En estos momentos de crisis sanitaria y económica, el debate sobre la forma de atajar la pandemia está abriendo grandes disensiones. Todos los indicios apuntan a que la mejor forma de superarla es restringiendo la movilidad y fomentando el aislamiento personal. Sin embargo, hay países que todavía se resisten a ello y prefieren optar por un modelo en el que no se restrinja la libertad de movimientos. De esta lucha está surgiendo un espectador indirecto que, al margen de postulados políticos, tiene sus propios argumentos al respecto. El golf es uno de los deportes más saludables, al mezclar factores aeróbicos y anaeróbicos, no tener contacto y no ser agresivo para las articulaciones. Por eso, en muchos lugares se está permitiendo de forma excepcional su práctica y, en otros en los que no se dejaba, es la primera actividad que se retoma después del encierro. Profesionales y amateurs Los primeros toques de atención para el mundo del golf llegaron por parte de los torneos profesionales. El hecho de que se reunieran en el mismo espacio físico personas procedentes de todo el mundo provocó unas suspensiones que, lejos de ser puntuales en Asia, empezaron a correr como la pólvora; el hecho es que ahora se ha paralizado la competición, alterado todo el calendario y provocado la suspensión del más veterano de los campeonatos: el Open Británico. Sin embargo, esto no era óbice para que el deporte se siguiera practicando a nivel amateur, con jugadores del propio club o de su zona de influencia. Y esto ha sido así hasta que las legislaciones nacionales han entrado a ordenar los movimientos en cada país. De manera que ahora mismo hay medio mundo en el que se puede jugar al golf y otra mitad en la que no. Comenzando por Asia, foco inicial de la pandemia, lugares obvios como China, Tailandia, Japón o Corea, que contaron con un gran número de infectados, fueron los primeros en cerrar las puertas. Empero, el cerrojazo más significativo fue el de India, que pese a contar con un número ínfimo de jugadores en relación a su población (allí se trata de un ocio exclusivo de las clases pudientes) sí que han querido evitar los contagios drásticamente. Sin embargo, curiosamente, en cuanto han pasado los momentos más duros, los asiáticos se han encontrado con la posibilidad de jugar en Singapur, donde los recorridos siguen abiertos y están deseosos de recibir a visitantes. Lógicamente, lo que sí se han establecido son unas normas mínimas para evitar los riesgos (fomentar el caminar en lugar de usar el buggy, no tocar las banderas o la desinfección diaria de las instalaciones). Por eso los campos están llenos de golfistas y se ha despertado la afición en otras personas a las que han recomendado hacer ejercicio y se encuentran con los gimnasios y piscinas cerrados. El segundo continente en tomar medidas fue Europa, donde ha estado prohibido jugar en todas partes excepto en Suecia (allí, de hecho, han seguido haciendo vida normal), hasta que la semana pasada Dinamarca levantó sus restricciones y permitió que se reabrieran los recintos siempre que las partidas fueran de dos personas y cada diez minutos, para evitar los contactos superfluos. Una vez más, primó la bondad de ejercitarse al aire libre. De primera necesidad En los Estados Unidos, el argumento de ser un bien necesario para la salud es el que esgrimió el gobernador de Arizona para mantener abiertos los campos de golf durante la crisis. Hay que tener en cuenta que es un estado al que van a jubilarse personas de todo el país y que tienen en este deporte su principal elemento para mantenerse. Los médicos les recetan ejercicio moderado y tener la mente ocupada y así lo siguen realizando, aunque con algunas restricciones: han sustituido las banderas de los hoyos por churros de gomaespuma de piscina y los vestuarios y restaurantes están cerrados. Este razonamiento lo han utilizado también en otros lugares con población envejecida, como Florida u Ohio, hasta el punto de que hoy en día es un galimatías saber dónde se puede jugar y dónde no. Hay veintidós estados que en los que no hay restricciones, quince en los que hay limitaciones (en unos condados se puede y, en otros, no) y trece en los que está prohibido. Lo mismo que en Australia, donde salvo en Victoria, en el resto de las provincias es factible acudir, aunque con estrictas medidas de permanencia (hay que llegar diez minutos antes y marcharse justo al terminar). Luego, hay otros lugares en los que hay normas específicas en función del tipo de club. Por ejemplo, en República Dominicana o Panamá están cerrados los clubes comerciales, para evitar visitantes, pero siguen abiertos los privados para el uso de los vecinos de cada urbanización.
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