Más de 20 juzgados de lo contencioso-administrativo se reparten entre las seis plantas del edificio de Gran Vía 19. Un inmueble ante el que ha pasado medio Madrid, pero cuya historia pocos conocen. Porque antes de ser sede judicial, lo fue de las cajas rurales; y antes aún, el inmueble fue el primero destinado a grandes almacenes en la capital de España. Aún hoy, el muro de cristal que cubre el edificio oculta la fachada, muy retocada, de lo que fue en su origen un precioso diseño del discípulo más aventajado de Antonio Palacios. Fue Modesto López Otero , autor también del edificio de la Unión y el Fénix, del Arco de Moncloa o de la Ciudad Universitaria, el encargado de construir lo que serían los primeros grandes almacenes de la capital; antes incluso de los conocidísimos Madrid París, de Gran Vía 32: los Almacenes Rodríguez. Para ello, con algunas influencias del modernismo y el art decó, López Otero dio su punto peculiar al lugar. Con aportaciones muy vanguardistas para la época, como llevar e l hueco de ascensores y escaleras a ambos lados del edificio, dejando el espacio diáfano en el centro. Hizo también un patio central cubierto en doble altura, que a su vez proporcionaba iluminación al sótano del inmueble mediante piezas traslúcidas en el suelo. Imponente Y para la fachada, se decidió por un elegante conjunto de ocho pilastras de doble altura, con siete vanos acristalados, cubiertos en su parte superior por cristaleras verticales y coronado por una cornisa ondulante. El nombre de los almacenes remataba el conjunto. El edificio, que se inauguró en 1921, era de «imponente arquitectura llena de decoraciones y detalles que ponían en importancia a los grandes almacenes», explica José Luis Soler, arquitecto de la Consejería de Presidencia y Justicia de la Comunidad de Madrid. Pero el éxito del negocio llevó a la necesidad de reformarlo. Cosa que ocurrió primero en 1941 –cuando cambió la carpintería original de madera por otra metálica– y otra posterior, en 1945, que rompe ya con la entrada principal, los patios interiores y muchos de los elementos que conferían verticalidad a la decoración externa. La última de las reformas, la que le dio el aspecto con el que ahora se conoce al edificio, se produjo en 1975, de la mano del arquitecto Francisco Calero Fernández y, a juicio de José Luis Soler, «no es la peor: está bien fundamentada y tiene muchos aciertos». Almacenes Rodríguez en 1959, preparando la visita de Eisenhower Teodoro naranjo Las claves Inauguración El primitivo edificio de los Almacenes Rodríguez fue diseñado por Modesto López Otero, discípulo de Antonio Palacios y uno de los mejores arquitectos de su época: suyo es también el edificio de la Unión y el Fénix, o la Ciudad Universitaria. Los cambios de los 40 La primera gran reforma del inmueble tuvo lugar en 1941, y con ella desaparecieron varios elementos decorativos, como la balaustrada superior. La segunda, en 1945, se llevó por delante el patio interior, cambia la entrada de tres vanos para generar otra de cinco, y toca otros elementos de la fachada. Nuevos usos, nueva estética En 1975, se encarga a Francisco Calero Fernández una reforma integral, porque cambiaba los usos: iba a ser sede de las cajas rurales. Su solución, cercana al movimiento internacional, cubre todo el edificio con un muro cortina de vidrio, que mantiene la verticalidad y la estructura de un cuerpo central y dos cuerpos laterales (mediante elementos diferenciadores en algunas ventanas). En esta época, el movimiento internacional había logrado que las fachadas pasaran de ser estructuras a ser cerramientos: ya no tenían que aguantar el edificio, así que se podían cerrar con cristal. De ahí el muro cortina con que se cubre todo el edificio primitivo, como con una segunda piel separada solo por 50 centímetros de lo que queda de la fachada original. Esta estructura de vidrios anclados al propio cerramiento, y separada de éste mediante unas pequeñas pasarelas , permite la circulación de aire entre las dos pieles. Hay quienes defienden que sería acertado eliminar esa piel de vidrio y sacar a la luz lo que quedó debajo. El arquitecto de la Consejería de Presidencia es contrario a ello. Por varias razones: porque la arquitectura, a su juicio, debe ser «hija de su tiempo», y por eso esta utilizó «los conceptos y materiales del momento, sin intentar recuperar la fachada original inexistente como si se estuviera en los años 20, con lo que evita el pastiche que muchos adoran». Pero, además, defiende que en la reforma del 75, cuando el edificio se convierte en sede de las Cajas Rurales, se mantiene «la estructura compositiva del edificio original»: los huecos no acristalados de la parte superior quieren recordar cómo era en origen, con un cuerpo central y dos laterales. Bóvedas de cañón Además, las molduras metálicas que se añaden al paño de cristal lo parte de un modo que «recuerdan a la verticalidad de la fachada original». En la época, los muros de cristal pretendían reflejar los edificios del entorno, integrándolos también en él. En este caso, las ventanas se abren de suelo a techo mediante un eje vertical central, de forma que queda media ventana fuera de la piel y media dentro de ella, creando así «una imagen de profundidad en la fachada», señala Soler. El muro cortina de cristal acaba en la parte delantera del edificio sobre una cornisa con bóvedas de cañón, que van más allá de la entrada y entran en el edificio. Peor solución tiene esta fachada de cristal en la trasera: la piel no acaba en una cornisa, y es tal vez la parte con peor remate del inmueble. MÁS INFORMACIÓN Un edificio del siglo XXI para la Gran Vía Los gustos estéticos son tan personales como subjetivos. Por eso hay quien, al pasear por la Gran Vía, mira con sorpresa al edificio de los juzgados, vecino del Oratorio de Caballero de Gracia. Una rareza, sin duda, que destaca y en el que, si el paseante se fija bien, puede vislumbrar en la parte superior el rastro de su anterior fachada que aún permanece tras la piel de cristal.
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martes, 11 de octubre de 2022
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