“Llegó como un ladrón en la noche, con una aparición rápida e insidiosa”. Podrían estas palabras referirse al coronavirus (Covid-19), en este 2020 que vivimos, pero lo dijo un funcionario de la sanidad de Bombay en 1918. 102 años después de vivir la mayor pandemia de la historia, las miradas de muchos comentaristas han vuelto atrás, hacia aquella temible gripe, mal llamada española, que se cobró entre 50 y 100 millones de vidas, según distintos cálculos.
Buscar similitudes en el pasado puede ser útil, si no se busca algún de tipo enseñanza ventajista o simplemente provocar el pánico. En el caso de la gripe de 1918, las similitudes -que sean virus, ambos de origen posiblemente animal, la velocidad de expansión global- quedan inmediatamente empequeñecidas por las diferencias. Entre ellas, por ejemplo, que la mal llamada gripe española se cebó con los adultos entre 20 y 40 años, y el coronavirus parece afectar a personas de bastante más edad.
“Lo que la gripe española nos enseña”, escribía la periodista especializada en temas científicos Laura Spinney en su libro sobre aquella pandemia, El jinete pálido (en español publicado por Crítica en 2018), “es, básicamente, que es inevitable que se produzca otra pandemia de gripe, pero que mate a diez o cien millones de personas dependerá del mundo en el que surja”. Y efectivamente, el mundo de 2020 es ciertamente diferente al de 1918, afortunadamente. Además, el mundo también aprendió algunas lecciones de aquello.
En 1918, el mundo no sabía qué era un virus, no tenía antibióticos para tratar infecciones relacionadas, ni antivirales, ni vacunas, no había UCI, ni estaba la OMS para dar recomendaciones (nacería en 1948), ni tenían sistemas de alerta temprana. Una gran mayoría de la población tuvo que ser tratada, de poder serlo, por médicos no reglados, curanderos o sanitarios con escaso conocimiento científico.
“Es preciso subrayar que los medios terapéuticos de hace un siglo no eran los de ahora”, explica en declaraciones a 20minutos.es el doctor Pedro Gargantilla, jefe de Medicina Interna del Hospital de El Escorial (Madrid), profesor de Historia de la Medicina en la Universidad Francisco de Vitoria y autor de libros como Historia curiosa de la Medicina, “aquello provocó una mortalidad de 50 millones de personas, una cifra astronómica a la que no vamos a llegar afortunadamente”.
“En aquel entonces, había poco que ofrecer” a los pacientes, recordaba el doctor Jeremy Brown, director de la Oficina de Investigación de Atención a Emergencias, del Instituto Nacional de Salud de los EE UU, y también autor de un libro sobre la Gripe de 1918, en un reciente artículo en The Atlantic. “Los médicos recomendaron quinina (que no era útil), champán seco (ídem, aunque más divertido) y fenolftaleína (un laxante que causa cáncer)”, ejemplifica.
Brown, en su texto, recordaba todos las ventajas de la sanidad actual frente a la de entonces -como por ejemplo, que en pocas semanas, científicos chinos habían identificado al virus y puesto en conocimiento de todo el planeta esa información- y concluía que “pase lo que pase después, (el coronavirus) no será un segundo 1918”.
También la comunidad sanitaria y política aprendió de aquel 1918. “La medida más eficaz fue el aislamiento y, además, aquellas ciudades y regiones que fueron más enérgicas en las medidas de confinamiento y las mantuvieron durante más tiempo salieron antes de la crisis económica. Este es un dato que no podemos obviar”, explica el doctor Gargantilla.
“Un estudio de 2007 mostraba que las medidas de salud pública como la prohibición de de los actos multitudinarios y la obligatoriedad de llevar mascarilla redujeron la cifra de muertos en algunas ciudades de EE UU hasta en un 50% (…) Había que adoptarlas pronto y mantenerlas en vigor hasta después de que hubiera pasado el peligro. Si se suspendían demasiado pronto, el virus se encontraba con un nuevo reservorio de huéspedes inmunológicamente incautos y la ciudad sufría un segundo pico de muertes”, relata Spinney en El jinete pálido.
Eso sí, ahora esas medidas quizá sean más complejas, a pesar de que en aquel 1918 había una Guerra Mundial y grandes movimientos de población, “ahora vivimos en una aldea aun más globalizada, en la cual puedes viajar a las antípodas durante el periodo asintomático, por lo que se transmite la enfermedad antes de que aparezcan los primeros síntomas. Esto dificulta enormemente el control epidemiológico”, explica el doctor Gargantilla.
