domingo, 31 de mayo de 2020

La paloma torcaz, el ave moderna

Sí, moderna en el sentido de actual, porque las torcaces de hoy son sensiblemente distintas a las de ayer, aves «remozadas», fruto de un claro ejemplo de adaptación a un entorno también nuevo, cambiante y, sobre todo, a un nuevo clima, que la han llevado a pasar de ser una especie fundamentalmente migratoria a acomodarse al sedentarismo en gran medida. Este proceso de establecerse, al igual que nos sucedió a los humanos en el Neolítico, ha supuesto un sustancial aumento de las poblaciones palomeras, prácticamente la única especie de caza menuda que ha seguido los pasos de las mayores creciendo en número. Los entornos urbanos y sus inmediaciones han sido los espacios elegidos para este «reciclaje». En estos escenarios la paloma encuentra protección ante los predadores (exceptuando, quizás, a los gatos) y una nula presión cinegética. Otro factor que impulsa este aumento es su fertilidad. En muchas zonas han adelantado el celo hasta más de un mes y pueden oírse sus característicos arrullos y aleteos nupciales en el tiempo que antaño llegaban migrando a la península a pasar el invierno. Este largo periodo de cría les asegura dos o tres puestas de un par de pichones cada una al año (generalmente, macho y hembra), lo que impone una tasa exponencial de crecimiento poblacional, que en ocasiones produce auténticas plagas, difíciles de contrarrestar. Todo esto unido a su, casi exclusivamente vegetariana, voracidad ha provocado inevitablemente daños al alza en cultivos y sembrados, por lo que su control hoy es esencial. Para hacerse una idea, me remito a la referencia que me hizo Joaquim Vidal, palomero tarraconense, cuando, al analizar el buche de una paloma torcaz cobrada de un bando de unas 250 que comían en una siembra de trigo, encontró nada menos que 231 granos de este cereal. Una simple multiplicación de granos, palomas y días nos dará una cifra que es seguro proporcional al número de nuevas canas que le afloran al dueño del campo en cuestión cada temporada. Pero aunque es cierto que la torcaz es cada día más sedentaria y posiblemente más mansa, aún existen grandes poblaciones migratorias que se resisten a fijar su residencia y siguen atravesando los Pirineos, si bien no por los pasos tradicionales. Muchas lo hacen pegadas a las costas vasca o catalana. Tampoco realizan estos viajes durante el dilatado mes que iba de mediados de octubre a mediados de noviembre; y golpes de grandes bandos llegan a nuestro país en apenas un par de días, tras dar poco más que un salto una vez concentradas en los interminables campos de maíz del suroeste francés, justo al otro lado de la cordillera. Mientras escribo estas líneas, una torcaz se ha puesto, muy a propósito, a picotear granos de gramíneas en mi jardín, a escasos metros de mí, con un descaro mayor que el de un petirrojo. Un par de parejas crían todos los años aquí y cada año que pasa se muestran más indiferentes a mi presencia. Muestran una docilidad impensable hace apenas veinte o treinta años, cuando subía en otoño a cazarlas a los collados del Guadarrama y las voces desde el puesto de Corrales anunciaban la llegada de los bandos... Su caza: estrategia y destreza Un par de torcaces engrandecen cualquier percha de caza al salto cuando, sin ser el objetivo principal de la cacería, se cobra alguna al arrancar de un pino. Pero la paloma, que en ese caso es un mero aderezo del botín, adquiere gran valor cinegético al convertirse en protagonista de la cazata en tiradas al paso en puesto fijo. Bien en temporada o en media veda, su caza puede ser muy gratificante, ya que exige un esfuerzo, una planificación y una ejecución óptima para obtener resultados. La correcta ubicación de los puestos es el secreto. Tanto las sedentarias como las migratorias una vez establecidas realizarán desplazamientos diarios entre comederos, bebederos y dormideros. Estas querencias, sobre todo los comederos, son cambiantes a lo largo del año, por lo que la observación y el conocimiento de los desplazamientos de la paloma entre estos puntos es de vital importancia para colocar adecuadamente los puestos, que se hará en las zonas más fijas de paso en cada momento, en alto preferiblemente y lejos de dormideros y bebederos para que no desconfíen y los dejen de tomar. De esta forma pueden conseguirse abultadas perchas y minimizar los daños que la paloma provoca en la agricultura. Pero si, como digo, esta forma de caza es apasionante, el potencial de la paloma como especie de caza se aprovecha más intensamente aún al cazarla con cimbel. El atraer a las aves mediante señuelos artificiales o, mejor, vivos es todo un arte en el que la pericia del cimbelero es la entraña. Por último, la desgraciadamente en declive condición migratoria de las torcaces propicia la opción más grandiosa al cazador: su caza en puestos fijos en pasos tradicionales de montaña. En ellos, año tras año, en el periodo que los bandos cruzan las cordilleras en dirección suroeste, los devotos de esta modalidad las esperan puntuales. Vivir un bochornoso día otoñal de paso, con viento sur, ver lentamente dibujarse primero una tenue sombra en el horizonte que se concreta poco a poco en cientos o miles de puntitos en dirección a los puestos… es una experiencia que el cazador naturalista difícilmente olvidará.

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