lunes, 31 de mayo de 2021

Sánchez se afilia a la ANC

Durante años el independentismo catalán se ha esforzado en presentar a España como un país atrasado, habitado por gentes holgazanas que viven como sanguijuelas de los impuestos que pagamos los catalanes. Además, durante años el independentismo ha presentado a España como un país nostálgico del franquismo, equivalente a Turquía, lleno de gente que odia a Cataluña, donde no hay separación de poderes y donde jueces, policías, funcionarios, empresarios del IBEX, dirigentes de la patronal y periodistas de la llamada caverna no tienen otro objetivo que mantener a los catalanes subyugados bajo la bota del poder impuesto desde el Paseo de la Castellana en Madrid. Durante años los líderes políticos del PSOE y el PP viajaban a Cataluña para consultar en sus oráculos de la burguesía catalana y catalanista: espejito, espejito, ¿qué debemos hacer para que los catalanes nos quieran y nos voten? Y esos oráculos siempre cercanos al poder político nacionalista gobernante en el Generalitat, cuando no el propio poder político catalán, les decía y les dice lo mismo: «Sed catalanistas, dadnos más dinero, construid carreteras, reconoced nuestra especificidad y diferencia». Y así años tras año se sucedían los líderes y las concesiones: Obiols, Piqué, Trias de Bes, Iceta y un etcétera inacabable de líderes quemados en el altar del nacionalismo y fracasados en la pira de la traición a sus electores que buscaban señales para votarles y no encontraban más que jerga pseudonacionalista. Los fracasos del PSOE y el PP en Cataluña los ha pagado una población sometida a la inmersión lingüística, a una política fiscal atroz, una gestión nefasta y una regresión de las oportunidades y expectativas de futuro que los nacionalistas siempre han achacado de forma consipiranóica a Madrid. Ni del PSOE ni del PP salió jamás una autrocrítica o análisis de la razón de los fracasos; como en el fútbol, ante un nuevo fracaso, un nuevo líder. El llamado pacto constitucional, que firmó González tras perder su mayoría absoluta en 1989; el Pacto del Majestic en 1996 para que Aznar accediera a la Moncloa; el nuevo Estatut impulsado por Maragall y Zapatero; la operación diálogo de Rajoy-Sáez de Santamaría, incluida la foto de Junqueras y Soraya en el Mobile, con el primero con sus manos sobre los hombros de la entonces vicepresidenta del Gobierno como ungiéndola como interlocutor elegido y aceptado, han tenido siempre un mismo argumento para justificar las concesiones que se hacían al nacionalismo: es el momento de cerrar heridas. En todos esos casos, como ahora con los indultos, el independentismo jamás pretendió acordar nada, solo conseguir cada vez más poder y acercarse, poco a poco, al que siempre ha sido su objetivo final: la separación de Cataluña de España. Una vez tras otra cuando el nacionalismo ha obtenido una nueva concesión ha bramado: «¡Se ha hecho Justicia, solo nos han dado lo que nos pertenece por derecho y por historia, este es solo un paso más hacia la libertad!». Nunca una concesión, de las muchas que se ha hecho al nacionalismo: la supresión de los gobernadores civiles, la retirada de la Guardia Civil de las carreteras y pueblos de Cataluña, el enmudecimiento de la Alta Inspección del Estado en Educación, la transferencia de Cercanías, la concesión de margen normativo en el IRPF, la concesión del 50% de los ingresos en impuestos especiales, etc… ha apaciguado al independentismo, ahora tampoco lo hará. El anuncio de la concesión de un indulto colectivo a los políticos condenados por sedición y malversación es, ante todo, una afrenta y una humillación a los millones de catalanes no independentistas, que siempre son la moneda de cambio silente en los cambalaches entre el poder político nacionalista y el gobierno de turno en Moncloa. Venganza y revancha La frase «venganza y revancha» de Pedro Sánchez hace que millones de catalanes no independentistas podamos ser señalados como gente cruel que quiere que los políticos condenados se pudran en la cárcel cuando los compasivos independentistas y él, Pedro Sánchez, quieren que estén en sus casas con sus familias y sus niños. Pero lo peor no es el enésimo señalamiento a los catalanes leales a la ley y su país sino la rendición que el Gobierno de España hace frente al independentismo concediendo los indultos. Durante muchos años el problema en Cataluña fue que el independentismo tenía un plan para llevar a cabo su objetivo y en frente no había ni relato ni alternativa. Eso empeora ahora dado que «la venganza y la revancha» es el discurso que ha mantenido el independentismo durante mucho tiempo y ahora Sánchez ha hecho suyo. ¿Qué podemos decir los catalanes no independentistas a nuestros vecinos, conocidos y saludados sobre la irresponsabilidad de los políticos independentistas si el mismísimo presidente del Gobierno usa los mismos términos para referirse al Estado de Derecho en España y la Justicia que usan Cuixart, Puigdemont o Junqueras? Millones de catalanes no independentistas viven entre el secuestro de las instituciones independentistas y el desprecio de las instituciones del Estado. Unos y otros perciben a esos catalanes no sometidos al poder nacionalista como una molestia para sus eternos e inútiles acuerdos en aras de una concordia que jamás llegará a base de concesiones. Sánchez al hacer suyo el discurso de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) sobre las instituciones, la justicia y la democracia en España, da al independentismo una victoria total, renuncia a cualquier alternativa en Cataluña.

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