lunes, 10 de octubre de 2022

Vida de Pepelito

Pepelito sale de su casa ni muy tarde, ni muy temprano. Templado el día, digamos. Pepelito no levanta más de un metro cincuenta, vive desde que se gastó la magra pensión en vicios confesables, y no se le ocurre mendigar. Va y viene, del Centro a Chamberí, a las horas en que en ciertos bares requieren de sus servicios en 'B' o en 'C'. Pepelito lo mismo pasa por una inmobiliaria a llevar unos catálogos que regresa de meterse por la puerta trasera de un restaurante a descargar unos limones. A Pepelito, cuya identidad preservamos pero que se llama casi así, le vienen dando igual las novatadas machistas de niños pijos. Él sabe que la vida en Madrid es mucho más amplia. Le quedan pocos dientes, habla lo justo, y antes de esa jubilación anticipada que lo ha encerrado con dos hermanas en un cuartillo, no era el Emperador de Lavapiés... Pero casi. Menos este verano, siempre va con una cazadora negra y una gorra como de los GOE, aunque puede que su aliño indumentario no sea más que una ensoñación y vista, de limpio, con los remiendos que puede. Pepelito apenas toma café con leche, y un botellín las fiestas de guardar. El sano pueblo madrileño de detrás de las barras nunca le niega un cafelito a un buen cristiano. Y así va tirando el día, la vida, sin ministro, ministra, 'ministre' que se ocupe de él. Yo lo veo desde un segundo plano. Si lo saludo le tendría que contar cosas de mi vida que prefiero no remover . Me alegró verlo desde los cristales de una cafetería donde también para en días alternos. Madrid, que es así de ingrata con sus hijos más legendarios. Pepelito, un buen hombre ante tanta ignominia.

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