Aunque no fue igual en todos los países, se establece que la gripe de 1918 tuvo entre dos y cuatro oleadas: la primera, en la primavera de 1918; una segunda oleada que arrancó en agosto y que fue más letal; y, en algunos países, hubo brotes y repuntes hasta 1920. Posibilidad que también están apuntando en la actualidad con el coronavirus. “Los epidemiólogos y la administración son conocedores de este dato y se están tomando las medidas preventivas para estar preparados ante tal eventualidad. Tendríamos una ventaja añadida en este caso, el sistema sanitario está engrasado y los circuitos creados para hacer frente a una segunda oleada”, afirma Gargantilla.
También se habla mucho del impacto económico y social de la pandemia actual. En la de 1918, ambos fueron tremendos. Si aquella pandemia no hubiera estado enclavada entre dos guerras mundiales, quizá la consideraríamos como uno de los grandes hechos de nuestra historia reciente por lo que costó en vidas y lo que provocó, como por ejemplo, el gran avance en el concepto de medicina socializada, la asistencia sanitaria gratuita para todos, que muchos gobiernos iniciaron tras la pandemia.
¿Y ahora? Es imposible de saber, aunque cambiará en muchos sentidos nuestra sociedad a corto y medio plazo. “El impacto económico que tuvo, por término medio, la gripe de 1918 fue una disminución del 18% de la economía. El del coronavirus está aún por ver y además en este momento todavía es demasiado pronto para poder calcularlo. Por otra parte, la gripe española fue especialmente virulenta entre los jóvenes, y el coronavirus provoca su mayor mortalidad en las personas mayores, por lo que el impacto social es diferente. A esto hay que añadir otro dato nada despreciable, en 1918 salíamos de la Primera Guerra Mundial, afortunadamente en este caso no tenemos ninguna guerra mundial añadida. Y la mortalidad no alcanzará cifras tan astronómicas. En definitiva, el impacto social no tiene nada que ver y, en consecuencia, el daño en el tejido económico deberá ser menor”, analiza Gargantillas.
En muchos aspectos, lo ocurrido en 1918 nos recuerda al presente, es inevitable. En el aspecto mediático, los periódicos que vivían una época dorada, tomaron iniciativas que hoy vemos replicadas: los periódicos españoles (Abc, La Vanguardia o El Sol) llegaron a tener secciones fijas sobre la gripe y el italiano Corriere della Sera fue el primero en informar del número diario de muertos causados por la gripe. Al menos lo hizo, hasta que las autoridades lo obligaron a no hacerlo; algo que por cierto, según se puede leer en El jinete pálido, generó aún más preocupación el público.
También en los errores repetidos, en las lecciones no aprendidas se puede ver la constancia del ser humano en ciertos lastres negativos. Gobiernos que minusvaloran al virus y toman medidas tardes, o gobiernos y sociedades que, en un alarde de xenofobia o racismo, culpan a grupos étnicos (los chinos) o países de crear y expandir el virus (países del sur de Europa).
En 1918, el caso más flagrante fue el de la propia denominación de gripe española, pese a que el que se da como primer caso tuvo lugar en EE UU. Esta ‘injusticia’ histórica se produjo porque al estar desarrollándose la Primera Guerra Mundial, los países contendientes censuraron las informaciones sobre la pandemia para que no afectara a la moral y la única prensa que informó al mundo sobre el asunto, al principio, fue la de nuestro país. Así que franceses, británicos y estadounidenses comenzaron a llamarla “gripe española” y, como vencieron la guerra, así se quedó.
Y al igual que ahora, se señaló a distintos países y colectivos. Como cuenta Laura Spinney, en Senegal fue la ‘gripe brasileña’ y en Brasil, la ‘gripe alemana’; los daneses creían que “venía del sur”, Polonia la llamaba “enfermedad bolchevique” y en Japón “gripe del sumo”, tras declararse en un torneo. Por cierto, los españoles no solo fueron ‘víctimas’: en la época se culpó a los portugueses, que, a su vez, culpaban a los españoles. En Medina del Campo, rociaban a los viajeros lusos con desinfectantes, los retenían e incluso multaban. En septiembre de 1918, España cerró sus fronteras con Portugal, aunque el virus ya estaba dentro.
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