Siempre escampa. Tardará más o tardará menos, pero el incendio de la Covid-19 acabará también siendo controlado y sofocado. Y cuando cese esta tormenta llegará el momento de depurar responsabilidades. Ahora lo urgente, lo único importante, es contener la expansión de virus y evitar el colapso del sistema sanitario. Pero cuando todo esto pase, cuando podamos volver a la normalidad, habrá que evaluar la gestión y el papel que cada actor público ha jugado en este tiempo. Sí, esta crisis está dejando retratado a todo el mundo. Y no, no todos salen bien en la foto. En esta instantánea se aprecia una multitud de incompetentes, un clan no menor -y dramáticamente poderoso- de sectarios y fanáticos, una camarilla de dimensión también considerable de oportunistas y trileros y un reducido, muy reducido, grupo de gobernantes que enfrentan la situación con templanza, energía y determinación. Cuando todo esto pase habrá que preguntarse primero por qué se reaccionó tan tarde. El 30 de enero un experto de la Organización Médica Colegial alertó al gobierno de la enorme peligrosidad del coronavirus y la OMS emitió una alerta de emergencia internacional. El equipo de Fernando Simón desoyó ambas. Ahí empezamos a perder esta batalla. El 4 de febrero -hay ya 22 casos confirmados en España- Carmen Calvo se pone al frente de un equipo de coordinación interministerial y el mensaje sigue siendo el mismo: “los protocolos están funcionando”. 13 de febrero, primero fallecido en nuestro país -aunque no se detecta hasta 20 días después- y vamos ya por 160 positivos. Seguimos sin hacer nada. 24 de febrero, las bolsas empiezan a hundirse y la OMS advierte que la Covid-19 era una “amenaza global”. Las primeras instrucciones del Ministerio de Sanidad aún tardarían tres días. El 29 de febrero Simón cuestionaba todavía la eficacia de medidas como el cierre de escuelas. El siguiente fin de semana miles de personas asistían en este país a partidos de fútbol, acudían a conciertos multitudinarios o salían a la calle en las movilizaciones del 8M. El ejecutivo de Pedro Sánchez tardaría una semana más en declarar el Estado de Alarma. Cuando todo esto pase habrá también que enjuiciar la gestión de la crisis. Primero en el ámbito sanitario. Hoy por hoy sigue sin explicarse por qué el gobierno decidió centralizar la compra de material sanitario y el primer envío de mascarillas que consiguió el Ministerio llegó dos semanas más tarde mientras cientos de médicos y enfermeros se estaban contagiando en los hospitales de todo el país. También sigue sin explicarse el fiasco de la primera remesa de test que hubo que devolver porque no cumplían con las especificaciones requeridas. Cuando todo esto pase es necesaria además una reflexión sobre la gestión económica. En España el sectarismo y fanatismo exhibido por ministros que hablan más como sindicalistas trasnochados que como gestores al servicio del interés general van a elevar exponencialmente la factura de esta crisis. Por puro dogmatismo han abocado al cierre de cientos de pymes, la ruina de miles de autónomos y la destrucción de docenas de miles de puestos de trabajo. Sí, el coronavirus y el confinamiento nos iban a conducir a una inexorable recesión, pero podía ser de impacto limitado y de corta duración como probablemente ocurra en países de nuestro entorno. Pero en España la crisis será más brutal y larga por la frivolidad, irresponsabilidad e improvisación exhibidos. Cuando todo esto pase habrá también que evaluar el papel de un grupo no menor de oportunistas que han intentado sacar rédito político de la catástrofe. De esos presuntos líderes políticos que hace todavía no mucho tiempo defendían que hoy podrían celebrarse con normalidad las elecciones autonómicas que estaban previstas en Galicia y el País Vasco. Resulta pavoroso imaginar que hubiesen sido ellos los que gestionasen la respuesta de la Xunta frente a esta catástrofe. Y, al contrario, cuando todo esto pase habrá que poner en valor a ese reducido, reducidísimo, grupo de políticos que han estado a la altura de las circunstancias. Que supieron anticiparse a la amenaza y tomaron decisiones con determinación y mesura. Y sí, probablemente entre esos gobernantes encontremos al presidente Núñez Feijoo o al alcalde madrileño Martínez-Almeida. Habrá tiempo para evaluar el papel que cada uno ha jugado en esta crisis. Situaciones como esta dejan a todos retratados. Hoy lo importante es frenar la propagación del coronavirus, pero cuando todo esto pase habrá que depurar muchas responsabilidades políticas por todo lo que está ocurriendo.
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