viernes, 29 de mayo de 2020

Incertidumbre absoluta

Durante la última semana y media, dos hechos graves han colocado al Gobierno en una situación límite. El primero, el pacto con Bildu, seguido de una rectificación confusa del propio Ejecutivo. En segundo lugar, la trifulca del ministro del Interior con la Guardia Civil a raíz de la destitución de Pérez de los Cobos. En conformidad con lo que ordena la ley, el coronel se negó a desvelar los datos que está encargado de proporcionar a la juez instructora del 8-M. Y Marlaska, en un arrebato de cólera o buscando la intimidación preventiva de otros cargos de la Benemérita, lo borró de donde estaba. No es impensable que el asunto tenga consecuencias penales. Estos episodios, en absoluto baladíes, se proyectan sobre un fondo política y materialmente desolador. Según las estadísticas internacionales sobre el impacto pandémico, constamos como el segundo país con más muertos por 100.000 habitantes del mundo. Y esta es solo la mitad de la historia. La otra mitad es que el Gobierno ha impuesto medidas de confinamiento excepcionalmente severas, paralizando la economía y abocándonos a una depresión de la que no resultará sencillo salir. La explicación más piadosa es que la desastrosa gestión durante las semanas cruciales que precedieron a la implosión del virus ha forzado una política sanitariamente ineludible, a la vez que económicamente suicida. Tampoco cabe excluir, sin embargo, que esa política haya sido, además de suicida, ineficaz. Manejemos las hipótesis que manejemos, el cuadro es pésimo. Las mentiras del presidente, los disparates de algunos de sus ministros y los abusos cometidos invocando el estado de alarma complicarán harto la prorrogación de este en el Congreso. Si por fin sale adelante, quizá sea al precio de concesiones escandalosas a los diversos grupos anticonstitucionales que salpican el hemiciclo. Y estamos hablando solamente del muy corto plazo. Los próximos meses… no prometen ser mejores. El choque frontal entre Iglesias y Nadia Calviño, con Sánchez puesto de perfil, constituye la manifestación doméstica de un problema cuyo protagonista es Europa. En otras palabras: cada vez resulta más lesiva la permanencia de Unidas Podemos en el Gobierno. O bien las ayudas europeas, acompañadas de fuertes condiciones, presupondrán la salida de Iglesias, o bien este tendrá que aceptar políticas económicas por entero incompatibles con las que él auspicia. ¿Doblaría el testuz el representante del veteroleninismo en La Moncloa? Hay división de opiniones, pero yo tiendo a pensar que no. Iglesias no se ha identificado en ningún momento con el Gobierno de que forma parte. Por las trazas, se diría que está aprovechando su paso por la vicepresidencia para subrayar su perfil rupturista. Y que bajará a la calle, esto es, dejará a Sánchez, cuando el Gobierno esté absolutamente postrado. Un Gobierno postrado, en un país postrado, suele ser la coyuntura propicia para convocar elecciones. Pero no se pueden celebrar hasta dentro de unos meses, y el deterioro está avanzando en España a mucha mayor velocidad que el calendario legislativo oficial. Resta, como alternativa, una nueva combinación parlamentaria. Lo más razonable sería un acuerdo del PSOE con el PP. Idealmente, sin Sánchez, un hombre que no representa, no puede representar, la política de conciliación nacional que las circunstancias requieren. ¿Se sacrificaría el presidente, atendiendo a los intereses generales? Me parece que pintan bastos. La perspectiva menos improbable, de aquí a Navidades, es el caos, en un clima de creciente deslegitimación del sistema. En la Casa de Tócame Roque en que se ha convertido España, podría pasar de todo. Verbigracia: en la siguiente votación para la prórroga del estado de alarma, si es que llega a haberla, Ciudadanos vuelve a sostener al Gobierno, y este a pactar en secreto con Bildu. Sería inaudito que nuestra clase política nos deparara ese instante de comicidad infinita. Pero tal como están las cosas, vale más no hacer pronósticos.

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