta de su personalidad, la que le afloraba de su crecimiento en los suburbios de Sidney. Con formas educadas pero fondo barriobajero, inauguró una etapa de ruedas de prensa que hizo las delicias de los periodistas. Siempre daba titulares y fomentaba la polémica. Como se erigía en parapeto de sus jugadores, a los que defendía a muerte mientras lo dieran todo en el campo, estos se liberaron de la presión de una afición tan entendida como exigente. Y los buenos resultados llegaron de inmediato: ganaron dos Seis Naciones consecutivos (2016 y 2017) e igualaron la marcha mundial de los All Blacks de 18 partidos internacionales consecutivos ganados. De manera que, pese a que en los dos últimos años los dividendos no fueron tan llamativos, consiguieron llegar a Japón con los deberes hechos y con la consideración de equipo favorito. Ya en la isla, jugaron una impecable primera fase, en la que pasaron como primeros de grupo después de no poder disputar su choque ante Francia por el tifón que arrasó el país asiático. Pero lo mejor estaba aún por llegar: en los cuartos de final apabullaron a Australia (40-16) y ayer, en la semifinal, desconcertaron a Nueva Zelanda desde el principio. Lejos de mostrarse intimidados por toda la parafernalia de los kiwis, que incluye atemorizar a los rivales con su popular haka, los ingleses les desafiaron con una posición de flecha que indicaba claramente su objetivo: dispararles al centro de su corazón. Con sus certeros aguijones defensivos impidieron que los de negro pudieran mover el oval y les sorprendieron no dejándoles salir de su campo. Quien sí se salió fue Inglaterra (19-7), en un brexit de lo más global. Ya que Europa se les queda pequeña, ahora el mundo les espera.

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