jueves, 31 de octubre de 2019

El Dios del Manga bendice el MNAC

Fue, entre otras cosas, impulsor del manga contemporáneo, gran renovador del género en frentes tan variados como el shōjo o el gekiga, pionero de la animación televisiva y, en fin, una suerte de Walt Disney a la japonesa. Normal que, con los años, a Osamu Tezuka (1928-1989) se le conozca no tanto por su nombre (que también) como por ese rotundo sobrenombre que le presenta aquí y allá como el Dios del Manga. Un apodo que, coincidiendo con el XXV aniversario del Manga Barcelona, podía leerse también ayer en los muros del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), insigne recinto que hasta el 6 de enero acoge la retrospectiva más ambiciosa que se la ha dedicado en la ciudad a un mangaka japonés. «Tenemos que dejar entrar la cultura popular en los museos. En este sentido, en lenguaje del cómic es esencial», subrayó el director del museo, Pepe Serra, durante la presentación de una exposición que reúne más de doscientos originales del creador de Astroboy, La princesa caballero o Kimba, el león blanco. Doctor en Medicina y creador de Mushi Production, estudio pionero que le trajo tanta fama como dolores de cabeza y agujeros contables, Tezuka no sólo revivió el manga tras el apocalipsis cultural de la Segunda Guerra Mundial, sino que transformó en historias elaboradas lo que hasta entonces no eran más que gags autoconclusivos y se encargó de destilar la influencia que llegaba de Estados Unidos. «Si te fijas en Astroboy, básicamente es una mezcla entre Mickey Mouse y Pinocho», destaca Oriol Estrada, coordinador de las actividades del Salón el Manga. La primera gran creación de Tezuka, presenta aquí con valiosísimos originales de las décadas de los cincuenta y los sesenta, fue también una «oda a la ciencia» y una fuente de inspiración de la que la que saldrían incontables ingenieros robóticos. Incluso cuando ya empezó a estar hasta el gorro del personaje, recuerda Estrada, el gobierno nipón le animó a seguir dibujándolo por su efecto beneficioso para la sociedad. Siguiendo un recorrido más o menos cronológico, la exposición arranca con guiños a «La nueva isla del tesoro», serie publicada en 1947 y de la que se vendieron más de 400.000 ejemplares, y ahonda en el pulso narrativo de algunas de sus obras maestras como «Buda» y «Adolf», ambiciosas incursiones en el manga adulto y de connotaciones históricas. De hecho, a pesar de sus reticencias iniciales y a su convicción de que el manga debía ser un producto eminentemente infantil, Tezuka cambió de tercio en los setenta para crear obras más complejas y retorcidas como «Vampiros» o «Black Jack». Su aportación al anime con las adaptaciones de «Astroboy», primera serie de animación de emisión semanal, y «Kimba», primera serie en color, y su papel en lo que se conocería como animación limitada, también cuentan con un apartado específico en una exposición comisariada por Stéphane Beaujean y bendecida por Macoto Tezuka, hijo del dibujante.

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