lunes, 6 de abril de 2020

Ya nada saldrá bien

Siento decirles que se equivocan. Cuando dibujan arcoíris en sábanas que cuelgan de las ventanas y debajo escriben ese «todo va a salir bien» que ondea como una de las banderas contra la pandemia. Entiendo por qué lo hacen, pero se equivocan. Casi tanto como la comedia sobre el confinamiento en prime time de Televisión Española, las verbenas de agosto en los balcones sin abril o los risueños ministros en comparecencias que recuentan muertos y descuentan traumas económicos. Porque saldremos de esta pesadilla, por supuesto, y quizá con alguna lección aprendida. Pero no «todo va a salir bien», porque para eso ya es demasiado tarde. No saldremos todos y pisaremos la calle más pobres. Escribió hace un par de años Sergio del Molino como la cultura (y la política, añado) considera que «el público es una comunidad frágil, asustadiza y propensa a sufrir traumas irreversibles, a la que hay que proteger y orientar». Esta concepción naif de la sociedad es la explicación, junto a un narcisismo desmelenado, de las homilías paternalistas y moralizares del coach Sánchez cada sábado. Consideran los médicos que hablar a los mayores como a niños es una forma de maltrato psicológico, pero este Gobierno «hace lo que puede» dijo Margarita Robles en una entrevista. Esa sí que es una definición exacta del desconcierto en mitad del desastre. Ya nada saldrá bien, echo de menos escuchar al presidente de las excepcionalidades, pero resistiremos para seguir adelante. Lo conseguiremos acumulando dolor y sacrificio en la espalda. Mientras sigan cayendo a plomo los muertos cada mañana (muchos o pocos, pero muertos) prefiero las banderas a media asta y los crespones negros. Que al menos reciban cierta solemnidad de una sociedad que les ha convertido en estadísticas, en unicornios de curvas conpico. Al menos el luto público, el duelo colectivo en las instituciones tras negarles la despedida y tener que sumar al frío helado de la ausencia la soledad inconsolable en el cementerio. Esta es la primavera más triste de nuestras primaveras y no puede permitirse agitar arcoíris. No es pesimismo, es respeto.

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