Miércoles, siete de la tarde. El Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla, en Madrid, se encuentra en una situación límite. La atención en los triajes de coronavirus, donde se clasifica la gravedad de los pacientes conforme llegan, trabaja a destajo; las camas de urgencia y las unidades de cuidados intensivos están repletas. En el gimnasio, convertido en sala de rehabilitación por la pandemia, también se agolpan pacientes. «Al máximo de capacidad», reconocería un portavoz del Ministerio de Defensa. La ola más fuerte del Covid-19 golpea duro al hospital del Ministerio de Defensa que, integrado en la red de hospitales de la Comunidad de Madrid desde 2010, atiende principalmente a los ciudadanos del barrio de Carabanchel (unas 105.000 «cartillas» de civiles a su cargo) aunque todo aquel que se presente desde otra zona será atendido, claro. Sábado, once de la mañana. Algo ha ocurrido. De repente, «el Vietnam del coronavirus» ha concedido una tregua. «Es la esperanza, aunque no hay que fiarse. El fin de semana pasado también sufrimos una leve mejoría. Y luego vino el pico del miércoles», destaca el general de brigada Miguel Fernández Tapia-Ruano, director de este imponente hospital de 22 plantas que comenzó a recibir enfermos en 1896, en otro momento crítico de la historia de España, con el inicio de la Guerra de Cuba. Capacidad reforzada «Hemos reforzado las camas de UCI, cuadruplicándolas hasta 32; las camas de urgencia han pasado de 14 a 73; y las camas de hospital se han duplicado también, con 549, estando ocupadas al 95 por ciento por casos de Covid-19», informa por su parte el general de división Antonio Ramón Conde, inspector general de Sanidad de la Defensa, encargado de desarrollar y planificar la política sanitaria de las Fuerzas Armadas. Experimentado en casi todas las misiones militares (Afganistán, Irak,...), nunca vio nada igual: «Su alto contagio, la tasa de mortalidad, la gran afluencia de pacientes en los hospitales y el desconocimiento que aún tenemos del virus suponen un reto». Cada mañana participa en una videoconferencia con todos los responsables de hospitales de la Comunidad de Madrid junto al consejero autonómico para intercambiar impresiones sobre la evolución de la pandemia. Advertencia que nos lanza: «No es una enfermedad de mayores. Ni mucho menos, aquí atendemos a muy jóvenes. El menor tenía 14 años. Hay que seguir las recomendaciones de confinamiento siempre que sea posible». Un dato que nos adentra en la esperanza del Gómez Ulla: desde las tres de la tarde del viernes a las ocho de la mañana de ayer ingresaron «sólo» 35 pacientes por coronavirus, cuando la semana anterior y el inicio de esta eran unos 80 en esa misma franja horaria. Junto a estos dos generales médicos militares y el teniente Antonio García Sillero, jefe de Seguridad del Gómez Ulla, ABC recorre un hospital donde se palpa la tregua. Pero repiten: «No hay que fiarse». Médicos y enfermeros así lo atestiguan. Civiles y militares juntos. Si hay una institución donde la simbiosis entre sociedad y Fuerzas Armadas se puede contrastar estos días esta es el hospital Gómez Ulla. De los 311 médicos que hay en el Hospital Central de la Defensa, 172 se dedican ahora al coronavirus. Una de de ellas es María Victoria Lorenzo, una civil residente de primer año que tras acabar sus estudios de Medicina en la Universidad de Lérida pidió plaza aquí en la especialidad de Rehabilitación. Junto al teniente enfermero Gonzalo Rivas, del Ala 48 del Ejército del Aire, atiende a una de las pacientes recién ingresadas. El teniente Rivas es uno de esos militares de apoyo desplazados por los Ejércitos al Gómez Ulla. Otros, no sanitarios, también se han desplazado. Por ejemplo, una unidad de 200 militares del Ejército de Tierra ha reforzado su cocina, mantenimiento (albañiles, fontaneros...), servicio de celadores... Todo lo necesario para que este pequeño «ejército» civil y militar de 2.514 trabajadores afronte con garantías la lucha contra el coronavirus. Al Gómez Ulla llegaron el 31 de enero los primeros casos de Covid-19 en nuestro país. Fue la veintena de españoles repatriados de la «zona cero» de Wuhan (China) y que afrontaron la cuarentena en su planta 17. «A posteriori esto ha sido una ventaja. Unido a nuestra formación en NBQ [defensa nuclear, biológica y química] y los equipos de protección individual, mascarillas y respiradores con que contábamos, los protocolos que aplicamos con esos primeros pacientes de Wuhan durante su estancia nos han permitido afrontar la crisis actual con más garantías», explica el general de división Antonio Ramón Conde. La tasa de contagios entre el personal sanitario de este hospital se sitúa en torno al 10 por ciento, por debajo de la media nacional. Otra de las ventajas del Gómez Ulla es que cuenta con dos contenedores clave en su quehacer. El primero, proporcionado por el Ejército del Aire, es un generador de oxígeno para rellenar las botellas, vitales para los pacientes de Covid-19 que tienen problemas respiratorios; el otro, del Ejército de Tierra y con una cruz roja bien visible en su color caqui militar, es una morgue adicional que se tuvo que habilitar ante la afluencia de cadáveres de la semana pasada en la morgue propia del hospital. A la espera de la UME Sin familiares, sin duelo, sin un último adiós, los cuerpos de los fallecidos por coronavirus son envueltos en un doble sudario, se meten en bolsas y se procede a desinfectar el ataúd de la funeraria correspondiente. A este lugar llegarán los efectivos del Gietma de la Unidad Militar de Emergencias para trasladarlos al Palacio de Hielo o a las otras morgues de Madrid. Así se cierra el círculo maldito del coronavirus: 11.744 fallecidos en toda España, hasta ayer. Es la pandemia que puso de relieve que las Fuerzas Armadas no son un gasto superfluo. Pero la visita de ABC al Gómez Ulla no merece este final. La soleada mañana nos ha revelado otro mensaje: «Hay esperanza. La lucha está sirviendo para algo, esto hace tres días era una situación completamente diferente», nos despide el teniente Sillero. Es la esperanza del Gómez Ulla tras las 72 horas más decisivas.
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